Los peregrinos huicholes de
Fernando Benítez
Fechado sin duda y siempre polémico, el reportaje de Fernando Benítez
En la tierra mágica del peyote (Ediciones Era, 1968) inicia con con una descripción
sintética y muy completa de lo que se juega hoy en Virikuta. Su libro es hoy un clásico, para comezón eterna de los antropólogos, y no pocas y justificadas ironías de la huicholada.
Los huicholes son grandes peregrinos. Todos los años emprenden viajes a la costa de Nayarit habitada por Aramara, la Diosa del Mar, a Teacata, las cavernas situadas en el corazón de la sierra donde nació Tatevarí, el Abuelo Fuego, a la mesa del Nayar en que se venera a Sakaimuta, deidad de los coras, a Rapavillemetá, un lugar misterioso del lago de Chapala donde crece Rapa, el Árbol que Llueve también llamado el Dios de Papel, y a Catorce, el remoto desierto de San Luis Potosí en el que se da el peyote y en el que tiene su morada Tamatz Kallaumari, el Bisabuelo Cola de Venado.
Esta región a la que los huicholes llaman el Medio Mundo es una tierra santa descomunal. Allí realizaron los dioses sus hazañas creadoras en el tiempo originario y apenas hay roca, manantial, charco, planta, caverna, abismo o cerro que no estén ligados a un hecho mítico o a un ritual complicado.
Los huicholes, como Cézanne, han recreado el paisaje, no con una voluntad estética sino religiosa aunque de igual profundidad y belleza. Lo que nosotros vemos como una piedra o como una planta para ellos es un kakaullari, un ser sobrenatural que no resistió las pruebas de la creación y al nacer el sol se quedó transformado en roca o en arbusto.
Otras veces una roca muestra las huellas del pie o de la mano de un dios; un agujero calcinado en lo alto de una montaña es el hueco que dejó el sol recién nacido al brotar; una raíz amarilla la materia sagrada que proporciona la pintura simbólica de los que hicieron el viaje a Viricota.
En ocasiones no es necesario que la naturaleza muestre señales de las acciones divinas. Durante la peregrinación a Catorce, los chamanes abren puertas inexistentes con sus cetros de plumas de águila —muvieris— o ascienden a la cumbre de Leunar, el Cerro Quemado por una escala chamánica en la que se disponen cinco altares azules.
Los principales rasgos de este paisaje han sido traducidos a claves religiosas, algunas de una extraordinaria complejidad como el cacto sagrado que es al mismo tiempo peyote, venado y maíz. La estrecha asociación de una deidad de los pueblos recolectores —el peyote—, con una deidad de los pueblos cazadores —el venado—, y un deidad de los pueblos agricultores —el maíz—, no sólo rige la vida de los huicholes sino que representa la culminación de una simbología mítica y religiosa muy poco estudiada.