uede un maestro de primaria o secundaria dejar de ser educador? La pregunta es necesaria porque las políticas actuales de la SEP hacen de los maestros meros instructores. Para la SEP, y sus economistas asesores de la OCDE y del organismo privado Mexicanos Primero, buen maestro es aquel que logra que sus estudiantes respondan acertadamente a las preguntas de los exámenes estandarizados (Enlace, de la SEP, y PISA, de la OCDE). En consecuencia, la evaluación de los maestros la reducen a medir los resultados que sus estudiantes obtienen en esos exámenes y a aplicar exámenes también estandarizados a los propios maestros. Suponen que para el éxito del maestro en esa tarea es necesario y suficiente que él, o ella, tenga conocimientos de las materias que enseña y de los métodos de enseñanza apropiados; en consecuencia, la evaluación universal
que pretenden aplicarles se centra en esos dos campos: conocimiento de la materia que han de enseñar y conocimiento de métodos de enseñanza.
Quienes se ocupan responsablemente de la educación saben que ésta no se reduce a la instrucción: en la educación son determinantes aspectos formativos como la motivación, las actitudes, el desarrollo del carácter, los valores morales y sociales. Quizá en los niveles superiores del sistema escolar (posgrados) puedan darse por resueltos algunos aspectos formativos de la educación, pero en la educación básica es esencial dar la mayor importancia a estos elementos formativos, pues de su desarrollo depende incluso la instrucción que se imparte en este nivel.
Es indudable que los niños y jóvenes estudiantes necesitan adquirir conocimientos, pero es falso que para ello sea suficiente que los maestros tengan conocimientos y sean diestros en el manejo de métodos didácticos. Lo esencial es que los maestros logren que los estudiantes deseen adquirir conocimientos, y que sean capaces de guiarlos en el trabajo de obtenerlos. Las actuales políticas de la SEP reducen a maestros y estudiantes a la categoría de máquinas que almacenan y transmiten conocimientos. Se trata de una visión cibernética e industrial, deshumanizada, implantada por la vía del soborno: si un maestro no se desempeña eficientemente como generador de competencias
, para triunfar ellos y sus estudiantes en los exámenes estandarizados, padece consecuencias económicas en la llamada Carrera Magisterial. La única motivación prevista es el dinero. Los maestros, además de simples máquinas enseñantes, son reducidos a la condición de mendicantes o codiciosos.
Hay una distancia enorme entre esta limitada y empobrecida concepción de la educación, los educandos y los educadores, y la que inspiró a la educación mexicana en sus magníficos momentos de finales del siglo XIX y las primeras décadas del siguiente. Como muestra véanse los conceptos de educación, alumno y maestro que expresó el ilustre educador colimense Gregorio Torres Quintero (1866-1934): El maestro tiene por tarea esencial desarrollar el respeto y el amor a la verdad, la reflexión personal, los hábitos de libre examen al mismo tiempo que el espíritu de tolerancia; el sentimiento del derecho de la personal humana y de la dignidad, la conciencia de la responsabilidad individual al mismo tiempo que el sentimiento de la justicia y de la solidaridad sociales, y la adhesión al régimen democrático y a la República
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José Vasconcelos advertía acertadamente: La escuela conforma el desarrollo del niño, y vale más que así se reconozca y que no nos engañemos en neutralidades fingidas o ingenuas. De lo contrario, caeremos en un fariseísmo que no por llamarse nuevo resulta menos parecido al fariseísmo tradicional
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Carlos A. Carrillo, notable y prolífico pedagogo veracruzano (1855-1903), añadía la dimensión social de la tarea docente: “El maestro ha de ser el primero en ejercer este ministerio de persuasión… a él le toca inspirar a las familia de sus alumnos, y a todo el vecindario en cuyo seno está, un amor vivo a la instrucción y un deseo serio de que sus hijos no carezcan de ella, porque es formarse idea tristísima de un maestro el considerarlo como un hombre reducido al mundo de los niños, cuyo horizonte no se extiende fuera de la escuela, cuya influencia no traspasa los muros de su clase, cuando debe dilatarse y dejarse sentir en todos los hogares, porque el maestro ideal, el maestro cuya figura radiante tengo presente ante mi mente, debe ser el alma moral de la comunidad en que reside, el corazón cuyo latido se sienta en todas partes…”
La doctora Elsie Rockwell, prestigiada educadora mexicana del Departamento de Investigación Educativa del Cinvestav, en su antología titulada Ser maestro, estudios sobre el trabajo docente, recoge valiosos materiales de educadores de diversos países y concluye: “El trabajo de maestro de educación básica es distinto a cualquier otro. Por mucho que se haya comparado al del obrero o del campesino, al del misionero o del burócrata, lo cierto es que trabajar con 30 o más alumnos dentro de un aula para enseñarles los elementos culturales considerados básicos tiene características únicas. Las experiencias ‘frente a grupo’ son continuas e ineludibles. A diferencia de lo que ocurre en otros casos, la docencia requiere un esfuerzo sostenido, tanto afectivo y físico como intelectual, durante toda la jornada laboral. Responder a un grupo de alumnos puede requerir todos los recursos de que dispone un maestro: sus conocimientos profesionales así como capacidades obtenidas en diversos ámbitos de su vida. Como actividad fundamental social que es, ser maestro implica establecer constantemente relaciones con otros: alumnos, padres, autoridades y colegas”.
¿Puede evaluarse una tarea tan trascendente, compleja y difícil, que se desarrolla en el variado y rico mosaico social y cultural del país, con pruebas estandarizadas elaboradas en las oficinas centrales de la SEP? ¿Qué efecto tendrá en la educación mexicana este afán de control centralizado? Es urgente formular un proyecto alternativo de evaluación del magisterio sustentado en esas relaciones sociales que el maestro debe establecer con los alumnos, padres, autoridades y colegas.