n situaciones extremas, donde la vida entra en juego, las decisiones personales y colectivas vienen acompañadas, muchas veces, de grandes sobresaltos. El refranero popular lo expresa contradictoriamente: a grandes males, grandes remedios.
En el terreno político, esta afirmación, en momentos de crisis y recesión, conlleva riesgos imprevisibles. La desesperación es el caldo de cultivo para la emergencia de órdenes totalitarias. Mesías, salvadores de la patria ganan protagonismo, ofreciendo el paraíso. El desempleo, el hambre, la pérdida de derechos sociales, el aumento de la corrupción, la violencia social, minan la confianza del sujeto en las instituciones y lo hacen proclive a un discurso manipulador. A cambio se le vende nostalgia, el regreso a una época de bonanza y bienestar. Así, el individuo, convencido que vendrán tiempos mejores, se deja arrastrar hacia una deriva de comportamientos antidemocráticos. En esta huida hacia adelante, pierde la cordura y en un estado de sobrexcitación, abraza el sálvese quien pueda, pero yo primero
. Conductas xenófobas, racistas, chovinistas, homofóbicas y reaccionarias son enarboladas como una salida a la crisis que acaban justificando cualquier tipo de recorte social y pérdida de derechos ciudadanos. Es una tabla de salvación para no ahogarse, cuando se tiene el agua al cuello. Sin pensarlo, se mira hacia otro lado y se deja hacer, creyendo firmemente en la quimera de un edén terrenal.
En España, las últimas elecciones han sido un claro ejemplo. Desde hace más de dos décadas se está desmantelando el escaso Estado de bienestar existente. Las reformas antisociales puestas en marcha de manera gradual bajo el paraguas de las privatizaciones, la flexibilidad laboral, la desregulación y la apertura financiera y comercial, han terminado por generar una sociedad desigual y antidemocrática, donde la capacidad negociadora de las clases trabajadoras es residual. El diseño del capitalismo trasnacional no ha tenido demasiados obstáculos para imponer su criterio. Sobre todo con unos sindicatos, los mayoritarios, que han bailado al son de las directrices de los empresarios, a cambio de beneficios corporativos y fondos europeos que han servido para ensanchar el cuerpo de burócratas profesionales, que desde hace años han perdido el contacto con afiliados y los problemas de las clases trabajadoras. Cuando han actuado, lo han hecho tarde y mal. No han sabido estar a la altura de su tradición histórica ni de las exigencias coyunturales. Las huelgas generales han sido un derecho a pataleo que en nada cambió el itinerario fijado por el Partido Popular o el Partido Socialista Obrero Español. Su renuncia explícita a formas de lucha legales y legítimas pero consideradas poco apropiadas para los tiempos que corren, boicots, incumplimiento de servicios mínimos abusivos, corte del tráfico, ralentizar la producción, etcétera, en pro de transmitir una imagen de seriedad y responsabilidad, se traduce en una deslegitimación como interlocutores sociales de las clases trabajadoras. Sin embargo, sus dirigentes quieren hacernos creer que gracias a su presencia, las cosas no han ido a peor. Han sido sus desvelos y presiones la razón por la cual los empresarios no han ido más lejos. De no ser por ellos, estaríamos en la era del abaratamiento del despido, el trabajo basura o el incremento de la contratación temporal, como si no fuese esa la realidad. Algo similar ocurre cuando gobierna el PSOE. Sus argumentos no pueden dejarnos indiferentes. Todas las leyes promulgadas durante su mandato, contrarias a sus principios, se consideran parte de una estrategia para impedir males mayores. En otros términos, vienen dadas por la profundidad de la crisis y su deseo de salir pronto de ella. Apretarse el cinturón hoy, para más adelante darnos un atracón y recuperar el tiempo perdido. Esta manera de presentar las decisiones ha tenido como consecuencia directa su derrota electoral más humillante en la España posfranquista. Sus votantes les dieron la espalda y los abandonaron, llegando a una cantidad de 4 millones, repartidos entre la abstención, Izquierda Unida y Unión Progreso y Democracia. Pero lo destacable no es lo dicho. Lo realmente novedoso, es como el Partido Popular, a pesar de hacer un discurso apocalíptico, generó entre sus votantes la sensación contraria. Un optimismo ingenuo. Aceptan resignadamente la reducción de sueldos, la subida de impuestos, los recortes sociales, la pérdida de derechos políticos como parte de una estrategia que les llevará al cielo y les sacará de la crisis. No son capaces de ver que tales acciones redundan en la misma lógica fracasada y cuyo resultado, en el medio y largo plazo, será generar mayores cotas de desigualdad, aumentar la pobreza y darnos como forma de gobierno un régimen totalitario y antidemocrático. Es curioso observar como la esperanza de salir de la crisis nubla la vista. Aferrados a un clavo ardiendo se prefieren quemar y llevarnos al peor de los mundos posibles.
En menos de dos meses de gobierno, tras años de criticar una medida como la subida de impuestos, por lacerante y poco eficaz, el Partido Popular sube entre dos a cinco puntos el IRPF (Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas) de los trabajadores. Una medida elegante
de bajar los sueldos y salarios. Tampoco le ha faltado tiempo al liberal ministro de Justicia, Gallardón, para restringir la ley del aborto, retrotrayéndola a una formulación, restrictiva, ciertamente humillante para quienes deseen hacer uso de ese derecho. En educación, no ha procedido a la quema de libros, les es suficiente con eliminar la asignatura educación para la ciudadanía
del currículum de los estudiantes secundarios. En sanidad ya existe el copago en las recetas y lentamente se procede a la venta de hospitales públicos a empresas privadas. Y por si fuera poco, en política económica se entrega más dinero público a los bancos. Ello a la espera de una reforma laboral sin precedentes que acabará por desmantelar la poca protección jurídica que aún les queda a los trabajadores. Lamentablemente las consecuencias las pagamos todos. Eso sí, los votantes del Partido Popular están contentos, aún creen que Rajoy es el salvador de su hacienda.