El fruto de los peregrinos wixaritari

El pasado 7 de febrero los pueblos wixárika de México se reunieron en el cerro Quemado, en la sierra de Catorce, para realizar la protesta más amplia hasta ahora hecha por ellos, para exigir respeto al desierto Virikuta, amenazado de muerte por la explotación minera propiciada por el gobierno federal, y el estatal, claro, a favor de transnacionales canadienses con o sin prestanombres “nacionales”. Heriberto Rodríguez acompañó la marcha de pereginos wixárika de Durango a través de su desierto sagrado, visitando sus centros ceremoniales y cosechando jícuri. El fotógrafo los siguió en el ascenso  de la sierra para concurrir con sus hermanos en una histórica ceremonia, y para dar a conocer la Declaración de Virikuta (ver Ojarasca de febrero).

Los efectos de la movilización no sólo fueron mediáticos. Dos semanas después, según dio a conocer el Frente en Defensa de Virikuta (26 de febrero) los tribunales federales otorgaron la suspensión presuntamente “definitiva” (¿cero y van cuántas veces que se traiciona la palabra empeñada con los pueblos indios?) “del acto reclamado por el pueblo wixárika a fin de que no se otorgue ningún permiso de explotación para el proyecto minero La Luz, en el municipio de Catorce, San Luis Potosí, en tanto no se resuelva el fondo del asunto planteado” (o sea no tan definitiva).

Ante las omisiones del Estado mexicano y en protección del territorio sagrado de Virikuta, ante las amenazas agroindustriales y minero metalúrgicas, sostuvo el Frente, el pueblo wixárika presentó una demanda de amparo “exigiendo el respeto a los derechos que el Estado mexicano se ha comprometido a proteger a nivel nacional e internacional”. Esta determinación judicial es un buen paso, pero la lucha no sólo sigue, sino que apenas empieza.

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