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Experiencias de Jalisco y Tlaxcala La milpa, seguro contra el cambio climático
Ante los cambios climáticos que impone el calentamiento global, el sistema de producción de milpa está representando una especie de seguro para la alimentación de las familias campesinas, y más aún: el conocimiento y la buena utilización de la gran diversidad de semillas nativas de una misma especie –particularmente maíz– permiten sortear aunque sea parcialmente las sequías, heladas y lluvias erráticas. Así lo expresan María de Jesús Bernardo Hernández y Espiridión Fuentes Avilés, miembros de la Red de Alternativas Sustentables Agropecuarias (RASA), de Jalisco, y Pánfilo Hernández Ortiz, integrante del Grupo Vicente Guerrero (GVG) de Tlaxcala, quienes coinciden en que los campesinos de sus organizaciones se dejan guiar por el método de las “cabañuelas”, el cual, según explica Pánfilo, “consiste en ver los primeros 12 días del año y con base en ello prever las condiciones climáticas del año y del ciclo agrícola”. Esta fórmula ha permitido detectar con previsión y algo de certidumbre las situaciones erráticas del clima en los años recientes y la mejor decisión que han tomado es “no poner todos los huevos en una canasta”, afirma María de Jesús, cuya organización agrupa a 300 familias de 15 municipios, sobre todo en el centro y sur de Jalisco. “El temporal comienza a mediados de mayo. Nosotros (los de su organización) generalmente esperamos un mes para sembrar nuestras semillas nativas –para protegerlas de la polinización de semillas híbridas de parcelas vecinas–, pero este año no llovió sino hasta julio y sólo cayeron dos lluvias normales. Entonces decidimos no limpiar el predio para proteger la humedad, y por consejos de un genetista, sembramos cinco maíces nativos diferentes, propios de la comunidad, porque son los que más resisten a este tipo de cambios climáticos bruscos. Así, con un temporal malo, hubo algunos maíces que resistieron aunque otros no, y lo mismo ocurriría si hubiera exceso de agua. Y obviamente, además de los maíces sembramos calabazas, quelites, jamaica y muchos tipos de verduras”. “Entonces esto de cuidar la semilla nativa es muy importante. Ese material genético que estás preservando y cuidando te da el potencial para protegerte en parte de estas inclemencias de cambio climático. Si las cabañuelas o la observación de la naturaleza nos dice que el temporal va a estar muy seco, pues vamos a intentar incrementar esas variedades que resisten un poco más a la sequía”.
La milpa es la clave, dice Pánfilo: “Tú sabes que el sistema de milpa no es solo maíz, son cinco o seis cultivos. Si hay una contingencia de exceso de lluvia o las heladas, o sequía, por lo menos tres cultivos vas a salvar: si tuvieras uno solo, por ejemplo frijol, sería una quiebra total. Maíz-maíz-maíz te acaba con todo. La diversidad, el sistema de milpa te permite por lo menos amortiguar el impacto y después adaptar lo que quedó de ese impacto al próximo año”. Los campesinos del GVG –que suman mil 200 en diez municipios con más de 30 comunidades, en la zona poniente de Tlaxcala- “tienen diferentes variedades de maíz, unas de (ciclo productivo de) tres meses y medio o tres, otras de cuatro, otras de 4.5 y unas incluso hasta de cinco. Hay campesinos que tienen una parcela aquí, otra por acá, y otra por acá. Ya saben el tipo de suelo, de vegetación, de humedad de cada lugar, y van sembrando dependiendo de las características de cada parcela; el primero que siembran siempre es de ciclo largo; después va uno de ciclo intermedio, y después, si las condiciones de humedad son desfavorables, siembran uno de ciclo corto. En Tlaxcala tenemos un maíz que se llama cañuela, es uno chiquito color ámbar, y ese lo cuidamos mucho, lo dejamos casi hasta el último. Si el ciclo es desfavorable, sembramos ese, por la humedad que viene muy atrasada, y por el frío que puede alcanzar a las siembras, su ciclo es de sólo tres meses (…) Incluso en muchas regiones y estados los campesinos van seleccionando. Dicen este es maíz para tortilla y este es de ciclo corto, mediano, largo, este