De libros y otras vivencias
i me preguntaran por los tres libros etcétera, considero que aunque me tendieran una trampa sabría responder. No creo que dijera El Principito, Platero y yo ni, mucho menos, Corazón diario de un niño, pero ésos me marcaron. Y no en ese orden, sino al revés. El último lo leí a los doce años, el de enmedio no tan joven y el primero ya de más de 23. Pero los leí, sin duda, y no se me olvidan.
No son, ninguno de ellos, los que más han cambiado mi vida, pero la cambiaron.
De no haber leído De los Apeninos a los Andes, no escribiría. Ese relato del volumen de Edmundo D’Amicis termina: Eres tú, heroico niño, quien ha salvado a su madre
. Ni modo de hacer a un lado que Umberto Eco tilda, con razón, al libro de fascista. De todos modos cambió mi vida. Y no hacia el fascismo. Platero y yo me llevó, en la colección Sepan cuántos… a los 300 poemas de Juan Ramón, entrada al gran poeta de Moguer. Uno puede empezar por donde sea. La cuestión no es irse por la tangente, hacia lo peor o hacia ninguna parte, que es lo que en conocido caso se hizo. Fama es que Juan Ramón padecía vanidad. Sus poemas no tanto, o casi no, o no.
¿Y acerca de Antoine de Saint-Exupèry? A más de la leyenda que a pesar de todo todavía lo envuelve, no sé gran cosa de él. Tuve su Vuelo nocturno y no, no lo leí.
En fin, ésos no son los libros que más han cambiado o marcado mi vida, sino otros. ¿Mas cómo olvidar los primeros?
¿Cuáles los definitivos? No tres, más. Entre ellos, Pedro Páramo. Entre ellos, los de San Juan de la Cruz. Entre ellos, el Tao Te King. Entre ellos, Pito Pérez y Juan Pérez Jolote. Entre ellos, los versos de Garcilaso de la Vega y los cantos de María Sabina. ¿Eclecticismo? Verdad. ¿Una gran verdad? Claro que no, verdad llana y sólo eso.
También hay películas que me han cambiado la vida (Vivir es una). Preguntado por ellas, ¿no sabré qué decir? Oigo de casualidad a la hora de anotar esto poesía popular de Oaxaca. La poesía popular mexicana, alguna de ella necesariamente derivada de la española, es la marca mayor (no la única: la argentina, la dominicana, la chilena, etcétera, también). No hablaría de libros sino de una herencia, y en ese sentido de un quizá solo Libro. Carezco de la fortuna de calar tan hondo o volar tan alto, no sueño a tal grado, como la mujer de Huautla que sin conocer de letras bien conocía su Libro, pero el que llamo mío me abrió y sigue abriendo las páginas de los demás.