os núcleos de poder concentrados en la presidencia de Barack Obama están intranquilos. Dos piezas centrales de su estrategia se les han nublado y las quieren clarificar hasta donde sea posible. Una, la de mayor peso, se está delineando en México con motivo del actual periodo electoral. La otra, en la atribulada y casi fuera de control área centroamericana, Guatemala en especial. Mucho de la seguridad que ofrecerán los demócratas en busca de su relección dependerá del acomodo que logren con estos países, ahora devastados por una insostenible violencia. Para calmar sus muchas ñáñaras decidieron enviar al vicepresidente Joseph Biden. Político formado, con esmero y dedicación, en las duras trincheras del partidarismo de base en Estados Unidos, sin duda resumirá, con el cuidado y la visión requerida por sus mandantes, la información que vino a recabar.
El sustrato de la decisión para enviar al señor Biden no es otro que aquilatar algo de los perversos efectos ocasionados por la guerra contra las drogas. Entre ellos se cuentan, claro está, los que resienten sus élites políticas ahora trabadas en competencia. Los grupos de poder del vecino país siguen empeñados en detener el trasiego de drogas con cargo a innumerables vidas de mexicanos y centroamericanos. Nunca podrían aceptar un costo similar en carne propia. Viven, por frustrante experiencia, su incapacidad política para disminuir el consumo de estupefacientes dentro del propio territorio. Algunas drogas forman ya parte de sus costumbres sociales y de su entorno cultural. El mismo trafique de armas, en particular las de gran poder destructivo, no se intenta siquiera aminorar. La trabazón de sus intereses, tanto industriales como comerciales y financieros, con los de orden político hace extremadamente compleja la lidia con tan denso amasijo de poder, ya bien consolidado durante los últimos tiempos.
La violencia desencadenada desde Los Pinos por el señor Calderón no puede continuar tal como ahora se ceba sobre amplias regiones del país. El triunfador de la contienda en marcha tendrá imperiosa necesidad de afinar sus intenciones más acendradas, meditar cuidadosamente las ramificaciones y replantear los cursos de acción disponibles. Otro sexenio de 70 mil muertos es impensable, impregnaría a la nación de manera irremediable. El desgaste institucional es ya acelerado y arrincona la gobernabilidad hasta hacerla incompatible con el desarrollo y el bienestar ansiado. El monto de recursos que se asigna a tal combate, además de masivo, es creciente y deja huecos por doquier en los demás renglones presupuestales. La debilidad evidente de los cuerpos de justicia y policía no se recompondrá en el corto plazo de tres, cuatro o hasta cinco años, por más habilidad y entereza que se dedique a tan inmensa cuan dolorosa tarea. Y esto, que es una dramática realidad, se impondrá sobre otras muchas prioridades en curso de establecerse, aquí y en el norte vecino.
Poco a poco, por la misma fuerza de los hechos y la búsqueda de perspectivas distintas, se ha comenzado a discutir y solicitar la revisión integral del problema. El recién entrado presidente de Guatemala se ha adelantado a proponer alguna manera de abordarlo. Los grupos internos de México, más conservadores, sin embargo, se aferran a la continuidad de las actuales políticas. El panismo, y el oficialismo en general, después de un penoso peregrinar por la torpeza, la necedad y el sacrificio de muchos, han cedido un ápice. Se acepta debatir (responsablemente) sobre un cambio al respecto, aunque se espera no hacerlo de verdad. El señor Joe Biden, por su parte, adelantó una postura bastante socorrida, pero de dudoso peso conceptual. Sostiene, como otros muchos que no quieren aparecer obcecados ante las acumuladas evidencias contrarias, que la legalización no disminuirá los recursos del crimen organizado. Éste, argumentan, está bastante diversificado e internacionalizado. Tal línea de argumentación es, a todas luces, endeble, si no es que falsa. Sólo la mariguana es una fuente inmensa de recursos (crecientes) que rebasa, con holgura, a todas las demás.
Los tres precandidatos que se entrevistaron con el vicepresidente estadunidense, qué duda cabe, cuidaron la exposición de sus visiones y planes. El que los escuchó se formó una opinión personal que, junto con su informe, será transmitida con el propósito de diseñar acciones futuras. Seguramente incluirá las de su cosecha. No se puede pensar de otro modo, habrá favoritismo por alguno. A lo mejor será quien presente aceptables márgenes para venideras negociaciones. El entreguismo, bien enraizado en dos de ellos, puede, por ironía de las circunstancias, causarles indeseados efectos. Los estadunidenses no se arredran ante la oposición, aún la tajante, pero son imperativos y hasta soberbios. Desprecian, como casi todo mundo, al blandengue, aunque se aprovechan de él sin miramientos. Sacar el mayor provecho para sus intereses, como pretenden lograr los estadunidenses, no pasa, al menos por ahora, en la continuidad sin cambios. Algo o mucho deberá ser distinto con el ánimo de preservar las mutuas relaciones y negocios. Ya se verán los resultados de este nuevo episodio que tiene mucho de injerencia, aunque se trate de disfrazar de sano interés o comprensión.
De manera simultánea, y contrariando su increíble declaración de fe democrática recién difundida, el señor Calderón ejecuta un acto adicional de su intensa e indetenible campaña de propaganda. Se reúne, después de cinco y medio años de espera y ninguneo, con los viejos braceros que fueron despojados de sus ahorros por pasados gobiernos priístas. Calderón les repone, él, en lo personal, una treintena de miles de pesos a cada uno de ellos. Ya se verá cuantos puntos adicionales de aceptación logra para sí y para su candidata en venideras mediciones.