n una conversación con el ex presidente del gobierno español José María Aznar, Calderón le confesó: Al momento de tomar la decisión no tenía idea de las capacidades del crimen para expandirse, ni de las limitaciones de las fuerzas, ni de la magnitud de la corrupción.
A esa muestra de ingenuidad presidencial, Aznar correspondió con una de perfidia: comunicó aquella conversación al embajador estadunidense en Madrid y éste lo hizo a Washington. Ahí entraron Wikileaks y La Jornada.
Esa fue la confesión cándida del jefe del Estado mexicano. De lo que no ha hablado, tal vez por ignorancia, es de los múltiples daños consecuencia de esa fatalidad llamada efecto dominó que él desató. Carente de experiencia de mando ejecutivo, decidió atacar sin saber con racionalidad a quién, en dónde, con qué fuerza y hasta cuándo y… lógicamente, lo primero, pero tampoco supo fijarlo: para qué. Cuál sería el objetivo último deseado.
Debió, es regla, estar perfectamente consciente de los advenimientos a provocar: personas inocentes muertas, con riesgo de morir, de ser heridas o desalojadas por el combate, del terreno a capturar y cómo ocuparlo en prevención de un contrataque. Lo más lastimoso: los efectos de descomposición política, distorsiones económicas y fractura del ánimo social.
Pero la realidad de los hechos superó enormemente cualquier presunción inicial de efectos. Nunca sospechó que al primer aparente éxito en Michoacán, fácil y efectivista operación de la entonces nominada por él su guerra
, seguiría el desengaño, la desilusión en las unidades militares, dentro de su propio gobierno y para su propio prestigio. El principio del fin llegó muy pronto. De ahí en adelante más fracasos, más víctimas inocentes.
Apareció la CNDH con su admonitoria lógica actitud. Más muertos, también militares. La sociedad despertó, surgieron agresivos grupos sociales de cuestionamiento. Cinco años después seguimos en la cuesta abajo. Todo muy semejante a Vietnam, donde las paranoias estadunidenses llegaron a ubicar 500 mil efectivos poco antes de su humillante retirada.
La Policía Federal es otro ejemplo de pérdida, de falta de rumbo. Ha cambiado de denominación y funciones tres veces y nadie sabe en qué quedó. Crece de 6 mil a 35 mil en cinco años, más de 500 al mes. ¿Es esto fundado en las técnicas si se ha hablado hasta la fatiga de la necesidad de controles científicos de acceso? ¿Creía Calderón en sus virtudes? Un proceso serio de ingreso toma más de un mes si hay averiguaciones de antecedentes referenciales, patrimoniales, familiares, además de las científicas, etcétera. La otrora llamada policía judicial federal, también multibautizada y manipulada por la misma persona Genaro García Luna, ¿le ofrece confianza a alguien? ¿Se pensó en todo esto?
Los tribunales, que no fueron preparados para recibir una carga de miles de casos, los más de ellos insustanciados por Ministerios Públicos incompetentes o corrompidos. ¿Por qué no se pensó en especializarlos y acrecentarlos? Por la misma razón: Calderón no pensó en ello. Y si los tribunales se iban a atascar por leyes disfuncionales, por qué no se pensó en reformarlas antes de someter a ellas a miles de presuntos criminales. Pues porque nadie lo planteó. Efecto: la impunidad ante la inoperancia del sistema de justicia.
Y el desde entonces saturado, corrupto e ineficiente sistema penitenciario, que iba a recibir miles de procesados y sentenciados, por qué no se fortaleció. Confiaba FCH en que sus administradores y custodios habían sido correctamente evaluados a su ingreso, calificados, retribuidos y controlados. ¿Verdad que no? Sin embargo en ese tema nada se ha hecho más que lamentar.
Las fuerzas armadas que de manera justa hay que decirlo, sorprendentemente apenas están dando muestras de fatiga, de ser muertos o heridos, tal vez incapacitados sin saber a bien por qué. Cansados de resentir exigencias terribles, de experimentar injusticias, de ser discriminadas en los tratos no igualitarios con las policías, ellos a los que nadie ha explicado nada del porqué de su sacrificio. Militares de altas jerarquías empiezan a argumentar lo que suponen les haría menos oneroso el trabajo que ellos no inventaron. ¡Hablan ellos, los siempre mudos, los que no parecen tener reacciones ante nada, ellos preguntan con energía por qué no hay suspensión de garantías! Esta posibilidad de aversión militar tampoco preocupó a Calderón como peligrosa posibilidad ante una larga guerra. Esa llamada sicológicamente fatiga de combate no pasó por su mente, pero tampoco por la de sus asesores.
¿Y la sociedad? A ella se le está lesionando de mil maneras y tampoco Calderón lo pudo imaginar aquel diciembre. Ahora es una sociedad agraviada que ha sido transformada en la sociedad con miedo. Tiene miedo de ser victimada por los criminales, pero tiene igual miedo de acudir a la justicia y eso es escandaloso. Cuántos miles de víctimas o simples conocedores de hechos existen y sin embargo las denuncias son mínimas. ¿Por qué, señor Calderón? Otra vez, por miedo a los malos, pero también por miedo a los buenos.
Y la otra vertiente de la victimación: esa sociedad ya tan lastimada está siendo criminalizada. Sí, debido a circunstancias, surgen de ella los delincuentes que nada tienen que ver con los delitos contra la salud. Tienen que ver y mucho con la pobreza, con la pésima educación que usted les da, con el cierre de oportunidades, con la falta de guía ética. Esto es lo que conduce a que la misma doliente sociedad produzca sus propios malhechores, sus hijos, a los que no puede detener y ve desaparecer en la bruma de la desesperación y nadie desde la cumbre de la responsabilidad le dice nada, nadie le explica nada. ¿Pensó usted en eso?
La innovación en el delito es otra imprevisión, otra ceguera. Hace cinco años todos hablaban de los grandes capos
como seres casi sobrehumanos, inalcanzables y todopoderosos. Luego los vimos caer, en palabras de Presidencia, cientos cada semana
y todos los días se aprende a algún fulano, primer auxiliar, segundo de a bordo de alguien poderosísimo, y… no pasa nada, nada cambia. El día que caen unos surgen frescos sus remplazos.
Mientras estas pruebas de la guerra perdida se dan, algo se produce y es el cambio de fuerza, penetración y cobertura distinta del delito común. Hoy importan en grado que hace cinco años no. Los delitos de homicidio, secuestro, robo florecen por todas partes y el delito de extorsión está ya adueñado del terreno en todos los rincones.
Todo productor de bienes o servicios, principalmente comercios, pero también burócratas antes de cobrar su sueldo, ahora son amenazados, son extorsionados y pocos hablan, otra vez por lo mismo: temen a la autoridad, quizá porque es la propia autoridad la que delinque o protege a los delincuentes. Una expresión más de la sociedad con miedo. Lo que tampoco fue pensado por usted.
Todo esto estuvo ausente en sus intereses aquel triste diciembre y muy lamentablemente sus asesores, los secretarios de Gobernación, de Defensa, Marina, Seguridad Pública y Procuraduría General de la República prefirieron ser simpáticos y aplaudiendo al jefe… ¡¡Callaron!! ¡¡Callaron!! Y con su silencio aprobaron aquella irrealizable aventura. Todo esto ¿fue su concepción estratégica antes de guerrear?