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Entrevista con Abelardo Ávila Comida chatarra en escuelas, problema de salud pública
Lourdes Edith Rudiño Cantidades enormes de azúcares y harinas refinadas, así como de grasas saturadas y sal han generado ya un problema serio de salud pública y de seguridad nacional, porque derivan en una masa de obesos –con enfermedades relacionadas: de tipo coronario, diabetes, hipertensión, ateroesclerosis, algunos cánceres, etcétera– de una magnitud tal “que no hay presupuesto que pueda atenderlos”, además de que todas esas enfermedades son incurables e incapacitantes, y en el pasado se producían en la etapa post-productiva de las personas, a los 60 o 70 años de edad, pero ahora se observan ampliamente en las etapas productivas y, aún más grave, en la niñez y juventud. En entrevista, Abelardo Ávila Curiel, investigador del área de Nutrición del Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán, afirma que la situación que vivimos es tan grave que debería considerarse una “epidemia, o más bien una epidemia brutal con proyecciones apocalípticas”, y tomarse medidas propias para eso, lo cual implicaría incluso abolir algunos derechos civiles temporalmente –tal como ocurrió en 2009 con la influenza A/H1N1, que cerró restaurantes– pues “los derechos de la salud pública predominan sobre otros”.
Y debería generarse una política pública, de Estado, “porque la proyección epidemiológica de todo este daño a la salud hace inviable la fuerza productiva que tendría que cobrar el bono demográfico hacia el horizonte del 2030. Hoy vemos que ya quemamos el bono demográfico”. “En México –explica– siete de cada diez adultos sufre sobrepeso u obesidad. Asimismo, el país es número uno en obesidad infantil a escala mundial; registra la tasa de crecimiento más alta de la historia de diabetes y morbilidad por esa enfermedad; en 2011 murieron alrededor de 250 mil personas por enfermedades crónicas no transmisibles, y se observan daños metabólicos ya en niños de primaria, que los predisponen a la diabetes”. Y la población infantil rural vive una doble desgracia: desnutrición y obesidad. El entrevistado recuerda que en 2008-09 la Secretaría de Salud convocó a un grupo de expertos que después de analizar definieron el problema como alarma epidemiológica, “pero surgió un freno a la hora en que se empezaron a hacer sus propuestas tales como impedir la venta de productos chatarra en las escuelas; limitar la publicidad de tal chatarra; promover una oferta de alimentos saludables; apoyar al campo –que es el que debe producir esos alimentos–; propiciar el desarrollo rural, pues éste permite que el problema de desnutrición infantil se aminore, y erradicar la desnutrición, que es fundamental para prevenir la obesidad, sobre todo en el medio rural”. Ante tales propuestas que tenían un enfoque integrador, y que derivaron en el conocido planteamiento del gobierno federal, de “Lineamientos que regulan la venta de alimentos y bebidas en las escuelas”, replicó ConMéxico –asociación que agrupa a 45 empresas de alimentos y bebidas, incluidas las de chatarra y de tabaco–, la cual recurrió a la Comisión Federal de Mejora Regulatoria (Cofemer) para quejarse de que violaban sus derechos de libertad de comercio, y encontró respaldo. En la Cofemer las decisiones se toman por consenso y en su seno predominan los industriales, y los funcionarios, muchos de los cuales son afines al interés mercantil. En ese entonces ConMéxico –donde están Pepsi, Sabritas y Gamesa– declaró que dejar de vender los productos cuestionados, los chatarra, representaría para las empresas una pérdida de mercado de diez mil 600 millones de pesos anuales. El poder de ConMéxico no es poca cosa, afirma el doctor Ávila y recuerda que la Secretaría de Salud generó en 2008 un documento elaborado por un comité técnico, por especialistas de la mayor experiencia, denominado Prevención de la obesidad y las enfermedades crónicas, una política de Estado, que analiza el