Opinión
Ver día anteriorDomingo 15 de enero de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Los demonios de Tasmania
T

asmania es una tierra ignota, llena de animales y hombres legendarios. Fue poblada por convictos ingleses, escoceses, galos e irlandeses y unos cuantos soldados y administradores coloniales. Eran migrantes forzados, especialmente diseñados para el trabajo rudo de hacer puentes, caminos y edificios. Luego de años de condena por haber robado una hogaza de pan salían libres para conquistar un territorio inmenso, desértico, habitado por aborígenes a los que se podía explotar y expoliar.

Una parte de la historia de Australia se construye a partir de las prisiones y los convictos. Y así lo reconocen públicamente en una cadena de museos y sitios arqueológicos donde se recupera una historia negra del sistema imperial inglés, que habitaba sus territorios lejanos y despoblados con los desechos humanos generados por la sociedad industrial.

La otra parte de la historia la construyen los niños y niñas que también eran migrantes forzados para trabajar en las granjas y en el servicio doméstico. Miles de niños, dizque huérfanos, eran separados de sus familias por las instituciones de caridad y llevados a Australia, Canadá y Rodesia para educarlos en granjas, donde supuestamente tendrían mejores condiciones de vida y un futuro prometedor.

Las historias de vejaciones, abusos y violaciones eran el pan cotidiano de miles de niños desarraigados y que se integraron luego, no sin dificultades, a la sociedad australiana. Así es reconocido públicamente en el Museo de la Inmigración de la ciudad de Melbourne, en una exposición tan realista como desgarradora.

Pero los australianos no esconden su historia, por más negra que sea: la asumen, la publican, la aceptan y la estudian. A partir del reconocimiento de esta historia peculiar, en parte heredada del sistema imperial inglés y en parte propia, encuentran motivos de liberación, independencia y optimismo.

Como se sabe, los australianos prefieren asumir su origen social popular, libertino y disoluto que el modelo contrario de la migración inglesa hacia América, poblada de puritanos, lores y fanáticos religiosos. La migración forzada de presos comunes, incluidos algunos presos políticos, y de niños y niñas desarraigados, construyó una nación pujante y emprendedora, pero sobre todo una sociedad de hombres libres y ciudadanos libertarios.

Esto no quita que tengan una deuda histórica y ancestral con la población aborigen. Que en cierto modo están tratando de corregir. En Sidney y en Melbourne los principales museos tienen salas enteras de arte aborigen contemporáneo, no sólo recuerdos arqueológicos de los tiempos idos.

En Sidney cada año se celebra un ciclo de conferencias sobre las ideas peligrosas. Y participan los más destacados intelectuales, periodistas y profesionales de diferentes ámbitos. Se discute obviamente sobre los derechos de homosexuales y lesbianas. Sobre la comida chatarra y por qué la sociedad se ha empeñado en envenenar a las siguientes generaciones; los futbolistas australianos, que no son modelo para la juventud (¿y cómo podían serlo si tienen dinero y han sido entrenados para ser agresivos y ganar a toda costa?). Obviamente, fue invitado Julian Assange, de Wikileaks, quien eligió a La Jornada para publicar los informes clasificados sobre México.

Y el festival se realiza no en un oscuro salón universitario, sino en el auditorio más grande de la legendaria Opera House, en el corazón de la cultura australiana. Por eso no llama la atención que en Octubre para una conferencia de Noam Chomsky, en Melbourne, asistieran más de 5 mil personas y muchos se quedaran sin boletos para entrar.

Si uno va de turista a Australia obviamente es difícil coincidir con estas conferencias o festivales, pero no se puede dejar de visitar el MONA, el Museun of Old and New Art, ubicado frente a la bahía de Hobart, en Tasmania. Es el museo particular de David Walsh, un millonario y excéntrico australiano que ha sabido conjuntar obras maestras de la antigüedad y otras de tremenda actualidad.

El MONA es un museo transgresor que rompe con todos los esquemas imaginables. Con una arquitectura notable y en un lugar increíble, se ingresa al museo cruzando una cancha de tenis. Desde ahí empieza el desconcierto. Lo primero que se encuentra el visitante, después de bajar al sótano donde empieza la exposición, es una o varias salas con sofás y asientos al lado de un bar.

Sí, un bar, con una barra llena de todas las bebidas imaginables, donde los visitantes pueden tomar una trago. Se dice que es para entonarse, desinhibirse y asumir con espíritu nihilista el recorrido del museo. La colección de arte antiguo va de Egipto a la India, de China a México y Costa Rica. Esta última está representada con un metate prehispánico, que precisamente fue el origen de la colección. El arte nuevo está representado por los artistas más transgresores, como Jenny Saville, Marc Quinn, Chris Ofili o el chileno Juan Dávila; con los artistas más tecnologizados del planeta, como Julius Popp y su obra Bit Fall; con el fotógrafo Bruce Nauman y los artistas hiperrealistas que modelan sobre el cuerpo humano, como Ah Xian.

Pero no sólo se exponen las obras, también se presentan los comentarios de los visitantes y de los críticos. Muchas opiniones son rotundamente controvertidas y hasta ofensivas, para la obra en cuestión y el museo mismo. Pero ahí están, a la vista de todos, en un MP3 o Ipod que sirve de localizador de las salas, con GPS incorporado, y donde uno puede opinar sobre la obra y al igual que en Facebook decir si te gusta o no. Luego llegan vía correo electrónico un resumen o recordatorio de las obras sobre las que se tuvo el atrevimiento o el gusto de opinar.

El MONA tiene también una colección de monedas, cada una con su historia y su razón de estar en la colección. Una de ellas es un dracma de Tolomeo II y su hermana y esposa Arsinoe, del siglo III, a la que llaman la moneda del incesto. Sin duda los demonios andan sueltos en Australia.