a cultura neoliberal ha tratado de impedir, hasta ahora con poco éxito, que los trabajadores se organicen en sindicatos y en asociaciones diversas. Ante su fracaso, han optado por mediatizar, corromper, confundir y dividir, creando una mala imagen hacia los verdaderos y auténticos líderes sociales y sindicales.
Desafortunadamente la ambición y la falta de principios y valores, además del poder del dinero, han encontrado a algunos individuos que se han prestado a convertirse en títeres de las clases dominantes, llegando a integrarse como una sola entidad entre los corruptores, los traidores o entreguistas y los funcionarios públicos cómplices de esta estrategia perversa e inmoral. Pero esta conducta sólo ha generado una de las desviaciones degradantes de la vida sindical, empresarial y gubernamental. La verdadera lucha de los trabajadores por la unidad, la lealtad y la solidaridad de clase va más allá, está muy por encima de la maldad y las complicidades desmedidas.
El futuro del sindicalismo no está en juego porque la tendencia general y natural de las relaciones laborales es y será siempre a organizarse en libertad para defender y proteger los derechos del trabajo y humanos, desde una perspectiva de solidaridad y fuerza común para que los sistemas de producción se desarrollen con tranquilidad, eficiencia y equidad.
El gobierno actual y los empresarios ambiciosos e insaciables no se han dado cuenta que el mundo los está rebasando y que están siendo expuestos como los verdaderos culpables de un fracaso económico y social que tendrá sus repercusiones en la evolución inmediata de la sociedad. Ese grave error lo ha ocasionado la misma falta de seguridad y confianza en sí mismos, de sensibilidad, de visión y de preparación de los dirigentes políticos del país y de muchos hombres de empresa que no han permitido una mayor intervención de los trabajadores en la planeación y en las decisiones productivas.
El próximo gobierno tendrá el enorme reto de corregir el rumbo y cambiar la política económica, fría y deshumanizada, por una que verdaderamente atienda, corrija y resuelva las necesidades e injusticias que padecen los mexicanos y que haga más equilibrada y racional la actividad de la nación.
El modelo tradicional de producción en México ha llegado a su límite. La economía no puede continuar creciendo con base en esquemas que privilegian la concentración ilimitada de la riqueza en unas cuantas manos y la explotación abusiva de la mano de obra. Pero el país no puede esperar y tolerar más hasta el punto en que la ignorancia y la arrogancia de unos pocos destruyan las esperanzas de la inmensa mayoría que desea un cambio a profundidad.
El diseño de una nueva estrategia tiene que ser a fondo –al igual que en algunos países como China, India, Brasil, Japón o Argentina entre otros–, donde las nuevas relaciones de producción tendrán que basarse en conceptos mucho más claros de responsabilidad social y de responsabilidad compartida entre los empresarios y los trabajadores, en toda la gama de las fuerzas productivas de la sociedad, donde se dé una apertura para incorporar formas alternativas o modelos novedosos de participación.
México requiere y va a requerir cada vez más, de una nueva filosofía del trabajo, que esté apoyada en el respeto, en la dignidad y en la intervención de los trabajadores en los procesos, planes y programas, así como en las estrategias con el esquema del crecimiento compartido. El país necesita adoptar un modelo en el que todos los empresarios vean al trabajador como un socio y no como un simple objeto de explotación o un instrumento de operación. Es necesario, al tomar las decisiones y las iniciativas, que tengan y desarrollen una mayor confianza en los propios trabajadores, quienes están preparados con su conocimiento y experiencia, con lo cual serán capaces de contribuir a un crecimiento equilibrado de la producción y a una mayor justicia.
Con esta nueva filosofía del trabajo los beneficios obtenidos se convertirán en ganancias sociales que pudieran reinvertirse en crear más empleos, fuentes y centros de trabajo, así como en una mayor eficiencia y productividad y en un desarrollo de la actividad económica con mayor equidad.
En México se ha hablado mucho de aplicar una cultura laboral, pero se ha impulsado una que está más enfocada a contener los salarios y a detener el poder adquisitivo de éstos y, por tanto, el consumo y la demanda económica de los trabajadores en el mercado, cuando debiera ser al contrario, un modelo que estimule al mercado con mayores remuneraciones y participación, ligado a estrategias específicas de productividad, para mejorar y fortalecer el poder adquisitivo de los asalariados, la capacidad de consumo, la demanda económica y el bienestar general de la población.
En otro ángulo, lo que necesitamos es una nueva cultura patronal que entienda y respete al trabajador, que a la vez comprenda la propia responsabilidad social, que no obtenga concesiones o beneficios de la sociedad sólo para lograr el objetivo de la ganancia máxima. Debe garantizarse que prevalezcan la justicia, la dignidad y la búsqueda real de la mayor felicidad posible de los trabajadores, con lo cual todos se benefician.
Esto es lo que he venido postulando como la esencia del nuevo sindicalismo del siglo XXI, que supone una nueva filosofía del trabajo y una nueva política económica.