es para forraje, pero también aprovechan el maíz, y le ven también la característica del peso. Piensan principalmente que el prioritario es el de la alimentación”. Los miembros de ambas organizaciones son minifundistas, enfocados a la producción orgánica y a la preservación de sus semillas nativas. Por tanto, la alimentación familiar es la prioridad de estos campesinos. Comenta Pánfilo: “Como organización, los socios tienen de diez hectáreas hacia abajo. Claro también hay productores o campesinos que tienen hasta 50 o 60. La diferencias es que nuestra forma de trabajo es tradicional, y la otra es con tractores, con implementos, insumos y con altos costos, tanto económicos como ambientales. Con diversidad de cultivos, el impacto es menor, a comparación de los que usan insumos, maquinaria. Lo más importante que hacemos (con los socios) es que tengan alimento. Teniendo maíz y frijol, aseguran el 50 por ciento de su alimentación. Si tuvieran alguna contingencia no se quedan sin alimento”. Espiridión comenta que RASA fomenta la producción de maíces criollos, y trabaja con algunas comunidades, pero sin tener suficiente influencia sobre de ellas, pues están influidas por programas públicos que fomentan el cultivo de maíces híbridos, mismos que van aliados al monocultivo, al uso de maquinaria, agroquímicos, e incluso a la búsqueda de transgénicos, todo lo cual ha hecho perder la identidad de los agricultores, su esencia. No obstante, “el encarecimiento de los insumos de esta producción industrial está haciendo que la gente voltee a ver este tipo de agricultura ecológica, la cual tal vez sí tenga menores rendimientos en toneladas por hectárea (con tres toneladas, contra ocho o diez de la agricultura convencional), pero si hacemos un recuento de la milpa, a esas tres toneladas le vamos a agregar el frijol, la calabaza, los quelites, los ejotes, las verduras, los animales, lo que comen tus animales de tu producción… Hay que poner esto en la balanza. Yo antes fui un agricultor convencional y cambié. Con la producción convencional, si bien cosechas, lo que sacas tienes que regresarlo a la empresa de semillas, de fertilizante, del tractor, de todo y no te queda nada, quedas endeudado”.
Igual que en el GVG, “en RASA nuestro principal objetivo es sembrar para comer. No es posible que siendo productores del campo y no podamos comer lo que sembrar, que tengamos que comprarlo. Vamos sembrando primero lo que comemos, no nos podemos comer todo lo que sembramos, hay que buscarle comercio”, señala Espiridión. Y María de Jesús afirma que los excedentes de cultivos de RASA –básicamente las hortalizas, huevos, carne, gallinas y plantas medicinales– los comercializan desde hace dos años cerca de Ajijic y del Lago de Chapala. Allí una comunidad estadounidense “compra nuestros productos ecológicos” con mecanismos de comercio justo y reconociendo la calidad orgánica. Esto procede de al menos unas 20 comunidades. Es producción de campesinos con excedentes de una gran variedad de cultivos, aunque en pequeña escala; la comercialización ocurre en un tianguis semanal. “También nos hemos establecido en Guadalajara, pero allá como que la concientización de la gente urbana (sobre el valor de los cultivos orgánicos) cuesta más trabajo”. Para cerrar la entrevista, María de Jesús enfatiza la importancia de las semillas nativas. “Para los campesinos, la semilla es como el derecho a la alimentación, es autonomía, es una posibilidad de vivir. Cuando hacemos los encuentros anuales, los campesinos llevan sus semillas como una ofrenda y como un resultado de su trabajo de todo el año; llegan campesinos diciendo ‘esto es lo que coseché, esta semilla’. Y obviamente no hablan sólo de maíz, sino de calabazas, chayotes, cañas, porque hay una gran diversidad en los sistemas. No hay campesinos que por lo menos no produzca 50 productos diferentes. Hemos hecho estudios de los sistemas agroecológicos, y están rescatando plantas medicinales, comestibles, frutales, leguminosas, aparte de los básicos. Hay una cantidad inmensa de plantas que se están recuperando en todos estos sistemas” (Lourdes Edith Rudiño).
