Pese a una merma de popularidad, intenta vencer en primera vuelta para retornar a la presidencia
El primer ministro obtuvo 80 por ciento del tiempo en televisión, contra 20 del resto de los candidatos
Todo el aparato del Kremlin fue puesto a su disposición por el actual mandatario, Dimitri Medvediev
Domingo 4 de marzo de 2012, p. 26
Moscú, 3 de marzo. Con una importante merma de su popularidad en las grandes ciudades, que desde las elecciones legislativas de diciembre pasado se tradujeron en las mayores protestas contra el Kremlin durante los últimos 20 años, el primer ministro Vladimir Putin se dispone a ganar los comicios presidenciales que tendrán lugar este domingo en Rusia.
Y tratará de hacerlo en primera vuelta de votación, con más de 50 por ciento de los sufragios, para volver a despachar como jefe de Estado por un tercer periodo presidencial, esta vez de seis años.
Putin es favorito para triunfar por las siguientes razones:
Si bien es cierto que en cualquier país el candidato oficialista, más aún si ocupa uno de los principales cargos en la jerarquía del Estado, tiene ventajas sobre los otros aspirantes, esa desigualdad de condiciones adquiere en Rusia proporciones desmesuradas.
La cobertura de las actividades de Putin, como candidato y como primer ministro, llegó a ser exagerada en la televisión bajo control del Estado, que le dedicó 80 por ciento del tiempo frente a 20 por ciento de los demás aspirantes.
La prensa escrita le abrió sus páginas para publicar siete grandes artículos, consagrados a diferentes aspectos de su gestión, que recogen sus promesas electorales con mayor impacto que el poco difundido programa de sus adversarios.
El favorito usó recursos del Estado para resolver como premier asuntos que le reportaron aplausos como candidato, sin gastar un rublo, como –por mencionar sólo dos casos– la decisión de entregar gratis un nuevo apartamento a los damnificados de una explosión de gas en la región de Astrajan y, también, la orden al banco VTB de dar un crédito urgente a una agencia de viajes declarada en quiebra y que dejó varados a miles de clientes.
Putin debe ganar este domingo para no tener enfrente un único candidato opositor. Se enfrenta a él, Guennadi Ziuganov, invariable líder comunista con una clientela fija y que no acaba de convencer a los rusos que se oponen al primer ministro y a los indecisos.
Otro adversario es el extravagante dirigente ultranacionalista Vladimir Zhirinovsky, también veterano de los comicios presidenciales desde 2000, que habla mucho y hace poco contra la voluntad de las autoridades.
Asimismo estarán en las boletas Serguei Mironov, reconvertido en líder socialdemócrata tras años de encabezar el Senado por designación de Putin, y el magnate Mijail Projorov, que algunos catalogan de palero
del Kremlin y que muchos rusos rechazan porque se enriqueció con las turbias privatizaciones de la época de Boris Yeltsin.
La Comisión Central Electoral (CCE) no permitió el registro de otro candidato ni ha surgido, en los últimos años, un político de oposición joven que pudiera convertirse en líder nacional.
En ese contexto, es casi inevitable la dispersión del voto, que va a favorecer al primer ministro. Los opositores están convencidos de que, como sucedió en las cuestionadas elecciones legislativas pasadas, parte de sus votos, por arte de magia de la CCE, irán a engrosar los sufragios del ganador.
El premier prometió unas elecciones limpias y ordenó poner miles de cámaras web para vigilar las casillas, pero sus adversarios argumentan que los ajustes
se dan en otra etapa del proceso, donde no hay cámaras, cuando sustituyen las actas con los resultados.
A diferencia de los otros aspirantes, Putin tiene los votos de la Rusia rural y de la veintena de repúblicas y regiones, subsidiadas por el Kremlin como las del Cáucaso del Norte o con industrias como Tatarstán o Bashkiria, donde sus dirigentes gobiernan como quieren a cambio de milagros de que, por poner un solamente un ejemplo, más de 98 por ciento de la población de Chechenia acuda a las urnas y 99 por ciento vote por el candidato de Moscú.
Aunque en calidad de primer ministro, desde 2008, nunca soltó las riendas del poder, como figura de más peso en la toma de decisiones del tándem gobernante que formó con el actual presidente Dimitri Medvediev, su leal subordinado de 17 años antes de convertirse en transitorio sucesor, Putin necesita ahora la legitimidad de las urnas.
Porque la idea del enroque –y sobre todo la forma en que se hizo público el 24 de septiembre anterior– cayó muy mal a una creciente clase media de las grandes ciudades de este país, que se sintió estafada cuando el partido oficialista Rusia Unida, dos meses después, venció en las legislativas con porcentajes de votación ajustados
, muy por encima del respaldo real obtenido en Moscú, San Petersburgo y las demás urbes.
El rechazo al fraude, primero, y después a la intención de Putin de perpetuarse en el poder, alcanzó una multitudinaria dimensión de protesta que obligó al candidato oficialista a relegar a segundo plano a Rusia Unida y a sacarse de la manga otro sello electoral, un llamado Frente Popular de Rusia, no obstante que el primero lo postuló para evitar tener que juntar un millón de firmas de apoyo.
Putin requiere no sólo ganar sino hacerlo en primera vuelta, por dos motivos: por un lado, para decir que –pese a los descontentos– cuenta con el apoyo de la mayoría de los rusos y, el segundo, para evitar no tanto la humillación
de ir a una segunda vuelta con el siguiente candidato más votado como el riesgo de que, en ese hipotético escenario, los electores sufraguen contra Putin y no en favor del otro aspirante.
La madrugada de este lunes se sabrá si la Federación Rusa ya tiene nuevo presidente o habrá una poco probable pero muy interesante segunda vuelta de votación, dentro de 15 días.