Las figuras importadas, ¡que se vayan a Cancún!
ientras el neoliberalismo y la globalización acusan los efectos letales de su propio agandalle, los secuestradores de la fiesta de toros en México –de aquí en adelante y hasta nuevo aviso omitir el ingenuo calificativo de fiesta brava– ni sufren ni se acongojan, evidenciando los propósitos extrataurinos que animan sus colonizados desembolsos, en que el grueso de ese dinero se destina a los de fuera y el ninguneo a los de casa, en la mejor tradición latinoamericana de sometimiento ante lo extranjero.
Desde el río Bravo hasta el Rímac, pasando por Venezuela, Colombia y Ecuador, los llamados países taurinos de América Latina continúan en su lamentable postración y desunión, en lo taurino y en lo demás, pues Nunca hemos sido capaces de alcanzar nuestros objetivos con nuestras propias fuerzas, a pesar de los inmensos recursos de nuestra naturaleza y la inteligencia de nuestros pueblos. Pudimos serlo todo y no somos nada
…, como sentenció Fidel Castro hace poco más de 20 años, en la primera Cumbre Iberoamericana, en Guadalajara, para escándalo de aquellos burócratas metidos a mandatarios y del primer monarca español que ponía sus soberanas plantas en el dizque nuevo continente.
Tras el enésimo ridículo taurino de la temporada 2011-2012 en el coso de Insurgentes, con otro desfile de mansos sin posibilidades de acometividad ni de emoción, gracias a las exigencias de comodidad de los figurines importados, convertidos ahora en embestidores de toros
a falta de una bravura elemental en éstos –Ponce con San Isidro, Talavante con Marrón, Castella con Bernaldo de Quirós, El Juli con Fernando de la Mora y Xajay, Manzanares con Julián Hamdan, todas mansas de solemnidad–, hay que preguntar: ¿a quién beneficia este sistemático sometimiento empresarial, por qué en materia de importación de figuras el que paga no manda, y qué busca realmente el público que aún asiste a esas corridas como postineras?
Ya son muchos años en que las figuras europeas vienen a México –el país taurino más tonto del mundo, no olvidarlo– a tentar de luces y con vacaciones pagadas. Ahora bien, si estos toreros famosos y sobrevaluados honran el terno de luces en países donde una atmósfera taurina seria los obliga a torear animales con edad y trapío, y aquí se aprovechan de empresas sin productos taquilleros y autoridades sin autoridad, ¿por qué mejor no se van a vacacionar a Cancún, se olvidan del traje de luces y se ponen un traje de baño?
Las vacaciones, claro, tendrían que pagárselas ellos, pero el ridículo no sería tan grande como el que hacen vestidos de toreros engañando a miles de espectadores ingenuos o acomplejados a los que empresas y ganade-ros les cobran por algo que no cumplen, con la complicidad de unas autoridades sin respaldo de la delegación ni del Gobierno del Distrito Federal.
Un confundido crítico recomendaba: La mejor manera de mostrar una defensa real, contundente, inobjetable, ante los ataques a la fiesta de los tor- os por parte de los animalistas es sin lugar a dudas ir y llenar todas las plazas de toros, en especial la monumental Plaza México, símbolo taurino nacional con trascendencia mundial
. Se oye bonito, aunque en la realidad esta forma de defensa apeste, ya que se pretende defender lo indefendible: caldo de pollo sin pollo, fiesta de toros sin toros. De bravura y transmisión de peligro ni hablar.
Ir y llenar todas las plazas de toros, en especial la monumental Plaza México
, exhorta orondo el crítico, cuando precisamente la única forma de rechazo a esta mediocre oferta de espectáculo taurino que le queda al inadvertido público es dejar de asistir a una función engañosa y efectista, en la que unos listillos hacen como que se juegan el pellejo y unos tontillos hacen como que se emocionan en su intento por atenuar el sabor agridulce de la estafa de que son objeto.
Estos defensores de una fiesta de toros indefendible por esa disminución de la casta y la bravura de las reses en aras de un esteticismo demagogo y una repetitividad mecánica, incurren en el embuste de pretender preservar esa caricatura de fiesta responsabilizando a antitaurinos y animalistas de lo que únicamente los promotores del negocio han expulsado de las plazas: la emoción y la pasión a partir de la bravura, no del descastamiento y la pantomima.