Continúa en la Plaza México el desfile de mesas con cuernos, ahora de La Soledad
Dos apéndices generosos a Hermoso de Mendoza
José Mauricio, inspirado con el que embistió
Lunes 13 de febrero de 2012, p. a46
¿No existe la televisión basura? Pues también los toros basura. Este calificativo que se da a los programas tremendistas de la tele es muy discutible, pues resulta que son los de mayor audiencia. Con los toros basura pasa otro tanto. A lo mejor se trata del mismo público, amante de los programas basura en la casa y de los toros basura en el coso.
Lo anterior fue escrito por el fino cronista santanderino Joaquín Vidal hace casi 14 años, luego de aburrirse con una mansada para Enrique Ponce, Rivera Ordóñez y José Tomás en las Fallas de Valencia. Por eso exhiben mucho cinismo los defensores del decadente establishment taurino cuando se alarman con las constantes embestidas de animalistas y antitaurinos, acusándolos de poner en peligro la fiesta, es decir, su desbravada y antojadiza fiesta, encarecida pero sin grandeza.
Desde hace años la empresa de la Plaza México se ha convertido en una de las principales promotoras de la banalización del rito táurico, hasta sustituir la falta de bravura con toros de regalo y la ausencia de emoción con premiaciones pueblerinas.
La decimosexta corrida de la temporada en dicho coso no fue la excepción, ya que tras el desfile de reses descastadas y semiparadas, ahora del hierro de La Soledad, el diestro mexiquense Fermín Spínola se vio en la necesidad de regalar un toro –la otra aportación de la empresa a su fiesta, junto con la mitotera corrida del 5 de febrero– de nombre Príncipe, bello y noble ejemplar de la ganadería de Los Encinos, de pelaje cárdeno claro, muy bien armado y con 505 kilos de peso.
No merecía este trato Spínola, uno de los toreros mexicanos a los que en Madrid se le negó la oreja por sobrados méritos la tarde de su confirmación, que tras despachar su deslucido lote se encontró con este bello rey de astas agudas
, al que primero lanceó con temple, luego llevó al caballo con preciso quite hacia las afueras, de Pepe Ortiz, y tras el puyazo ejecutó vistosas navarras, se echó el capote a la espalda y remató con una brionesa.
Fermín, magnífico rehiletero también, se abstuvo de banderillear toda la tarde por las condiciones del ganado, así que Príncipe llegó a la muleta con una embestida alegre y clara y un recorrido con son. Spínola estructuró su faena con templadas series por ambos lados, destacando las del derecho, y cuando el villamelonaje empezó a pedir el indulto, que afortunadamente el juez Jorge Ramos desatendió, el ex alumno del inolvidable Joselito Huerta se fue muy derecho tras la espada, cobrando un estoconazo hasta las cintas. Vuelta a los despojos del burel y orejas y rabo a este Fermín con cualidades inversamente proporcionales a los criterios empresariales.
El fino toreo del prometedor capitalino José Mauricio apenas pudo verse con su segundo, el único de La Soledad que medio embistió. ¿Verifica la autoridad que el ancho de los rejones empleados por Pablo Hermoso de Mendoza sea el reglamentario? En todo caso, el maestro navarro se quedó sin su primero de Los Encinos, al que sangró en demasía, y su vistoso espectáculo hípico-taurino sólo afloró con Pescador, al que cambió con un solo rejón de castigo; una de sus cabalgaduras fue alcanzada, falló una banderilla corta, colocó desigual pero emocionante par a dos manos y dejó un rejón de muerte trasero pero fulminante. Recibió dos orejas con protestas.