Lunes 9 de enero de 2012, p. a35
Al abrir la computadora para buscar cierta imagen, encuentro dos fotos de Armando Rosales El Saltillense. En la primera, aparece en calzón de baño Jorge de Jesús Gleason, toreando con una tabla de surfear a una res bien puesta de pitones, que le embiste en el límite entre la espuma del mar y la arena de la playa, con las olas del Pacífico como telón de fondo.
El Saltillense debió tomarla hacia 2007. La idea surgió cuando el documentalista Juan Carlos Rulfo, y el propio Gleason, se pusieron de acuerdo para filmar la escena en la costa de Jalisco. El torero consiguió el novillo, que estaba en puntas, y Armando Rosales fue invitado como testigo de honor.
Al citar de frente, con esa tabla roja por un lado y blanca por el otro, El Glison extiende ambos brazos, parado sobre la punta de los pies, embarcando al animal por el pitón derecho. El Saltillense oprimió el obturador justo en el momento en que el peludo voltea a ver al torero y...
En la segunda foto, la tabla, vista del lado rojo, vuela hacia el margen izquierdo del cuadro, en tanto el novillo, en el centro de la imagen, sostiene al torero por la cara interna del muslo izquierdo, con el diamante del pitón derecho. Ahora, ante ese testimonio que ratifica la inmensa calidad profesional de Armando Rosales, recuerdo una vez más el truco que me enseñó para saber si un toro acaba de dar una cornada o simplemente levantó en vilo a su oponente sin desgarrarle la carne.
Es muy fácil
, me explicó. “Miras por el visor de la cámara y enfocas la punta del cuerno en close-up. Si brilla, es que está empapada en la grasa del cuerpo humano y, por tanto, desgarró la piel y los músculos. Si no brilla, es que fue un simple susto. Mucha gente cree que después de una cornada el pitón está rojo de sangre. Mentira: brilla de grasa humana”.
El desenlace de aquella aventura, de la cual subsisten dos fotos de Armando Rosales, fue una verdadera pesadilla para El Glison. Con un boquete en la pierna izquierda y una hemorragia contenida por un pañuelo en forma de torniquete, tuvo que viajar 100 kilómetros por carretera hasta el hospital donde un médico lo operó de emergencia.
A un mes de la muerte de El Saltillense, la burocracia de las instituciones culturales sigue sin acusar recibo del deceso de este gran artista plástico, en cuyos archivos hay miles de imágenes que merecen el honor de ser impresas en forma de libro y dadas a conocer no sólo al público especializado en la estética de la fiesta brava, sino también a las nuevas generaciones de fotógrafos de prensa.