Preocupa la contaminación genética Persiste la confrontación
Lourdes Edith Rudiño De manera gradual, la siembra experimental y piloto de maíz transgénico ha avanzado en México. Desde 2009 y hasta 2011 la primera acumuló 110 permisos otorgados por el gobierno federal, por medio del Servicio Nacional de Sanidad, Inocuidad y Calidad Agroalimentaria (Senasica), de la Secretaría de Agricultura. Y la siembra piloto –que es la fase previa a la comercial– fue autorizada por la misma instancia por primera vez en marzo de 2011 en predios de Tamaulipas, y al iniciar este 2012 hubo una nueva autorización, ahora en Sinaloa. Las empresas que han buscado y han recibido estos permisos son fundamentalmente la líder mundial Monsanto, pero también PHI México y Dow Agrosciences de México, y el Senasica tiene aún en proceso de análisis una serie de solicitudes para siembras piloto en tierras de los dos estados mencionados y también de Chihuahua, Coahuila, Durango y Sonora. El asunto es sumamente polémico. Como se sabe, la industria transgénica, agrupada en la asociación civil AgroBio México, junto con funcionarios proclives a apoyarla, como es la Secretaría de Agricultura en conjunto, y el propio titular de la Secretaría de Medio Ambiente, Juan Elvira Quesada, argumentan que los cultivos modificados representan una alternativa principal para elevar los rendimientos del campo y la oferta alimentaria sin ampliar la frontera agrícola –es decir sin abatir zonas boscosas–, y hoy lo dicen con más énfasis dadas la crisis climática y alimentaria de México y el mundo, así como las evidencias del calentamiento global. Además agricultores empresariales de estados del norte exigen que se avance ya a la fase comercial, pues quieren tener disponibles las tecnologías de sus homólogos estadounidenses. Pero por otro lado organizaciones ambientalistas, agrupaciones de campesinos, científicos y sociedad civil, muchos involucrados en la Campaña Nacional Sin Maíz no hay País, insisten en que las decisiones de avanzar en la siembra de maíz transgénico están encaminadas no precisamente a elevar la disponibilidad alimentaria –la cual, por otro lado, esta determinada por la condición de ingresos, que es muy desigual en la sociedad mexicana-, sino abonar a las utilidades y al poderío de las compañías de semillas transgénicas. Se está poniendo en riesgo la riqueza genética del maíz –del cual México es centro de origen– en los campos nacionales, incluso los del norte, región donde existen entre siete y 16 razas criollas de este grano (de un total de 59 en el país), según dijeron miembros de la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad (UCCS) en marzo del año pasado cuando ocurrió la primera autorización piloto en Tamaulipas. “La bióloga Alma Piñeyro (miembro de la UCCS) explicó que la raza tuxpeño –una de las 16 que se encuentran en Tamaulipas– se cultiva cerca del predio en el que Monsanto pretende hacer la prueba piloto. Esa variedad es fundamental para el desarrollo de híbridos y es una de las que generan mayor producción de maíz”, destacó una nota publicada por La Jornada el 18 de marzo de 2011. “Las variedades de maíz nativo del norte del país serán fundamentales para afrontar el cambio climático. No deben ser arriesgadas por la liberación de maíz transgénico”, reiteró la UCS en una conferencia de prensa ofrecida el 13 de diciembre pasado. Un elemento que –coinciden promotores y detractores de los maíces transgénicos– debe ser base científica para las decisiones sobre la siembra de este maíz en México está en el conocimiento sobre la ubicación y presencia de razas nativas del grano. La Secretaría de Agricultura afirma que siembras experimentales, piloto, y eventualmente comerciales, en el norte de la República no atentan contra las razas criollas, pues están alejadas de los centros de origen y biodiversidad. Pero la UCCS y la Campaña Sin Maíz no hay País afirman que todo México es centro de origen y aun cuando hubiera espacios libres de razas criollas la contaminación