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a distancia entre pasado, presente y futuro es una ilusión tenaz y persistente
(Albert Einstein). Este epígrafe elegido por el joven cineasta estadunidense Jonathan Caouette para su documental más reciente, Aléjate, Renee (Walk away, Renée, 2011), alude en realidad al conjunto de su curioso registro autobiográfico emprendido desde los 11 años, armado primero de una rudimentaria cámara de súper 8, luego de una computadora iMac, para comprender él mismo y hacer entender a los demás su conflictiva y entrañable relación con su madre esquizofrénica, Renée Leblanc.
Durante más de 20 años, Caouette elabora Tarnation (2004), el documental en que refiere su infancia a lado de su madre sometida a una terapia de electrochoques que llegó a incluir 200 sesiones en un año. El diario fílmico trata sobre el padecimiento de Renée y sus consecuencias sobre el resto de la familia, en particular sobre el niño que de manera precoz descubre y asume su homosexualidad y su gusto por travestirse y parodiar múltiples personalidades como modo de exorcizar la difícil experiencia materna. A los seis años, el padre abandona el hogar y Jonathan pasa de una familia a otra, como niño adoptado, padeciendo maltratos. Vestido de mujer, ensaya a los 11 años, frente a una cámara casera, monólogos relacionados con los delirios de la madre. Desde adolescente prueba las drogas, intenta suicidarse, y huye de casa. Se le diagnostica luego un trastorno en la personalidad que consiste en verse a sí mismo, desde el exterior, como otra persona. Finalmente se acerca a la comunidad gay y cancela de modo festivo su viejo aislamiento enfermizo.
Ocho años después, Caouette retoma en Aléjate, Renée el hilo de la confidencia autobiográfica a partir ya no de una inmersión en su propio caso clínico, sino con mayor madurez y una generosidad insospechada, a través del recuento de la dramática experiencia por la que hoy atraviesa su madre. Según sus propios términos, se trata de una carta de amor filial. No la reunión explosiva de escenas fuertes que en Tarnation aludían a una niñez trastornada, sino el apaciguamiento de la edad adulta, luego de largos años de convivencia con la madre sumida a menudo en crisis de desvarío mental y el abuelo materno que sobrevive en un estado próximo a la demencia senil, muy tierno después de sus arranques de violencia verbal, como un ser desvalido, súbitamente devuelto a la infancia.
Jonathan lleva a estos dos seres a compartir su vida a lado de su amante masculino David y del hijo Joshua, de 10 años, que tuvo con una amiga suya. Y en este peculiar arreglo doméstico, opuesto en todo al modelo de familia tradicional, Renée descubre condiciones favorables para recobrar un formidable bienestar anímico, no exento de extravagancias y delirios, bajo el cuidado siempre del hijo que parece triunfar sobre sus antiguos traumas y temores, reconciliándose al fin con el mundo que le rodea. Aléjate, Renée hace referencias continuas al mundo alucinado y deprimente de Tarnation, pero se desentiende ya, en el fondo y en la forma, de aquel frenesí narcisista que tanto fascinó a cinéfilos en busca de emociones fuertes. El trabajo fílmico que hoy propone Caouette semeja una variante de su propia evolución física y mental como hombre robusto y apacible de casi 40 años, feliz al lado de su pareja, prodigando enseñanzas morales a su hijo, oponiendo su propia niñez atormentada a la nueva armonía moral en medio de la desesperanza clínica. Jonathan es un hombre paciente y razonable, un hijo modelo, Edipo redimido. Incluso, los interludios sicodélicos y la música pop con que el cineasta anima su relato son ahora amables e inofensivos, despojados de toda carga de angustia, un viaje mágico y misterioso por el trastornado paisaje mental de Renée, cuyo punto de llegada es el abrazo cómplice del hijo inseparable. Este mundo reconciliado ha perdido algo del viejo filo crítico y ánimo transgresor, y limado a tal punto las asperezas que en el camino ha dejado atrás la densidad dramática y esa suerte de ambivalencia moral en la relación madre-hijo que el cineasta canadiense Xavier Dolan explora a sus 20 años en el relato semi-autobiográfico Yo maté a mi madre (2009), desbordante también de amor filial, más sugerente sin embargo por la complejidad sicológica con que lo presenta. Aléjate, Renée es, según Caouette, una obra de transición, el registro de una experiencia clínica superada mediante el trabajo artístico. Cabe esperar del talento del cineasta sorpresas mayores y una obra cada vez más consistente.
Se exhibe hoy a las 20 horas en el Cinema Lumière Reforma, en el contexto del Festival Internacional de Cine de la UNAM (FICUNAM).