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El monje budista medita
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Periódico La Jornada
Sábado 4 de febrero de 2012, p. a16

He aquí una obra maestra.

Viejas ideas, el nuevo disco de Leonard Cohen, resiste todo análisis técnico: es perfecto.

Resiste también frases categóricas, temerarias: se trata del mejor trabajo en toda su carrera. Redonda, plena, sabia, abarcadora de todas las emociones y las ideas. Porque no hay ideas nuevas: son las mismas, viejas ideas, pero ahora pletóricas de significado, puestas en sintonía, expresadas con la máxima sencillez, la mejor economía de medios. Porque es poesía.

Este disco es un poemario con música de cámara.

Porque música de cámara acompaña la poesía de Leonard Cohen: I got no future/ I know my days are few (No poseo futuro/ estoy consciente que mis días son pocos). Versos que la crítica especializada no ha entendido, pues el tema, contrariamente a lo que se cree, no es la muerte, sino la impermanencia, que es muy distinto.

Siete años en un monasterio budista no transcurren en vano. A sus 77 años, el maestro Leonard Cohen esplende en claridad, en el fluir. Ni teme a la muerte ni nos está anunciando su partida. Simplemente ejerce su práctica budista, que no consiste en religión, ni en elaboración intelectual alguna, sino simplemente en sentarse a meditar.

A su natural sentido de la ironía ha añadido entonces el humor peculiar budista:

Me encanta platicar con Leonard/ ese deportista y pastor/ Es un flojonazo/ que vive en su saco con corbata/ ... y que pronunciaría palabras sabias/ como lo hace un mono, o un visionario/ aunque sabe que en realidad no es nada/ más que un pequeño invento producido en laboratorio.../ Camino a casa/ parto sin dolor/ en algún momento del mañana/ hacia donde todo es mejor/ que nunca/ al otro lado de la cortina/ y ya sin el saco y la corbata que vestí...

A la impermanencia acompaña la vacuidad (representada por el símbolo del mudra de meditación o posición de sus manos en la fotografía, en esta página, donde ejerce su práctica budista) y otros conceptos espirituales que el mundo occidental se niega a captar. En la conferencia de prensa donde presentó, en París, este su nuevo disco, los reporteros creyeron que lo que les dijo en broma era real: voy a cerrar los ojos para no mirarlos a los ojos e influir en sus juicios mientras suena el disco y así estuvo los 42 minutos que dura el álbum. En realidad, lo que hizo, simple y llanamente, fue sentarse a meditar.

Y su poesía, la contenida en Viejas ideas, esplende entonces: flota un banyo enmedio del infestado océano y al escuchar ese verso acompañado de la música, vemos el bamboleo sinuoso de ese instrumento musical, que escuchamos en las bocinas. Mientras todo sucede en la mente.

A esta capacidad poética tan poderosa, no podía haber sino música desnuda, con el instrumento más antiguo del mundo en primer plano: la voz humana.

Estos nombres son definitivos: Sharon Robinson, las Hermanas Webb, Dana Glover, Jennifer Warnes. Ellas escribieron y cantan la música que de manera etérea/ terrenal envuelve/ arrulla/ acurruca/ mece y hace volar más alto la voz de Leonard Cohen. Y nos envuelve en una sucesión de melodías que aparecen como nacidas de un sueño, de tantísima ternura y vaporosa nitidez.

Porque uno vuela, flota, sueña, es feliz de toda felicidad (que consiste en un estado permanente de serenidad) con la pieza penúltima del disco: Lullaby, una canción de cuna que arrulla el alma, que es una hermosa niña sonriente.

Himnos de invocación y respuesta, la poesía de Leonard Cohen: Ven, sanación de nuestro espíritu/ Ven, curación de todos los miembros/ Ven, oh sanar de la razón/ Ven, alivio del corazón.

Algo muy profundo y elevado nos conecta entonces con la claridad más alta: esa persona que habita en nuestro interior y con quien amamos platicar.

¡Loor al monje budista Leonard Cohen!

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