a diferencia es un concepto vasto y complejo que involucra y trasvasa a prácticamente todos los fenómenos humanos en las vertientes sexual, étnica, política, religiosa, cultural y social. Este aspecto esencial y decisivo en la esencia humana se encuentra también en la base de casi todos los conflictos humanos desde la discriminación, marginación (hambruna) y exclusión hasta los conflictos bélicos, las limpiezas étnicas, la criminalidad y el terrorismo. De ahí la importancia de profundizar en este aspecto tan problemático como complejo. Y en ello quizá sea justamente Derrida, en la actualidad, quien mejor ha sondeado las profundidades de tan seria problemática.
En la nueva corriente filosófica postulada por Derrida como deconstrucción, un concepto crucial es el de la différance. Derrida escribe (como señala Roudinesco) por primera vez este término en 1965 en un artículo dedicado a Antonin Artaud, La palabra soplada
que aparecería por primera vez en la revista Tel Quel y posteriormente en su libro La escritura y la diferencia. En francés différence y différance, aclaremos, se pronuncian de la misma manera y que la ambigüedad sólo se percibe en la escritura.
En realidad, como hará Artaud, “Freud apuntaba entonces menos a la ausencia que a la subordinación de la palabra en la escena del sueño. Lejos de desaparecer, el discurso cambiaba entonces de función y de dignidad. Queda situado, rodeado, investido (en todos los sentidos de esta palabra), constituido. Se inserta en el sueño como la leyenda en las historietas de dibujos, esa combinación picto-jeroglífica en la que el texto fonético es el complemento, no el centro del relato: “Antes que la pintura llegase al conocimiento de sus leyes de expresión, se esforzaba en compensar esta desventaja haciendo salir de la boca de sus personajes filacterias que llevaban como inscripción (als Schrift) el discurso que el pintor desesperaba de poder poner en escena en el cuadro”. Derrida responde que “lo que la différance tiene de universalizable frente a las diferencias es que permite pensar el proceso de diferenciación más allá de toda especie de límites: ya se trate de límites culturales, nacionales, lingüísticos e incluso humanos. Hay différance no bien hay una huella viviente, una relación vida/muerte, presencia/ausencia.
Pero esta diferencia, estas demoras, estos relevos representativos distienden y liberan el juego del significante, multiplicando así los lugares y los momentos de la sustracción, para que el teatro no quede sometido a esta escritura de lenguaje y de otra escritura. Fuera de Europa, en el teatro balinés, en las viejas cosmogonías mexicanas (tarahumara, huichol, purépecha), hindú, iraní, egipcia, etcétera, podrán buscarse indudablemente motivos también, a veces, modelos de escritura. Esta vez, no sólo la escritura no será ya trascripción de la palabra, no sólo será la escritura del cuerpo mismo, sino que se ejercerá, en los movimientos del teatro, de acuerdo con las reglas del jeroglífico, de un sistema de signos no dirigido ya por la institución de la voz (Idem Derrida, Jacques).
Artaud quiere incluso rencontrar bajo su contingencia aparente la necesidad de las producciones del inconsciente calcando en cierto modo la escritura teatral sobre la escritura original del inconsciente, aquella, quizás, de la que habla Freud en la Notiz ubre den Wunderblock (El block maravilloso), como de una escritura que por sí misma se borra y se mantiene, después, sin embargo, de habernos prevenido en la Traumdeutung contra la metáfora del inconsciente, texto original subsistente al lado del Umschrif, y después de haber comparado, en un breve texto de 1913, el sueño más bien que con un lenguaje
, con un sistema de escritura
e incluso de escritura jeroglífica
.
La différance no es una distinción ni una esencia ni una oposición, sino un movimiento de espaciamiento, un devenir espacio
del tiempo, un devenir tiempo
del espacio, una referencia a la alteridad. Derrida concluye que bajo estas circunstancias siempre ha desconfiado del culto a la identidad, así como de lo comunitario ya que conlleva, entre otros riesgos, el de desembocar en un narcisismo de las minorías. Así, para él, el comunitarismo o el Estado-nacionalismo
representan las figuras más evidentes de ese riesgo y, por tanto, de ese límite en la solidaridad.