n el cuarto año en que el Centro Cultural Helénico da a conocer los miércoles, en su espacio de La Gruta, a creadores escénicos noveles, bajo el rubro de Ópera Prima, se presenta Gardenia club según una idea de la directora Lila Avilés con dramaturgia de Eloy Hernández M., quien funge también como productor a través de la compañía Doble vida Teatro. La publicidad que se hace supone que el público se encontrará en un salón de baile de los años 40, desde luego del siglo pasado aunque eso no se indique, y de inmediato se piense en una lectura fresca pero informada de lo que pudiera ser la época, algo así como la concepción que un joven pueda tener de Cada quien su vida, el melodrama de Luis G. Basurto que al parecer todavía tiene vigencia –en los años 60 del siglo XX originó que muchos se refirieran a las prostitutas como tacón dorado
– y que, se dice, fue origen de la comedia musical Aroma de gardenias que nunca vi, pero ambas pueden ser el núcleo de la idea de la directora.
Por desgracia, aquí nadie parece haberse preocupado por investigar, así sea someramente, las costumbres de los años 40. Pienso si en esos tiempos, apenas 30 años después de la historia de los 41 y en décadas en que muchas costumbres se conservaban, podía existir tan libremente y exhibiéndose entre la concurrencia, que en algún momento se trata de machista, un travesti declarado y con ademanes e indumentaria que lo corroboran sin ser golpeado o algo peor. Esto lo ignoro, aunque me inclino por la negativa, pero en cambio tengo la certeza de que ni hombres ni mujeres se atreverían a hablar tan abiertamente y dirigiéndose al público, no ya de las funciones sexuales, sino de los órganos en que éstas se asientan primordialmente, por algo se inventó el albur. Tampoco el vestuario, el maquillaje y los peinados, ni siquiera toda la música, corresponden a esa década, o el nombre del salón –en esos años se prohibían los nombres o títulos en inglés– por lo que para mí, que ya era una adolescente entonces, la elección de los autores me resulta un misterio.
Eso sería lo de menos si hubiera alguna consistencia en la dramaturgia. De los monólogos –que se dan entrecortados por la música en vivo y los bailes de las parejas en donde cada uno de los personajes narra su vida amorosa, tras de que, en un principio, los actores corretean entre el público preguntando: ¿Conoces a tu media naranja?– se pasa de pronto y sin aviso a lo que podría ser la guerra de los sexos en un representante de cada género esgrime, sin pudor, las características que le otorgan supremacía. La incoherencia del texto se disimula con un truco escénico que consiste en sacar a bailar a espectadores y espectadoras o pedir a los señores del público que pasen a la parte trasera del escenario, amontonados como puedan, mientras las mujeres nos quedamos en nuestras butacas en lo que se supone es un enfrentamiento que se borra con bailes de las parejas “con el fin de recuperar el contacto humano que en la actualidad la sociedad ha perdido por el constante uso de las tecnologías…” A pesar de los cuchicheos en el oído de los espectadores y las propuestas de bailar, no hay magia, no hay verdad, creo que es difícil asumir que se está en el salón, a pesar de lo anterior y de que a la entrada se obsequie un vaso de vino. La deshilvanada historia es traducida escénicamente en un deshilvanado montaje.
La escenografía consiste en gardenias repartidas por todas partes y el letrero luminoso de Gardenia club
. El desempeño de actrices, actores (Alma Chávez, Alma Zavala, Andrea Riera, Arturo Báez, Eduardo Tanús, Gilberto Dávalos, Eliseo Lara, Miguel Alvarado, Natalia Nalino, Valeria Maldonado) el músico Roberto González y el cantante Eliseo Lara, es bueno en lo que corresponda a las actrices y actores que vi, ya que alternan funciones. Es bueno ver lo que hace la nueva generación aunque los resultados sean fallidos y también escribir sin falsos paternalismos que en nada ayudan a los jóvenes.