problema de la obesidad y ofrece propuestas. “ConMéxico cabildeó y lo echó para atrás”. El documento quedó en calidad de borrador de circulación restringida. Y mientras, comenta, “seguimos viendo cómo se incrementa la tasa de mortalidad en edades tempranas por hipertensión; diabetes; infartos; por ciertos tipos de cáncer, de tubo digestivo, hepático, de páncreas, de colon, de próstata, de mama, todos ellos asociados al a obesidad. “Y empezamos a ver ese horizonte apocalíptico de 2030, cuando supuestamente deberíamos cobrar el bono demográfico y pasar a ser un país desarrollado y un Estado de bienestar. En lugar de eso vamos a tener una fuerza de trabajo destruida, con una reforma laboral –hoy en ciernes– que permitirá la flexibilidad de contratación; los enfermos no van a poder trabajar y carecerán de seguridad social, pues el Seguro Popular excluye de su catálogo la atención de la diabetes 2 (…) Los actuarios que crearon ese catálogo vieron que incluir esta enfermedad haría quebrar financieramente al Seguro Popular, y pues será mejor desde su perspectiva que quiebren los 30 millones de diabéticos que habrá en 2030”. El doctor Ávila alerta particularmente sobre los daños que se está infringiendo a la población infantil rural. Y argumenta por qué abatir la desnutrición infantil va ligado al combate a la obesidad. En el medio rural, y en especial en las zonas indígenas, la mayoría de los niños tienen programado su metabolismo para un ambiente de escasez, de desnutrición, de consumo deficiente de energía, dado que esas condicionantes las tuvieron en el vientre materno y en sus seis primeros meses de vida y porque sufren una desnutrición generacional –pues sus madres son generalmente de estatura pequeña, lo cual implica embarazos con subnutrición fetal–; esos niños están hoy día consumiendo refresco desde que son bebés, en el biberón, y consumen otros productos chatarra. Comenta: a pesar de las evaluaciones del programa Oportunidades –que están sesgadas pues la política social en México se utiliza como instrumento de imagen para el gobierno y por tanto sólo validan lo positivo–, es un hecho que “la situación de desnutrición de los niños menores de dos años de edad en las comunidades marginadas no ha variado. Y los que sobreviven a ese periodo entran violentamente a un ambiente obesogénico que les causa gravísimos problemas de salud. “Pongo el ejemplo más dramático, la Coca-Cola en el biberón de los niños en el medio rural: un niño que vive esto se desnutre de una manera brutal, se priva de leche materna; pierde calcio, pierde proteínas, masa muscular, reservas, sufre una desnutrición generalizada porque está consumiendo sólo calorías vacías”. “Estos niños rurales que no alcanzaron su desarrollo en talla o masa muscular requieren menor energía para tener sobrepreso, y entonces fácilmente a partir de la etapa escolar –bombardeados como todos los niños por cien o 200 mensajes diarios de publicidad en la escuela, en las tiendas, en las calles– ingieren enormes cantidades de azúcares y harinas refinadas que dan un golpe metabólico muy violento, y engordan rápidamente, sobre todo cuando migran a las ciudades. Hicimos un censo de peso y talla en el Estado de México y allí demostramos de manera dramática cómo la población urbano-marginal que emigró en los últimos cinco años a la periferia del Valle de México y del Valle de Toluca está presentando niveles brutales de obesidad. Y se está produciendo la diabetes en grados epidémicos”. El doctor Ávila subraya que la alimentación humana tiene que ser con alimentos mínimamente procesados; “debe ser básicamente de cereales integrales –el más maravilloso es la tortilla–, frijol, frutas y verduras. Eso es la base; lo demás es complementario, secundario. Los alimentos ultra-procesados necesariamente son dañinos para la salud sobre todo cuando su consumo es predominante. Un jamón, por ejemplo, está lleno de nitritos, sodio, modificantes, almidones, es una combinación horrible. Las galletas tienen acrilamidas, sustancias, colorantes...”