es inevitable. Hechos y documentos dan la razón a quienes se oponen al maíz transgénico. El 17 de noviembre del 2011 la Comisión Federal de Mejora Regulatoria (Cofemer) publicó en su página web el anteproyecto regulatorio del “Acuerdo por el que se determinan los centros de origen y los centros de diversidad genética de maíz en el territorio nacional”, generado por la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat). El documento, de 630 páginas entra en contradicción al mostrar dos mapas del territorio nacional con la señalización de los centros de origen y diversidad. Mientras el primero, publicado en la página cinco, deja una franja en la zona norte “libre” de presencia de maíz nativo y de sus parientes silvestres, la página 567 cubre por completo el territorio con tal señalización. Elena Álvarez-Buylla Roces, coordinadora del Laboratorio de Genética Molecular del Desarrollo y Evolución de Plantas, del Instituto de Ecología de la UNAM y miembro de la UCCS y de la Campaña, afirmó que “cualquiera de los dos mapas brinda argumentos suficientes para que se prohíba la siembra de maíz transgénico en toda la República Mexicana. “Con estos mapas y los datos de distribución de flujo génico, y con base en el Régimen Especial de Protección del Maíz, debería ser suficiente para que se prohibiera la siembra de maíz transgénico en todo México. Textualmente, el Régimen dice que no se deben sembrar transgénicos si hay riesgo de contaminación de cualquier variedad nativa. “La forma como se da el movimiento de polen y semillas hace suponer, de hecho afirmar, que si se sembrara maíz transgénico en la franja supuestamente libre de riqueza genética, habría una introgresión (contaminación) inmediata en las áreas vecinas –sombreadas en el mapa como centros de origen y diversidad del maíz– y luego en el resto del territorio nacional. Entonces –aun dando por bueno el primer mapa– la siembra de transgénico sería ilegal”, afirmó en entrevista con este medio. Comentó la experiencia del algodón transgénico. La siembra de éste fue autorizada a mediados de los 90s en el norte del país con el argumento de que allí no había algodones nativos. Sin embargo, transcurrido muy poco tiempo se ha detectado a miles de kilómetros de distancia –en Oaxaca y Chiapas— la presencia de esos transgénicos en recombinaciones novedosas e inesperadas con las poblaciones silvestres y nativas del sur. Esto, con efectos no deseados e impredecibles en las siembras del sur. Esta experiencia del algodón está documentada en un artículo que publicó la revista Molecular Ecology. Álvarez- Buylla Roces –doctora en genética molecular, quien obtuvo el Premio de Investigación de la Academia Mexicana de Ciencias en 1999– explicó que los riesgos de contaminación genética del maíz transgénico sobre las variedades criollas son mucho más grandes que los del algodón. “El algodón se autopoliniza, entonces el movimiento de los genes vía el polen es mucho menor en el algodón que en el maíz. El movimiento de transgenes del maíz vía el polen es mayor porque en esta planta su polinización es abierta, es cruzada: en la planta de maíz que funciona como hembra se produce la mazorca; ésta obtiene el polen para producir los granos de maíz de muchas otras plantas que juegan el papel de macho”. En el algodón el único vehículo para el movimiento de los transgenes es la semilla y a pesar de eso en muy pocos años la contaminación transgénica llegó a miles de kilómetros de distancia, comentó. Las controversias aquí mencionadas tienen qué ver con los riesgos al maíz; no abordan el tema de la salud, pero una exigencia de quienes rechazan los transgénicos es que antes de abrir camino a este grano modificado genéticamente debería realizarse una investigación exhaustiva que descarte cualquier mínimo riesgo a la salud proveniente de su consumo. Ya hoy sin embargo, el maíz transgénico está presente en nuestras mesas vía los aceites comestibles, las botanas, las palomitas y cualquier otro alimento que utilice maíz amarillo. |