l seguir las noticias internacionales podemos constatar patrones de comportamiento. Los consorcios mediáticos montan campañas sistemáticas únicamente contra los gobiernos que no se someten a Washington, defienden su soberanía nacional e intentan conducir políticas económicas más justas. Estas campañas se basan, como regla, en mentiras, medias verdades y tergiversaciones. En cambio, dirigen cuando más un tibio señalamiento para aparentar objetividad
, a los gobiernos dóciles que hacen pagar durísimas penalidades sociales a sus poblaciones con la obscena concentración neoliberal de la riqueza y las reprimen con el pretexto de la lucha contra el terrorismo y el narco.
Para comprobar lo que afirmo no hay más que comparar la cobertura de CNN en español sobre Venezuela, Cuba, Ecuador, Bolivia y Argentina con la que hace de gobiernos aliados de Estados Unidos. Allí esta Chile, al que continúa citando como paradigma de economía liberal exitosa y robusta democracia mientras el gobierno reprime con saña a estudiantes y mapuches y se derrumba la popularidad del presidente. Cito a CNN en español por su inigualable manipulación informativa –tal vez comparable sólo a la del Grupo Prisa–, pero lo mismo puede decirse de todos los medios corporativos. Ahora bien estas prácticas, no sólo de desinformación, también de empobrecimiento espiritual de las audiencias, exigen un requisito. Se deben fabricar estereotipos, machacándolos un día sí y otro también, de modo que los receptores del mensajes acepten posteriormente cualquier idea relacionada con aquéllos por más irracional y descabellada que pueda ser. Se trata, como ha explicado pormenorizadamente el lingüista Noam Chomsky, de la manipulación del consenso
.
Según esto, Cuba es una tiranía, violadora sistemática de los derechos humanos que oprime a su pueblo, patraña que desde 1959 se ha dicho y repetido en las escuelas, los púlpitos, las reuniones sociales de las clases acomodadas, los libros tarifados y, por supuesto, en los medios de difusión masiva; usando todos los instrumentos de control culturales e ideológicos de la dominación capitalista. En las últimas décadas la maquinaria de propaganda estadunidense se ha empleado a fondo para hacer creer que existe una oposición dentro de la isla, entendiendo como tal a vividores pagados por la potencia del norte, cuya agenda no interesa a los cubanos. Todo esto es conocido no sólo por las irrefutables pruebas presentadas al respecto por La Habana, sino debido a las inapreciables revelaciones por Wikileaks de los cables secretos (desde o sobre Cuba) cruzados entre sus diplomáticos y el Departamento de Estado. Es muy elocuente que sean los vividores, como la bloguera Yohany Sánchez, el activista
Elizardo Sánchez o las llamadas damas de blanco, las fuentes sobre Cuba de los citados medios. Es el caso de la última campaña contra La Habana por la muerte –en una inexistente huelga de hambre– del preso común Wilmar Villar, convertido en político de la noche a la mañana por estas fuentes. Los medios participantes, siguiendo el testimonio
de los mercenarios lanzaron el ataque sin escuchar la versión del gobierno cubano. Como es de rigor Washington y algunos de sus amigotes europeos y latinoamericanos les dieron crédito y otra vez atacaron a Cuba con la cantaleta de los derechos humanos. El burro hablando de orejas.
Basta recordar el cuento de las armas de destrucción masiva
en Irak, o el bombardeo
de Kadafi a sus propios compatriotas, del cual nunca mostraron una sola prueba, o las cientos de muertes
de Fidel Castro. En el caso de Irak y Libia la mentira sirvió de pretexto para destruir y desangrar Estados. Usándola desaforadamente, se creó el clima sicológico propicio para las agresión a Libia no obstante ser más evidente que nunca que el capitalismo no puede ofrecer otra cosa a los pueblos que hambre, ignorancia, insalubridad, guerras injustas, devastación ecológica y notables descensos del nivel de vida y las conquistas sociales. Ya no sólo en los países pobres sino en los mismos centros imperiales, como Estados Unidos y la Unión Europea. La mentira es un arma de guerra que puede ser muy peligrosa si no es desenmascarada enarbolando la verdad, como ha hecho Cuba una vez más.
Las calumniosas campañas contra la isla intentan justificar el odioso bloqueo, pero también persiguen sedimentar la hipócrita y criminal noción de moda, el derecho a proteger
aplicado en Libia.