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¿La Fiesta en paz?

Si se tratara de un acto de barbarie, no existiría la enorme cultura gestada en torno al toro: Sergio Bretón

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a obra de temática taurina del pintor Sergio Bretón Jiménez, originario de Huamantla, Tlaxcala, es producto de una afición a la fiesta que se ha ido enriqueciendo desde su infancia. En su trabajo más reciente se pueden observar los espacios y detalles de una liturgia íntima, aquella que viven los toreros entre la soledad y la espera, ensimismamiento que ignora si esa tarde se vestirá de gloria o de muerte.

Dramatismo surgido del claroscuro y deudora del arte religioso del siglo XVII con una afortunada utilización de la hoja de oro en varios de sus cuadros, la original obra de Bretón es espacio en el que congenian lo barroco y los protagonistas del rito táurico. Su manejo de la luz y la textura dan la sensación de una exuberancia en el bordado luminoso y artesanal de los trajes de luces que magnifican la figura del personaje y su dignidad, convirtiéndolo en Teseo contemporáneo.

“La fiesta de los toros –comienza Sergio Bretón– ha sido motivo de polémica en torno a su naturaleza artística o actividad de barbarie. Sin embargo, el toro, principal protagonista de la fiesta, suscitó las primeras manifestaciones del espíritu humano en las cuevas de Altamira y desde entonces no ha dejado de inspirar a artistas y artesanos por su gran carga simbólica.

“El toro es uno de los símbolos más complejos, por lo que desde la antigüedad su imagen expresa formas religiosas y aparece en juegos rituales en toda el área del Mediterráneo. Durante la Edad Media y el Renacimiento se registran toros y rudimentos de la lidia en el quehacer de pintores y miniaturistas, por ejemplo, en las ilustraciones miniadas de las Cantigas de Santa María de Alfonso X, El sabio.

“En el siglo XVIII, cuando la corrida adquiere sus primeros rasgos modernos, aparecen ya obras de asunto estrictamente taurino, incluyendo los primeros retratos de toreros ataviados como tales y las primeras Tauromaquias, como la ilustrada por Antonio Carnicero en 1790 y publicada por Pepe-Hillo. Hacia finales de ese siglo, Nicolás Fernández de Moratín escribe su Carta histórica sobre el origen y progresos de las fiestas de toros en España, que servirá de inspiración para una las más importantes Tauromaquias, como es la de Francisco de Goya.

“En el XIX, los toros aparecen en la pintura como consecuencia natural del costumbrismo pictórico desarrollado a lo largo del siglo y uno de sus mejores exponentes es el catalán Mariano Fortuny, al igual que otros grandes maestros de la pintura universal que se vieron atraídos por la fiesta e insistieron en plasmarla, como Edouard Manet y Joaquín Sorolla. A pesar de que el impresionismo se da escasa y tardíamente en España, a principios del siglo XX verá nacer un estilo personalísimo y una técnica de formas puras en el pincel de Roberto Domingo, valioso exponente del arte pictórico taurino que gozó de fama en gran medida por la difusión que tuvo su trabajo en la publicación de carteles.

Uno de los más icónicos artistas del siglo XX y que de manera reiterada se ocupa la figura del toro, es Picasso. Sus singulares representaciones del astado están impregnadas de una gran carga simbólica de variada y difícil interpretación aún para los más sagaces críticos. En la tercera década del siglo pasado, una figura destacada por la calidad de su obra, pero de suma importancia para México fue Carlos Ruano Llopis. Lo anterior no pretende ser una breve nómina de artistas que con su obra han propiciado y desarrollado una modalidad plástica como lo es la pintura taurina, sino únicamente destacar la figura del toro y su cultura como elemento de suma importancia para el arte desde sus inicios. Si los autores de estas representaciones fueron motivados por un fin mágico-ritual, atrayendo una buena caza; religioso, evocando el poder atribuido al astado; decorativo, dejando huella de las formas de entretenimiento de los hombres en la antigüedad o, una vez establecida la fiesta como tal, dejando simplemente ver su más pura afición, es lo que menos importa. Lo relevante en primer término es el toro con su múltiple significación, unas veces protagonizando el misticismo o religiosidad humana; otras como antagonista del hombre en la lucha por la victoria. Si se tratara de un mero espectáculo o de un acto de barbarie, seguro que no existiría la enorme cultura gestada en torno al toro y su lidia, concluye el maestro Sergio Bretón.