Lo distintivo de 2011 (electro I)
unque ya tenía unos años emergiendo, en 2011 estalló el dubstep como la línea electrónica más hype. Asimismo, la mezcla de sonidos acústicos, la baja de procesos digitales, en busca de sonidos retro-hardware (sin dejar de procesar con software), sigue dominando esta escena. Sonoridades oriundas del hip hop, sin voces, también han sido área de incursión creativa. El área experimental se nutrió de sonidos acústicos, sampleos, instrumentaciones sólidas. Como siempre, el lado menos comercial de la electrónica sigue brindando tonos más originales que el rock, ante la incredulidad y ofusque de los más guitarrosos. Hoy, la primera parte del recuento de este género.
The Haxan Cloak. The Haxan Cloak. El inglés Bobby Krlic funde sonidos de madera que cruje, metales golpeados, cellos, violines, sintetizadores, voces ocultas, para dar como resultado amplios espectros de ruidismo armónico, austero, siniestro. Indescriptible. Fascinante.
Oneohtrix Point Never. Replica. El neoyorquino Daniel Lopatin vuelve con sus paisajismos ambientales, que igual provocan paz que inquietud enferma. Entrecortes, voces humanas mecanizadas, pianos arrítmicos, acompasados, sintes imperceptibles, gis cual error admitido. Azoro cósmico.
James Ferraro. Far side virtual. Alejado de toda tendencia, entre sintetizadores ambient demodé, este estadunidense hace una oda a los sonidos digitales que nos rodean hace casi 20 años (sonidos de Windows de los 90, citas a Google, a los celulares, a Starbucks), con guiños épicos tipo Mike Oldfield pero en tono irónico, donde la composición sinfónica, el electro-folk y los Casio tienen cabida. Antisolemnidad y marcianez totales.
Alva Noto + Ryuichi Sakamoto. Summvs. Estos dos grandes del avant-garde (uno alemán, el otro japonés) se unen para generar, entre pianos y microbeats digitales con estática, musicalidades amplias, notas aisladas, largos silencios, para hacer una electroacústica abierta cual cielos sin concreto ni montañas. Minimalismo sutil, exquisito.
Rustie. Glass swords. Uno de los discos de dubstep más destacados del año, el de este escocés, que, hiperactivo y lúdico, adorna el ritmo entrecortado del momento, con sinte-arreglos de synth-rock de los años 80, acid de inicios de los 90, y actual rap-R&B comercial. Todo un pastiche divertido, frenético y sorpresivo.
Byetone. SyMeta. El alemán Olaf Bender, creador del sello Raster-Noton, vuelve con un techno oscuro, enajenante, motorizado, entre timbres erráticos, sucios, distorsionados. Electro frío y mínimo, a veces rabioso, a veces de bajo impacto, para autómatas en penumbra.
Nicolas Jaar. Space is only noise. Este chileno-estadunidense usa la electrónica de pretexto, y con influencia de su paisano Ricardo Villalobos aplica beats y sonidillos orgánicos delicados, entre pianos jazzy inspirados en Erik Satie, voces de niños jugando a lo lejos, algo de soul y violines silvestres. Suave, melancólico, fresco.
Battles Gloss drop. Más electrónico que rock (a diferencia de su debut), ya sin el artista Tyondai Braxton, pero igual de bueno: una montaña rusa de sensaciones, sonidos y texturas; batería, guitarras, sintetizadores y voces invitadas (Gary Numan, Yamantaka Eye, Kazu Makino). Disco colorido, excesivo, como en atascón de enervantes, que hipnotiza y machaca placenteramente.
James Pants. James Pants. Tercer plato del de Washington; el electrofunk de antaño quedó atrás para dar paso a un chillwave/darkwave de onda ultra-personal: toda una paleta locuaz e inventiva, desconcertante, de pop deslavado, ecos constantes, voces fantasmales, sintetizadores siderales y guitarras disimuladas. Harto excitante.
Tim Hecker. Ravedeath 1972. Enigmático y semi-sucio, el ambient de este veterano de Montreal, fabrica en los oídos decenas de paisajes gélidos, auroras boreales, amaneceres borrosos, con sintetizadores orquestales vaporosos, nostálgicos, sin un ápice de beat. Envolvente, hermoso.