Unos 60 murieron de frío y hambre en Moscú en enero: Situaciones de Emergencia
No somos nada para el gobierno; sólo la Iglesia y la Cruz Roja nos ayudan
, dice indigente
Lunes 20 de febrero de 2012, p. 22
Moscú, 19 de febrero. Pobres entre los más pobres de este país, afrontan el diario desafío de sobrevivir, a la intemperie y casi sin comida, el inclemente invierno ruso, con temperaturas que este año alcanzaron en Moscú, una reciente madrugada, los 36 grados bajo cero.
Aquí se les conoce como bomzh, acrónimo que corresponde a gente sin un sitio de vivienda definido
.
Bomzh es un eufemismo para los sin techo y, según estadísticas del Ministerio del Interior de Rusia, este país tiene –hoy por hoy– más de cuatro millones de personas en situación de calle.
Indigentes todos, vagabundos y pordioseros, se les puede ver en todo el vasto territorio ruso. Muchos se dirigen a los grandes núcleos urbanos, como Moscú y San Petersburgo, y no todos logran pasar con vida su primer invierno.
“Tan sólo el pasado enero –informa Yevgueni Bobyliov, vocero del ministerio de Situaciones de Emergencia–, 64 personas murieron en la capital rusa de frío y hambre.”
A fines de otoño, la mayoría se las ingenia para ir de gorra a lugares con clima menos duro o se instala sin pedir permiso en una dacha, casa de campo de un habitante urbano, vacía en esa temporada.
Se ignora tasa de mortalidad
La tasa de mortalidad entre los bomzh es tan alta que nadie sabe a ciencia cierta cuántos coinciden, este febrero, en Moscú. ¿Seis mil, los censados? ¿Veinte mil? Tal vez más.
Duermen sobre un cartón en el piso, donde encuentren una suerte de refugio con calefacción y no los expulsen a la calle. Prefieren para dormir las estaciones de tren, las entradas del Metro, los cruces peatonales subterráneos, ocasionalmente las escaleras de cualquier edificio de vivienda, cuando no tiene conserje y los vecinos muestran compasión y no llaman a la policía.
Comen lo que hallan en los contenedores de basura y, cuando un alma caritativa les da una limosna, en lugar de pan compran el vodka más barato para tratar de olvidar cómo llegaron a perderlo todo: familia, casa, trabajo, salud y, a veces, hasta el nombre.
Por lo común se juntan varios y comparten lo poco que consiguen hasta que el alcohol, casi siempre, es la causa que pone fin violento a su convivencia. No agreden a los transeúntes, pero sí roban por necesidad en las casas.
Su esperanza de vida –mermada la salud– suele ser corta y muy pocos, por no decir ninguno, logran regresar a su situación anterior. Son una especie de condenados a muerte que no saben cuándo, aunque intuyen cercana la fecha, se cumplirá la pena y, tras la incineración, el destino de sus cenizas, inexorablemente, será una fosa común.
En el imperio zarista los perseguían y los sometían a severos castigos. En la Unión Soviética los arrestaban y mandaban a trabajos forzados en el campo. No son, por tanto, un producto exclusivo de la Rusia postsoviética, si bien el decenio de capitalismo salvaje que siguió al colapso de la Unión Soviética, la criminalidad desbocada, la enorme desigualdad que hay ahora, entre otros factores, forman el caldo de cultivo que mantiene irresuelto el problema.
Radiografía del bomzh
En la Plaza de las Tres Estaciones, como se conoce en Moscú el sitio donde están las terminales ferroviarias de Leningrado (aún se llama así), Kazán y Yaroslavl, siempre hay una cantidad importante de los sin techo.
Las autoridades han sido más tolerantes este invierno de vísperas electorales y les permiten pasar ahí la noche. Los días más fríos, no les falta –sea por el Ministerio de Situaciones de Emergencia, la Cruz Roja, la Iglesia Ortodoxa o alguna organización no gubernamental– un plato de sopa caliente y una rebanada de pan.
“No somos nadie para el gobierno –se queja Serguei, de 30 años–; sólo nos ayudan la Iglesia y la Cruz Roja de vez en cuando. Dicen que hay unos servicios oficiales para nosotros, pero nunca los he visto.”
Serguei resume su historia: desde que murieron sus padres, hace tres años, vive en la calle. Su hermano mayor, Aleksei, le quitó el pasaporte interior (documento nacional de identidad) y lo echó del apartamento. Sin papeles no pudo encontrar ningún trabajo. Al principio no quiso denunciar a su propio hermano y ahora ya es tarde; nadie le cree que es víctima en un pleito de familia.
¿Y ese milagro, por quién hay que votar o qué?
, pregunta otro bomzh, mientras se forma para recibir comida caliente. Lo malo, dice Vadim, es que no hay elecciones tan seguido, y en periodos de vacas flacas –el resto del tiempo–, subsiste con los centavos que obtiene de recoger botellas de cerveza vacías en la calle.
Que se sepa no se ha hecho un estudio acerca de los bomzh en Rusia. Sin embargo, la república de Buriatia fue pionera en realizar hace poco una encuesta entre los sin techo.
De ella se desprende que, al menos en esa república siberiana, colindante por el sur con Mongolia, la mayoría de los bomzh son hombres de entre 35 y 50 años, inicialmente sanos, divorciados o que nunca se casaron, con dominio de algún oficio y con cierta experiencia laboral en ámbitos técnicos y de la construcción.
El consumo de alcohol no es causa, sino consecuencia de su problema. Se quedaron sin techo por un conflicto familiar o divorcio, por fallecimiento de algún pariente, por abandono del hogar al emigrar en busca de trabajo, por cumplir penas de cárcel, por vender su vivienda por ceder la propiedad de su vivienda mediante engaños o estafas.
Sesenta por ciento de las personas en situación de calle tienen familiares, pero éstos nada quieren saber de ellas. Sólo 10 por ciento poseen vivienda propia, aunque no pueden usarla porque rompieron con la familia, no los dejan entrar los vecinos (aún quedan en Rusia muchas viviendas compartidas por varias familias), extraños ocuparon su apartamento o carecen de trabajo y tienen que irse a otro lado.
No es delito ser pobre
Seguramente los resultados serían muy similares si se llevara a cabo una encuesta entre los sin techo de Moscú; quizás habría sólo alguna diferencia de matiz.
El origen de los bomzh es casi siempre el mismo, y en eso son iguales las causas en Buriatia y en Moscú. Y como ser pobre no es delito, se supone que las autoridades tienen la obligación de prestarles asistencia.
Si comparamos con otros inviernos las estadísticas de mortalidad por hipotermia, este invierno hemos podido reducirla casi dos veces
, sostiene Serguei Logunov, subdirector del departamento de protección social de la población, de la alcaldía de Moscú.
En realidad, es muy poco lo que pueden hacer las autoridades de la capital con tan sólo 8 albergues para mil 447 personas, donde sólo los primeros que lleguen pueden comer, dormir, recibir ropa, darse un regaderazo. Si alguien está a punto de congelarse tirado en la calle, con mucha suerte puede levantarlo una patrulla social
: en Moscú hay apenas 15.
Además, en toda Rusia, la Iglesia ortodoxa mantiene otros siete albergues y funcionan tres servicios móviles para atender a los sin techo, cuya preocupación principal es llegar con vida a la primavera siguiente.