El músico y autor lanza La ciudad de ojos invisibles, en Ediciones B
cazador de historias, traza un
mapa emocional de la capital
Lunes 23 de enero de 2012, p. a10
Armando Vega-Gil, escritor, poeta, guionista, columnista de cine, trovador, performancero y guacarroquero de Botellita de Jerez habla de uno de sus varios oficios, el de narrador: Soy como un cazador de historias de la ciudad, siempre estoy ventaneando. Los escritores somos como cazadores de mariposas, traemos nuestra red y, si vemos una que anda volando, la atrapamos y la tenemos guardada hasta escribirla y soltarla de nuevo
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Vega-Gil, autor de libros como La ventana y el umbral y Diario íntimo de un guacarróquer, acaba de publicar La ciudad de los ojos invisibles (Ediciones B), paisaje urbano de cuentos breves encabalgados
con cuentos mucho más breves aún, éstos a veces con cierto aroma a sentencia o aforismo.
–¿Qué es para usted la ciudad como personaje, como ente? –se le pregunta en entrevista a propósito de La ciudad de los ojos invisibles.
–Reflexionaba lo que decía Italo Calvino de sus propuestas para el nuevo milenio y la literatura ligera, rápida, corta, y su reflexión sobre el cuento de Augusto Monterroso, El dinosaurio. Entonces, estos cuentos chiquitos son células completas o narraciones autónomas completas, con principio, desarrollo y fin. Pero se me ocurría que también son como fractales; es decir, desde este punto de vista, vas uniendo células que construyen tejidos, y éstos pueden llegar a ser una novela o un libro de cuentos como éste.
La ciudad también es un fractal. Haciendo caso de la teoría del caos, cada uno de los personajes que habitamos la ciudad somos un retrato del gran conglomerado caótico, amorfo, hermoso, solidario, terrible, bizarro que es la ciudad. Ésta tiene muchas caras, y esas caras somos los propios personajes que la habitamos. La ciudad es nosotros, nosotros somos la ciudad. Pero también la ciudad es un punto de encuentro, un gran organismo de atracción y rechazo. La ciudad es el gran personaje del libro.
Cuenta Vega-Gil que siempre aterriza
en lugares síquicos, como el patio que está en el ex Convento de Churubusco, la calle de Hamburgo, el Viaducto, el teatro Casa de la Paz, los Viveros de Coyoacán. Es como si hicieras un mapa emocional de la ciudad de México, y las emociones tienen que ver con las personas que están por esos lugares
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–Si los habitantes son células de la ciudad, entonces usted es una de esas células que observa, se observa a sí misma, y a partir de ahí crea estas ficciones. ¿La ciudad se narra a sí misma?
–Sí. La ciudad se está viendo con unos ojos que no alcanzamos a ver, y yo estoy viendo a la ciudad. En el libro hay un homenaje cifrado a Las ciudades invisibles, de Calvino, ciudades que va inventando como utopías. Y lo que nosotros estamos viendo no es una utopía, sino una realidad contundente y cabronzota.
La ciudad tiene muchas caras, y esas caras somos quienes la habitamos, compartió el escritor en charla con este diarioFoto José Carlo González
–Otro de los hilos conductores es la relación de pareja, ¿qué papel juega en esta red de células?
–El amor es como el gran pegamento y el gran ácido de las relaciones humanas. Entonces, todos los personajes que habitamos la ciudad de México también habitamos el amor o el desamor, o la ternura y el odio. Esto es lo que nos da cohesión al gran corpus de la ciudad de México, pero también es una reflexión personal. Este libro es un trabajo constante de cinco años, donde el amor y el desamor han sido punto de reflexión importante. Vicente Leñero me dijo en un taller literario que soy un escritor muy socarrón. Socarrón es que hay humor, pero un humor gandalla, incisivo, medio cruel, y tiene que ver con el tratamiento de crueldad que me doy a mí mismo en mi reflexión sobre mi vida amorosa.
–Esta crueldad no sustituye el desgarramiento amoroso, aunque al parecer sólo lo roza como chispazo y luego se busca la cura, la sanación a través del sarcasmo. ¿Es así?
–Exacto, es un libro de sanación. Aunque hay el desencuentro, desgarramiento y ruptura, la propia ciudad y el colectivo que somos nos da la oportunidad de avanzar y no quedarnos atrapados en el abismo del desamor.
–¿Otro tema sería el de los espacios de libertad que buscan los personajes, como el departamento cuya cortina era un sauce?
–Sí, como el cuento que dedico al señor González, quien sí tiene un departamento allá por los Viveros y hay un árbol frente a su ventana. Muchos cuentos también tienen que ver con el embarazo de Karla y el nacimiento de mi hijo Andrés.
Hay también una historia que dedico a los niños de la guardería ABC. Cuando acababa de ocurrir la tragedia, muchos padres vinieron desde Hermosillo a una marcha, y ahí se me ocurrió ese cuento. Siempre a la ciudad se le veía como la más insegura, de gente gandalla, seca, grosera, y una de las mamás sonorenses venía desconfiada; pero esta ciudad, como gran personaje, abrió sus brazos y la abrazó. Este libro es de historias que he cazado a lo largo de los años.
Vega-Gil comenta de la estructura del libro, en el que intercala los cuentos cortos con otros cortísimos. Ahora que me he vuelto twitero súper aferrado, descubrí que las microficciones podrían ir entre los cuentos cortos y darle unidad de lectura. Las microficciones son descansos, cierran ciclos, abren ciclos, y en general también son de un humor corrosivo
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