a Cineteca Nacional interrumpe hoy funciones en su espacio habitual para trasladar y repartir su programación en sedes alternas, en diversos puntos de la ciudad (ver: www.cinetecanacional.net) hasta el momento de su reinauguración, cuando se haya ampliado y modernizado, hacia agosto próximo. Entre sus últimas propuestas de programación antes del cierre temporal figura el arranque de una formidable retrospectiva del realizador suizo de lengua francesa Alain Tanner, la cual habrá de proseguir en la recién renovada sala Molière del Instituto Francia-América Latina (IFAL), a partir del martes próximo.
El ciclo de Tanner, cineasta muy en boga entre los cinéfilos en los años 70, lo integran 14 largometrajes y dos cortos, casi la totalidad de su obra, y sólo se deja sentir la ausencia lamentable de El regreso de África (1973), reflexión poética y agridulce sobre los límites del pensamiento utópico. Las primeras películas del director aluden de modo muy pertinente al espíritu de revuelta juvenil de finales de los años 60, el cual cobra actualidad y atractivo para muchos jóvenes espectadores en esta nueva época de ocupas y activistas indignados.
Carlos, vivo o muerto (Charles, mort ou vif, 1968), su primera obra, es el señalamiento mordaz de una quiebra de valores espirituales en una próspera nación suiza entregada de lleno a la especulación capitalista. Su protagonista, un industrial harto de la rutina laboral y de la mezquindad ambiciosa de su hijo y socio en la fábrica, decide abandonar su hogar y su ciudad, vagar por las rutas y pernoctar en hoteles de paso, elegir el anonimato y vivir al borde de la indigencia, hasta que descubre a una pareja de amantes bohemios y despreocupados, vagamente anárquicos, bucólicamente dichosos, a lado de quienes emprende una vida totalmente opuesta a lo antes conocido.
El protagonista, François Simon (hijo del legendario actor francés Michel Simon), brilla en cada escena de esta fresca parábola de la marginalidad libremente elegida. Los símbolos de una sociedad de consumo son ahí literalmente lanzados al abismo y el gusto del absurdo y un humor cáustico se vuelven barricadas contra el hostigamiento de una sociedad satisfecha.
Algo similar sucede en La salamandra (1971), donde Rosemonde (formidable Bulle Ogier), obrera en una fábrica de embutidos, decide súbitamente romper con su opresiva rutina laboral y compartir la existencia de dos escritores algo estrafalarios interesados en investigar un suceso de nota roja en el que ella habría estado involucrada. Rosemonde es la salamandra que atraviesa por todas las pruebas del fuego sin perder la piel y sin quemarse. Renuente a aceptar el adecentamiento burgués, el compromiso amoroso y las disciplinas laborales, la joven vive un ideal de libertad absoluta a través de la provocación y la revuelta. En esta cinta, en cuyo guión colabora el escritor John Berger, el realizador concentra en un personaje femenino carismático e inasible parte del espíritu libertario de mayo del 68.
Esta salamandra del inconforme cineasta tendrá tiempo después una transfiguración novedosa. Messidor (1979) propone el itinerario de dos chicas adolescentes, una estudiante suiza de historia y una empleada rural francesa, que luego de coincidir en la carretera pidiendo aventones con rumbo indeterminado, se vuelven amigas inseparables y deciden probar lúdicamente su capacidad de resistir a las adversidades de un vagabundeo muy precario a lo largo de todo el territorio suizo. Este road movie iconoclasta que incluye una trama con tintes de nota roja, falsos asaltos a mano armada, persecución policiaca y el elogio de una camaradería femenina, que lo mismo derriba obstáculos que prejuicios sociales y agresiones machistas, se vuelve una interesante radiografía de la sociedad insular suiza, con su culto al orden y a la seguridad, sus miedos y paranoias, y su desconfianza ante la novedad y lo diferente. Una mirada crítica y poética que remite a Pierrot el loco (1965), de Godard, anticipando también Un final inesperado (Thelma & Louise, 1991), de Ridley Scott.
La fotografía de Renato Berta (camarógrafo cómplice de las primeras cintas de Tanner) es memorable. De la primavera del 68, Alain Tanner nos conduce a un nuevo verano de los inconformes, el Messidor del calendario francés revolucionario instituido en 1792 para eliminar toda referencia religiosa y reforzar el espíritu republicano. Sirvan estos breves apuntes para incitar al espectador a descubrir o disfrutar de nuevo una obra romántica a todas luces visionaria.
Messidor se exhibe hoy en la Cineteca Nacional, en la sala 3, a las 18 y 20.30 horas, y el próximo jueves se proyectará en la sala Molière del Instituto Francia-América Latina, a las 16 horas.