Opinión
Ver día anteriorMiércoles 14 de marzo de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El perifollo y la sustancia
M

ientras se anuncia que los bancos con matrices externas han remitido (2003 a 2010) un equivalente al total invertido en sus adquisiciones, el graderío acarreado por los panistas abandonaba, en el juramento oficial, a su candidata a la Presidencia de la República. Doña Josefina quedó perorando, toda acicalada como siempre, ante un estadio casi vacío de (aparentes) seguidores. Pero, eso sí, su discurso, plagado de frases voluntariosas, no mermó un ápice. La mujer siguió entonando, en su ir y venir por el escenario y con el sonsonete acostumbrado, la prédica por un mundo sublime, lugar por ella visitado a menudo. Todo, o casi todo, tal como desea que ocurra llegará al conjuro de sus huecas plegarias. En respuesta, y sin mediar disculpa, el cansado auditorio le dio la espalda y huyó del castigo.

El contraste no puede ser mayor. Por un lado conspicuos directores bancarios, ataviados con sus impecables trajes de rayas blancas sobre negro, envían, de manera impune, en silencio, chonchos paquetes de billetes sacados de las reservas nacionales. El monto en fuga alcanza ya 20 mil millones de dólares, según afirma el inefable Guillermo Ortiz M. Por el otro, los candidatos a regir los destinos nacionales y sus difusores se enzarzan en coloridas faramallas para destacar sus protestas formales, al tiempo que voltean hacia recónditos lugares y fingen olvidos prudenciales ante tan furibundo saqueo. Ninguno de ellos ha hecho alusión alguna a tan alocado frenesí de los banqueros internacionales asentados en el país. ¡Para qué meterse en honduras! Ése, el de los repartos de dividendos, es terreno minado, resbaladizo, no apto para principiantes ni para timoratos. En esas altas regiones de las finanzas donde se formulan rudas decisiones sólo habitan hombres de voces suaves, con esas tonalidades que los poderosos modulan con destreza.

Los medios de comunicación, impresos y electrónicos, hicieron un vacío ante las declaraciones altisonantes del que fue activo maestro y significado estratega de las finanzas nacionales. En su nuevo papel de banquero privado, ha decidido lanzar un audible llamado de atención. El doctor Ortiz, hay que reconocerlo, no es un funcionario cualquiera. Forma parte medular de la camada que cimentó y pule el modelo económico vigente. Él cultivó buena parte de su estructura ósea desde la SHCP y del Banco de México (Bde M). Integró, como ariete del zedillismo fundamentalista, parte de la versión neoliberal implantada en aquel México de la pretendida modernidad frustrada. De similar manera que su jefe superior, Ernesto Zedillo (el firme creyente en los dogmas y paradigmas del mercado), Ortiz fue educado con esmero en el exterior. En esas refinadas universidades de élite mundial que otorgan la mayoría de los doctorados reconocidos en cualquier sitio de prosapia. Instituciones que cooptan a parte sustantiva de los dirigentes para, después, regresarlos a sus países de origen ya bien colonizados en mente y ambiciones. Hombres y mujeres pujantes que han hecho suyos los dictados e intereses del capitalismo financierista global. Intereses y visones ajenos que, de muchas maneras y hasta a costa de sus propias historias, defenderán como si fueran parte de su misma sangre y creación. De esa rala estirpe es el señor Ortiz. Aunque ahora levante, sin la debida calidad o congruencia, es cierto, una voz audible y alarmada sobre un problema fundamental: la entrega, sin norma y recato, del sistema de pagos nacional al capital foráneo, el incumplimiento de promesas paradigmáticas difundidas para su enajenación (tecnología de punta, crédito abundante, sólido respaldo y atracción de capitales) y la total ausencia de los que debían ser sus celosos reguladores para evitar daños.

Todavía hace corto tiempo, el actual director del BdeM, el también doctor A. Carstens (carnal ideológico de Ortiz, por cierto), aseguraba, con la parsimonia que caracteriza al peso de sus palabras, que los bancos con sedes en el exterior no remitían utilidades (divisas) a sus sedes. El BM bajo su tutela estaba pendiente de tales operaciones y las controlaría. Luego de tan calmada aseveración, todo quedó cubierto por el olvido. Pero algo motivó al señor Ortiz a mover las aguas, desafortunadamente, sin agitarlas demasiado. Y ésta es la hora en que sólo un candidato haya hecho referencia, aunque sea sesgada, a tan medular cuestión. En efecto, es AMLO el único que asegura detener, con el celo debido, el proceso entreguista de los bienes que son de los mexicanos.

Peña Nieto, en cambio, circula prometiendo influir en sentido opuesto. Claro está que no toca, ni de refilón, el preciso asunto arriba mencionado. Se concentra en condensadas frases de impacto para resaltar su decadente campaña. Sigue apegado al guión y no se despeina ni por casualidad. Por propio convencimiento o tontería publicitaria, adelanta, en cambio, que abrirá Pemex a la iniciativa privada. ¿Qué entiende tan conspicuo personaje por ello? Es difícil de entender. Si lo que dice se refiere al capital de la empresa, entonces habría que meditar en quiénes y con cuánto participarían en una empresa a la que se le incauta (SHCP) bastante más que el total de sus utilidades. Si lo que promete es permitir la injerencia en trabajos de exploración, producción, transformación o transporte de los distintos productos de gas, refinados o petróleo, entonces habría que decirle que ya no es posible mayor contratismo. Pemex está plagado de ello. El desplante de Nieto lleva, sin duda, como destino agradar a los centros de poder estadunidense. A ellos ofrece tan preciado tributo. Trata de atraer las simpatías y neutralizar desconfianzas –mediante el vicepresidente Biden– de los estrategas gringos hacia un mermado priísmo que ahora él representa. El señor Calderón se ha encargado de esparcir rumores y acentuar defectos cruciales de sus rivales políticos. En esta cruel tarea Peña no tendrá el auxilio de un teleprompter que lo auxilie en la lectura discursiva.