ada mi deformación profesional, entiendo de modo distinto el significado más común de la palabra fetichismo
, que sería una sustitución del objeto sexual en el que se renuncia a la meta consabida a través de objetos, partes del cuerpo, los zapatos, por ejemplo, los mechones de pelo, etcétera.
El fetichismo de la exposición que visité está centrado en una crítica al capitalismo, al desperdicio, al exceso o al intercambio, y conviene leer la cédula que antecede el recorrido. De hecho, éste queda prefigurado a la entrada por la presencia de carretillas muy bien hechas, de madera de pino, que funcionan como asientos para una, dos o más personas. Si hay alguien que las empuje, uno podría visitar cómodamente la exhibición, deteniéndose donde le pareciera conveniente. Tal excedente fetichista no está para usarse, es sólo conceptual.
La cédula introductoria está firmada por El espectro rojo. Esta frase es de Carlos Marx y es tan efectiva como Todo lo sólido se desvanece en el aire
que utilizó Marshall Berman como título de su hermoso y muy leído libro.
No tengo las capacidades para ofrecer una reseña crítica, pero me propongo relatar lo que me deparó el recorrido. Al sopesar las carretillas, leí que los artistas, de modo puntual, diverso y tentativo logran investigaciones poéticas en torno a economías fundadas en la heterogeneidad, lógica de pérdida, dispendio
. Esto de algún modo me ayudó a despejarme del fetichismo freudiano y la fase de la genitalidad, al introducirme en la larga sala horizontal donde se exhiben revistas, catálogos, propaganda comercial, etcétera.
Vi un catálogo de una tienda que conozco: Nodstrom, pero rápidamente la atención me desvió al rejuvenecido rostro de Meryl Streep en la revista Entertainment. En otra carátula luce Leonardo di Caprio y me hubiera gustado hojearlas, pero eso está cancelado. Esta sección se debe a Vicente Razo e incluye un número de Forbes, con Carlos Slim y Bill Gates en portada. Al observarla pensé en la conveniencia de que la exposición se hubiera montado en Plaza Carso, pero igual comprendí que no hubiera sido posible, dada la vocación que guarda cada museo del Distrito Federal. Vocaciones que parecieran inamovibles y no debieran serlo a tal grado.
En la otra sala alargada está la instalación a cargo de Guillermo Santamarina. Previ que Freud tendría que estar presente en ella, con todo y que el siglo de pesos la engloba, y sí que lo estaba, pero no con los caracteres tipográficos de mayor magnitud. En ese momento empecé a escuchar una inigualable voz de mezzosoprano que alternaba con otra voz, para mí inconfundible, que era la de mi colega Cuauhtémoc Medina, comentando un video de Francis Alÿs, en colaboración con Performa (¿así se llamará la bellísima joven de fisonomía oriental?) y Rafael Ortega.
Un cómodo sillón tapizado me permitió un rato de jolgorio auditivo y visual: Política del ensayo haría la delicia hasta de mis nietos varones y mujeres, entre 10 y 16 años, ya no se diga de los productores. Aunque el contenido es fetichista, el video es enormemente disfrutable: una modelo striper o table dancer luce su maravilloso cuerpo mejor que el de cualquier escultura, excelentemente filmado en todos sus movimientos y regiones anatómicas, en torno a una silla nada dispendiosa, acompañada con la música y la disertación de Medina.
En este fetichismo, la modelo en video es intocable y se sabe que igual lo sería en vivo. Lo malo fue que otra voz, en el ámbito vecino, me estorbó el disfrute y ya no pude saber qué era lo que se entonaba ni, por tanto, si había crédito al respecto.
Este video propone ser la filmación de un ensayo que requiere surplus de trabajo. Pero aquí ya se convirtió en obra y pienso que bastante consumible, aunque no tenga ese destino.
A continuación vi Capitalismo amarillo: la obra de arte en la época de su reproductibilidad pirata, de J. Izquierdo y Abel Carranza, eco necesario al famoso título de Walter Benjamin, pero debido a que me produjo una contundente sensación de deja vù: me desplacé a observar la colaboración de Teresa Margolles, que corresponde a un ajuste de cuentas
del narcotráfico: son dos joyas de oro debidamente exhibidas en vitrinas.
En el tráfico de cabezas humanas, se admira el rostro de la guapa modelo con piercings en nariz, labios, orejas, etcétera. Entendí que cuando ella muera (ojalá viva muchos años) va a donar su cabeza para contrarrestar el tráfico y hasta el hurto de una cabeza de jíbaro.
Tales cabezas tuvieron buen comercio en Europa. Cerca me llamó la atención una proyección del Trono Ludivisi (escultura griega del siglo V aC) y de otras calcografías de piezas famosas, con especial atención al David de Miguel Ángel, pensé que ya era justo que se mostrara, aunque fuere en copia escultórica, una corporeidad masculina.
En eso estaba cuando me topé con Itala Schmeltz, ex directora del museo Carrillo Gil, y en ese momento fueron las realidades actuales en el terreno de las artes y las letras las que desplazaron la atención.