. Pero en los hechos estos conceptos están invertidos. Predominan los intereses de las industrias de productos chatarra, cuyo mercado global alcanza los 60 mil millones de dólares anuales. Y la permisibilidad de que gozan las empresas oferentes de frituras, refrescos, galletas, pastelitos, con todo y el código de autorregulación que tienen, ha llevado a la distorsión de ideas. “Ahora ya la chatarra se promueve como alimento saludable en las escuelas. El paquete de papas fritas que se vende en las escuelas lo bajaron de 20 a 18 gramos, y como ya tienen menos de cien calorías, ya resulta que son saludables”. Y hay muchas trampas en el etiquetado. Por ejemplo, una Coca-Cola de 600 mililitros declara en su envase que una porción representa 23 por ciento del azúcar recomendado para el consumo diario, y en otra parte de la etiqueta establece con letras más chicas que una porción implica 200 mililitros. Esto significa entonces que un refresco que generalmente alguien se toma en una sentada cubre ya el 69 por ciento del azúcar que requiere el organismo al día. Al respecto, dice el doctor Ávila, “es urgente que en México bajemos en 80 por ciento el consumo de refrescos”. Hoy la industria ha asumido una actitud ofensiva, y ha decretado que la comida chatarra no existe. Las refresqueras, con mecanismos novedosos de mercadotecnia están invadiendo hasta los más lejanos lugares del país. Por ejemplo, todos los letreros de ingreso a los poblados de Chiapas incluidos los zapatistas, cuentan con la publicidad de Coca-Cola y por supuesto implican evasión de impuestos. “Saturan de publicidad todas las calles; Pepsi y Coca-Cola se disputan los territorios, y encontramos que los anuncios de las escuelas están patrocinados por la Coca-Cola en la Costa de Guerrero, que pagan el seguro escolar, que saturan los poblados con refrigeradores, mesas y sillas con publicidad. Pero toda su mercadotecnia les sale gratis porque la deducen de impuestos, y con ello generan esa dependencia, casi obligada, esa avidez de consumo de parte de toda la población. Me ha tocado ver niños de cuatro meses de edad que ya le pueden exigir a la madre con lloriqueos específicos que les dé Coca-Cola en el biberón, y la mamá obedece automáticamente. En las mañanas uno veía antes la compra de leche para el desayuno, ahora es más frecuente la escena de la compra de refrescos a esa hora”. Ante tal panorama, el doctor Ávila afirma que “lo único que puede enfrentar la situación es un giro una nueva política pública, un proyecto de nación. No puede ser que todo se articule alrededor del libre mercado. Debe buscarse un Estado de bienestar, de satisfacción de necesidades esenciales, entre ellas la buena nutrición. Eso no puede hacerse más que con desarrollo rural, es la única manera en que puede lograrse una buena nutrición de la población. No va a ser importando lo que estamos importando, chatarra, alimentos producidos en una agroindustria bastante irracional, y además con alta huella de carbono, con alta huella de consumo de agua, con erosión y degradación del medio ambiente. “Tenemos que ver que la desnutrición infantil realmente disminuya; que la obesidad escolar se detenga y se revierta, bajar el consumo del refresco en 80 por ciento es una medida fundamental –igual que fue frenar el consumo del tabaco, pues la publicidad en el pasado generó una gran demanda y una oferta abrumadora que llevó al tabaco a ser el principal problema de salud hace unos años–; se tiene que duplicar el consumo de frijol, y para eso hay que producirlo, promoverlo; cuidar nuestro maíz, evitando riesgos de contaminación transgénica; impulsar la oferta de frutas y verduras, y tiene que haber educación alimentaria a la población y en las escuelas, además de regular que los medios de comunicación no saboteen la buena nutrición con mensajes distorsionados y publicidad. Todo eso son funciones de Estado y debe haber subsidios”.
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