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El tequila y los destilados David Suro-Piñera Iniciemos desde una perspectiva histórica: ubiquémonos en el puente entre las ciudades de Paso del Norte, Chihuahua (hoy Ciudad Juárez), y El Paso, Texas; imaginemos los rechinidos de los ejes de la carreta cargada con los primeros tres barriles y seis botijas de vino mezcal; imaginemos los resoplidos de los caballos, el herraje golpeando la madera del puente fronterizo sobre el Río Bravo para anunciar la llegada del arriero de apellido Bañuelos ese 7 de agosto de 1873. Sabemos que el consumo del vino mezcal fue modesto durante el siglo XIX. El 16 de enero de 1920 –cuando se instituyó en Estados Unidos la ley seca (prohibición)– fue cuando el panorama cambió radicalmente para la industria del conocido entonces ya como tequila; fueron 13 años de prosperidad (lo que duró la ley seca) y punto de inflexión para el futuro de esta bebida en el mercado de ese país. El segundo acontecimiento relevante que marcó otra etapa de esplendor para la industria tequilera en la Unión Americana fue la Segunda Guerra Mundial, cuando la cultura del tequila se volvió emblemática: el tequila no sólo se bebía; se veía en las películas, y se escuchaba en las canciones del charro valiente y enamorado, que llegaban a los estadounidenses por medio de las cintas de la época de oro del cine mexicano. Hagamos memoria de las escenas: la cantina y el charro peleonero tenían siempre como compañera inseparable a la botella de tequila. Bastaba el trago a fondo del caballito tequilero con su sal y limón para que el protagonista se armara de valor y fuera a buscar arrepentido a su amada, o llegar al fondo de la botella para que el mariachi o trío lo hiciera cantar en la serenata acompañada del grito bravío y retador. Ante los ojos azorados del mundo, una botella de tequila siempre fue eso: fiesta, grito, desengaño, pleito, limón sal, etcétera, etcétera. Transcurrió el tiempo y apenas hace tres lustros la industria tequilera sufrió una nueva transformación; se dieron cambios que, seguro estoy, quedarán registrados como parteaguas en la percepción de esta bebida. A escala regional, nacional y global, pasó de ser una bebida cargada de estereotipos no siempre halagadores, a ser una bebida de estatus, con jerarquía, ¡un símbolo de sofisticación! ¿Qué generó este cambio? Después de siglos de ser poco entendida, y sobre todo poco estudiada, la industria tequilera llegó a mercados generadores de tendencias; conquistó paladares de estudiosos de bebidas finas, y la academia le dio su lugar con el inicio de investigaciones acompañadas de un profundo esfuerzo y dedicación, que nos han dado elementos de arranque para descifrar y entender la composición organoléptica, histórica y cultural del tequila y los destilados de agave. En los años 90s, en Estados Unidos, el mayor mercado mundial del tequila, se dieron cambios en los hábitos de consumo con el énfasis en calidad; fue una época de lujos. Los nuevos ricos de Wall Street debatían acerca de quién tenía y sabía más sobre vinos, coñacs, single malts y tequila. La industria del tequila llamó la atención de inversionistas extranjeros, quienes desarrollaron e invirtieron en la compra de compañías productoras, y éstas, a su vez, implementaron estrategias fascinantes de mercadotecnia; varias marcas acapararon la atención de consumidores, que gastaban sin límite, pues el dinero corría en esos años en abundancia. Estos tequilas traían con ellos no sólo el símbolo del consumismo de moda, sino también un elemento que cambió dramáticamente la apreciación del tequila: eran tequilas producidos con azúcares ciento por ciento de agave ¡y se enfatizaba en ello! Han sido años de asimilación, entendimiento y reivindicación. Conforme ha avanzado el tiempo, el tequila se ha ido postulando como una bebida de alto consumo en el mercado estadounidense. Hay una tendencia firme y creciente hacia el consumo del tequila elaborado con azúcares cien por ciento de agave, o sea, envasado en su origen y supervisado por el organismo verificador y certificador de normatividad, el Consejo Regulador del Tequila (CRT). Aun cuando los tequilas mixtos siguen siendo para los consumidores los de mayor aceptación entre las dos categorías, no registran el mismo crecimiento porcentual en la demanda que los cien por ciento de agave. Tenemos que monitorear y enfatizar en el poderoso mercado de Estados Unidos, porque el impacto que éste tiene sobre la industria es increíblemente fuerte y complejo, desde cualquier ángulo que se le vea: en este mercado se encuentran las plantas envasadoras que embotellan más tequila que las plantas en México; asimismo, allí se encuentran grandes compañías que influyen en la toma de decisiones sobre la normatividad, como Bacardi, Brown Forman, Diageo, Pernod Ricard, por citar algunas, así como el Consejo de Bebidas Alcohólicas Destiladas de Estados Unidos (DISCUS, por sus siglas en inglés). En este mercado se generan las modas que cruzan