Opinión
Ver día anteriorMartes 21 de febrero de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Andanzas

Danza del chinelo

A

hí está ya el Carnaval de Tlayacapan, cuna de la Danza del Chinelo, distintiva del estado de Morelos, llamada El Brinco por sus rítmicos saltitos, en los que se sacuden los hombros de arriba abajo, se gira, caminando por el arroyo inmenso de las calles del pueblo.

Los chinelos bailan con una máscara de tela blanca y chapeteada, una enorme barba puntiaguda española –de clara influencia mozárabe– y un gran sombrero en forma de cubeta, enfundado en la cabeza del danzante, quien está prolijamente adornado con bordados de chaquira, listones, mascadas y plumas de avestruz multicolores, lo que contrasta con la sencillez del largo batón blanco que cubre su cuerpo, con listones azules, de la rodilla a los pies.

Según investigadores, miembros de distinguidas familias de la localidad, cada año, aproximadamente desde 1870, se celebra el carnaval en Tlayacapan y otros pueblos de la región; en esta ocasión será del 18 al 22 de febrero. En una algarabía incontenible, responde con brincos al clamor de trompetas y timbales; con tambores de la banda tradicional, con el ritmo compulsivo, contagioso y sabrosón que arrastra a las multitudes con las comparsas y sus banderas distintivas del barrio. Así, La América es de Santa Ana, La Azteca del Rosario y La Unión de Texcalpa, porque La Central –de puros ricos, según un informante– hace mucho que no participa.

El Brinco es una danza de ritmo arrasador; nadie se salva de brincotear aunque sea parado. Devora los cuerpos en su compulsión incontenible hasta el agotamiento total de los buenos chinelos, durante el carnaval. Después de cada sesión vienen los manjares: mole, pollo, cerdo, pavo, chicharrones, antojitos y guisados diversos. La comida y la bebida son aportaciones de todos los vecinos, quienes sirven a todo el que quiera comer. Todos bailan, gritan, juegan, comen, beben y enamora el que puede.

En la faz de la tierra, el carnaval es de tiempo inmemorial, pues según las más antiguas leyendas celebra la muerte del invierno y el advenimiento de la primavera, el trabajo en la tierra, la siembra y los alimentos, el triunfo de la vida. En el carnaval todo se vale, a discreción de cada cultura. Es un reventón de impulsos contenidos donde las formas se liberan y se expresan sin restricciones; es divertirse y jugar en el más alocado frenesí, bailando y gritando en relajamiento sicofísico y el disfrute del misterio de las máscaras.

Son los días de desfogue, luego de meses de tensión y trabajo, entregándose libremente al incontenible río de gente con El Brinco como embrujada por el ritmo repetitivo, implacable y sabroso del soltar el cuerpo, aturdidos los participantes casi por tambores y metales implacables.

Es difícil precisar exactamente cómo se integran estas formas de relajamiento social colectivo; quizá son los días de licencia y libertad, donde la broma sobre El gachupín barbudo y cejudo se manifiesta en el compulsivo nerviosismo de su carácter apasionado e incongruente. ¿Cuál es el impulso de esta danza repetitiva e incansable, ordenada en su aparente desorden y locura que recorre las calles y barrios de los pueblos de Morelos, como Yautepec, Yecapixtla, Atlatlahucan y Tepoztlán? En esos días todo gira alrededor del carnaval; el pueblo lo vive y es inolvidable para muchos. Después, la calma chicha, la paz, el descanso, la cura de la cruda con chilaquiles, pozole, birria, hartos alka seltzers y hasta el próximo año.

Es importante conservar estas expresiones folclóricas; sin embargo, no hay que perder de vista su oscuro origen: el conquistador y el vencido, el amo y el subyugado. Toda una fusión de culturas, sangre, dolor y muerte, codicia y dolor, nueva vida construida sobre las cenizas de los dioses muertos, asesinados en el Teocalli.

La pérdida de la religiosidad auténtica, el ritual genuino y la creencia verdadera van de la mano de cambios increíbles en nuestro tiempo. A la vez que se necesitan por un pueblo evangelizado hasta el tuétano, los jóvenes, aunque no sólo de aquí, ya no se suman a las danzas, rituales, cantos y vestimentas de sus padres y abuelos. Ahora quieren irse o se clavan en la computadora e Internet, se asoman al portal del mundo, en la más importante transición cultural en muchos siglos. Es otro México, donde el rescate del folclor es o está en inminente riesgo de convertirse en postal turística o en efigie coreográfica militarizada, digna de un taller de taxidermia.

No quiero imaginar un carnaval en el DF, pero a veces pienso que realmente se necesita semejante catarsis. Por lo pronto, disfrutemos de los carnavales en Morelos. Infórmese y vayan a divertirse.