El actual director de La Casa del Lago habla sobre la movilización estudiantil de 1987
Como en el 68, la música fue otra forma de protesta, afirma el ex baterista de Maldita Vecindad
Entonces,los elementos de politización y crítica social pasaban por la cultura
había mucha alegría y convicción de que la educación pública, gratuita y de calidad era una prioridad nacionalFoto Archivo
Domingo 29 de enero de 2012, p. 7
A 25 años de la huelga que estalló el Consejo Estudiantil Universitario (CEU), José Luis Paredes Pacho, ex baterista del grupo de rock Maldita Vecindad, recuerda su participación en las movilizaciones que transformaron el escenario universitario de mediados de los años 80 en México. Junto con bandas como Real de 14, Trolebús, Botellita de Jerez, Los Estrambóticos, Caifanes y Santa Sabina, abrió nuevos espacios de encuentro musical y lúdico para generaciones de jóvenes rebeldes.
Paredes Pacho, actual director de La Casa del Lago de la Universidad Nacional Autónoma de México, asegura que el rock fue otra forma de protesta y crítica social de aquellos años, pero también una respuesta creativa e irreverente frente a la intolerancia de una época.
–¿Cómo se involucró en las protestas estudiantiles y qué papel tuvo el rock?
–Yo tocaba desde 1986 en Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio, en un momento que coincide con la etapa underground del grupo. Éramos conocidos sólo en la escena roquera subterránea, aunque cabe decir que en ese periodo todo el rock era subterráneo.
En esos años ya no era alumno, pero sí muchos miembros de la banda, quienes serían directamente afectados por las reformas que se buscaba imponer. Recuerdo que en los ensayos bromeábamos con que ya no iban a poder estudiar.
Dificultades de logística
“A mí se me ocurrió –continúa Paredes Pacho– conseguir un camión de redilas y tocar acompañando a los chavos en sus movilizaciones. La idea fue fácil, pero conseguir el camión no. Buscamos uno de mudanzas, pero nadie nos quería dar el servicio, sobre todo cuando les decíamos que no iban a subir muchos pisos, pero sí darle vueltas a la plancha del Zócalo. Alguien aceptó, pero luego el problema fue conseguir una planta de luz; pedían algo para garantizar su devolución y un compañero dejó hasta la factura del automóvil de su mamá.
“Era una época –tanto en la universidad, como en la sociedad posterior al terremoto de 1985– en la que había un alto grado de iniciativa, de creatividad e imaginación de los ciudadanos. Fue un parteaguas. La gente decía ‘o te ayudas tú mismo o nadie va a venir a ayudarte’. Eso hace despegar la imaginación para buscar soluciones e ideas que pudieran parecer irrealizables; algo tan elemental como tocar arriba de un camión de redilas.”
–¿Cuándo comenzaron a participar de forma activa en las marchas del CEU?
–Tocamos en la primera gran manifestación a que convocó el CEU para el Zócalo (21 de enero de 1987). En los ámbitos sociales el rock era rechazado, y en otros era una preferencia de clóset, vergonzante, aunque para mediados de los años 80 ya había más sectores a los que les gustaba el rock mexicano. En la generación del CEU había una escena del rock con posiciones críticas y politizadas en las cuales los estudiantes consideraban normal escucharlo. No había contradicción ideológica, como ocurrió en la generación anterior, las del 68.
“De esos días recuerdo que acompañamos la marcha en el camión y llegamos a la calle 5 de Mayo. Nos estacionamos en la bocacalle que da al Zócalo, como recibiendo a los contingentes. Todo fue de forma muy espontánea. Era fantástico ver qué contentos estaban. Nos veían, se emocionaban mucho, bailaban, daban brincos y entraban al Zócalo. Traíamos bocinas muy chiquitas. No se escuchaba más allá de 20 metros, por eso en el grupo decíamos que tocamos como ante cien mil personas, pero por turnos.
“Los chavos de esa generación iban con muchos miedos porque era un lugar cerrado a las expresiones ciudadanas. Era un espacio de celebración oficial en un país autoritario. Iban con esa emoción contradictoria de retar al convencionalismo del poder. Fue una forma simbólica de recordar y tributar la memoria del 68.
Desde 1985, pero particularmente con el CEU, los elementos de movilización y de crítica social pasaban por la cultura. Desde luego, también por el sentido del humor, por una aproximación irreverente e iconoclasta hacia las distintas convenciones del poder.
–¿Qué aportaciones dejó el movimiento en lo cultural?
–Fue muy importante. Se mostró la capacidad de convocatoria del estudiantado en los conciertos, pero también del rock. En aquella época no existían foros para conciertos masivos, ni siquiera en espacios chicos. Y era difícil que los hubiera; el rock, desde 1971, estaba casi prohibido en México, a partir de Avándaro.
–¿Cómo recuerda el ambiente cultural que generó la protesta estudiantil?
–Fue un movimiento sin solemnidad. Había un nuevo lenguaje menos solemne en todo sentido: corporal, gestual, discursivo. Lo vimos en las marchas con sus pintas, mantas y pancartas; los chavos se disfrazaban.
“La música fue un vehículo, como en el 68; sólo cambiaron los géneros. Sobre todo, la posibilidad de escuchar la música que era tu lenguaje, y también lo era en el momento de protestar, de opinar y defender tus ideas. Eso caracterizó al movimiento del CEU; no tuvo una ideología acartonada.
“Había mucha alegría, emotividad y convicción de que el país podía mejorar; que la educación pública, gratuita y de calidad era una prioridad en la agenda nacional.
El CEU abrió una escena, un espacio mental para el rock vinculado a una causa social ciudanana, no partidista ni ideológica. El CEU, sin duda, fue un movimiento roquero.