Desfile de mansos en la Plaza México para una desastrosa presentación de El Juli
El Zotoluco, tan soso como los de Fernando de la Mora
Otros toreros deben venir
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Lunes 30 de enero de 2012, p. a42
En el país taurino más tonto del mundo las figuras importadas no tienen llenadera y a la falta de una atmósfera más formal añaden una comodidad que pone en entredicho su estatura torera y el respeto por su profesión antes que por los ingenuos públicos.
En la decimotercera corrida de la temporada celebrada ayer en la Plaza México, no obstante el frío y la reventa, hubo poco más de media entrada e hicieron el paseíllo Eulalio López El Zotoluco (44 años y 25 de alternativa), Julián López El Juli (29 años y casi 13 de matador) y Juan Pablo Sánchez (19 y año y medio, respectivamente), para lidiar una bonita mansada del apetecido más que prestigiado hierro de don Fernando de la Mora (hace décadas algún maldoso le puso de la Mofa).
Lo más torero y expresivo de la tarde estuvo a cargo del prometedor hidrocálido Juan Pablo Sánchez, quien con su primero, Barranqueño, con 506 kilos y bien puesto de cabeza, que recibió un puyazo muy trasero, corroboró su madera de figura internacional en cierne. Fueron algunas tandas con la diestra de privilegiado temple y armonioso ritmo, pero además adelantando mucho la muleta en el cite para traerse al burel prendido.
De pronto, en un arranque de entusiasmo y con exceso de seguridad pero subestimando el comportamiento del astado, Juan Pablo se puso la muleta en la zurda y, sin haber probado ni fijado a la res por ese lado, inició un ceñido natural, dándole algo de luz –un claro entre la muleta y el cuerpo del torero– y recibiendo una cornada profunda en la parte inferior del muslo izquierdo. Entonces con su corbata su apoderado le aplicó un torniquete y el joven tuvo arrestos para dar otra templada serie con la derecha.
Al intentar la estocada Sánchez fue nuevamente prendido largos segundos, ahora por el bordado de la taleguilla y, gracias a la docilidad del animal, un peón y El Juli lograron sujetar los pitones, que si no.
Al Juli como a sus compañeros le encantan los novillones de la ilusión de México; ya se mal acostumbró a ellos y a las apoteosis previsibles –¡cómo luciría con un encierro de El Junco o de Santa María de Xalpa!, por ejemplo–. Gracias a su sitio y a su poderosa intuición consiguió mandonas tandas, más de salón que con emoción, saliendo al tercio en su primero. En su país mata muy bien a los toros; aquí le falta caja o le sobra vuelo.
Por su tosijosa parte El Zotoluco, contra su costumbre, fue pero casi no estuvo. Discreta de expresión como es su tauromaquia, de poco le sirve ante reses descastadas y carentes de transmisión. También anduvo fatal con el acero.
Antes del festejo, un grupo de aficionados me entregó una hoja, diciéndome: “publíquela en La Jornada, para que la empresa se entere del sentir de una afición harta de ser agraviada”. “En lugar de los encierros descastados y de los cartuchos quemados que irresponsablemente la empresa de la Plaza México ha incluido en la actual temporada –leí en el texto–, los aficionados queremos ver a Arturo Saldívar, Fermín Spínola, Joselito Adame, Arturo Macías, Fermín Rivera, Federico Pizarro, Alfredo Ríos El Conde, Israel Téllez, Alberto Espinosa El Cuate, Oliver Godoy, Fabián Barba o Aldo Orozco, así como una despedida digna del maestro Mariano Ramos y de Rafael Gil Rafaelillo. ¿Hasta cuando mantendrá estos nocivos criterios?”.
Razón les sobra, pero entendederas y sensibilidad le faltan a la autorregulada empresa y a sus poderosos socios.