Blanca monotonía
oscú. Para quien la ve por primera vez es motivo de desbordante alegría y se tiene el irresistible deseo de tocarla. Para quien la ve a diario, durante los largos inviernos rusos, salvo los aficionados a esquiar, llega a ser un fastidio y, no pocas veces, un peligro al cubrir con una capa apenas perceptible el traicionero hielo, causa de severos traumatismos, a menos que se tengan dotes de equilibrista.
Pero para las autoridades de Moscú, la nieve –que forma la blanca monotonía de cada invierno, ausente el sol bajo el plomizo cielo– es un auténtico dolor de cabeza.
Cada tormenta de nieve (que deja una capa de un mínimo de 15 centímetros de grosor) paraliza los aeropuertos y desquicia la ciudad, provocando kilométricas retenciones de tráfico, mientras los más de 12 mil tractores y camiones especializados de la alcaldía tratan de despejar las calles, tanto el asfalto como las aceras, para hacerlas transitables.
Tan sólo la nochevieja pasada, a lo largo de las primeras horas de este año, retiraron más de 100 mil metros cúbicos de nieve, pero en lo que va de invierno –hasta mediados de diciembre prácticamente sin nevadas–, ya se sacaron cerca de 7 millones de metros cúbicos.
Si se mantienen las previsiones es probable que se alcancen los 17 millones de metros cúbicos de nieve que se habían retirado hasta fines de febrero el año pasado.
Las bruscas variaciones de temperatura, estimuladas por algún ciclón que nunca falta en invierno, complican el problema, pues cuando sube empieza a caer aguanieve, que convierte las calles en un grisáceo lodazal, y cuando vuelve a bajar, en una pista de patinar.
También puede darse un fenómeno poco común pero muy dañino –son inevitables los apagones eléctricos y el desplome de ramas de árboles que no soportan el peso– que es la llamada lluvia de hielo, mucho más que una simple granizada, la cual literalmente congela con una capa de varios centímetros todo lo que encuentra ahí donde cae.
Los patios de las casas son competencia de la comunidad de vecinos que contratan empresas dedicadas a recoger la nieve y que, casi siempre, mandan trabajadores venidos de Asia central que, a golpe de pala y por una miseria de sueldo, limpian las aceras y el territorio adyacente a los edificios desde las cinco de la mañana.
Juan Pablo Duch, corresponsal