océanos y continentes: lo que se consume en Nueva York y San Francisco es moda en Asia, y recordemos que Asia es el mercado emergente más importante para el tequila en esta década. Para concluir, vemos en Estados Unidos un mercado que sigue generando estadísticas inimaginables. Desde hace apenas 15 años este mercado ha tomado a nuestra bebida emblemática muy en serio (más de 118 millones de litros en el 2011) y ahora está generando un gran interés por otros destilados de agave: está aprendiendo a descubrir las virtudes de nuestra generosa tierra rica en variedades de agaves. Así pues, vemos cómo los consumidores estadounidenses se han acercado a nuestras bebidas emblemáticas; es admirable la forma en que las estudian, las trabajan y sobre todo las respetan. En los cinco años recientes me he dedicado a viajar por toda la Unión Americana y veo incrédulo el nivel de conocimiento que han desarrollado los expertos en la materia. Como consecuencia, esto genera retos a todos los involucrados en las cadenas productoras de destilados de agave y una revalorización de los símbolos emblemáticos emanados de las entrañas de nuestros generosos agaves. Tenemos que construir un futuro digno de nuestro acervo cultural, necesitamos diálogo entre instituciones gubernamentales y académicas, productores y expertos en la materia, para generar estrategias con miras a un futuro equitativo, sólido y sustentable. El tesoro que no debemos perder Unión de Mezcaleros Preocupados En nombre de la dignidad y el respeto por nuestro México; del amor por esta tierra que generosa nos brinda el sustento, y en nombre de todos los que reconocen la infinita riqueza de la bebida mexicana por excelencia, el mezcal, pedimos atención sobre un problema grave: el riesgo de perder uno de los tesoros más representativos de nuestra tierra, la elaboración tradicional del mezcal. Con la industrialización de los procesos de elaboración y comercialización, con el mal organismo y las malas leyes que certifican y dictaminan el mezcal, dejará de existir si no hacemos esfuerzos para evitarlo. El mezcal guarda tradición, cultura e historia; ha sido bebida sagrada, y sus procesos de elaboración, transmitidos de generación en generación, han sido los mismos durante cientos de años. De allí su singularidad. De todas las especies de agave existentes en el mundo, 70 por ciento son originarias de México; de ellas se obtienen abundantes beneficios y el mezcal se elabora a lo largo y ancho del país y nunca se hablará suficientemente de su importancia cultural y social. Por ejemplo, en Oaxaca es el agua bendita con que se bautiza a un niño, la sangre con que los novios sellan su matrimonio, la ofrenda que se hace al santo patrón del pueblo, la verdad que se le dice al amigo, las lágrimas con que se despide a un difunto… Al haberse puesto de moda recientemente en el mercado, el mezcal atrajo el interés de los industriales, quienes en su búsqueda por producir más y a menor costo están distorsionando los procesos tradicionales de producción, añadiendo sustancias químicas que aceleran la fermentación, colorantes, saborizantes artificiales y más que arruinan la riqueza cultural y la autenticidad de la bebida. Eso que están haciendo no es mezcal. Las instituciones y las leyes que determinan lo que es el mezcal, así como el organismo de certificación, el Consejo Mexicano Regulador de la Calidad de Mezcal (Comercam), se han inclinando a favorecer a esos industriales y desprotegen a los herederos de la tradición. Tan sólo en Oaxaca, son más de 26 mil familias las que componen la cadena productiva agave-mezcal; son pequeños productores tradicionales y la mayoría no alcanza la “certificación oficial”. Si seguimos así, se replicará en el mezcal lo que sucedió con el tequila. Dada su demanda internacional, la industrialización, junto con las normas y los órganos de certificación, permitieron que se añadieran sustancias ajenas a lo tradicional para producirlo masivamente, y lo que conocemos hoy como tequila no es ni la sombra de lo que originalmente fue; lo perdimos. Hoy la industria del tequila está principalmente en manos de extranjeros. La producción industrial no toma en cuenta el desarrollo sustentable ni la economía solidaria; no valora los conocimientos tradicionales ni la sensibilidad del maestro mezcalillero que da su nombre como lo hace un artista con su obra, puesto que las producciones son limitadas, únicas e irrepetibles. Además, las instituciones encargadas de controlar la explotación de la planta de agave, no han cumplido su responsabilidad, y se pone en peligro de extinción algunas especies y se afecta la agro-diversidad. Hacemos un llamado a la conciencia y a la unión para levantar las voces que defendemos el patrimonio cultural de los mexicanos: no dejemos perder nuestras tradiciones en beneficio de unos cuantos, esta vez no permitamos que se pierda un tesoro de valor incalculable, el mezcal elaborado de manera tradicional.
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