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Mis tres libros
M

uchos escribieron sobre el incidente de Enrique Peña Nieto en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Y muchos aficionados a la lectura nos preguntamos también si hubiésemos podido recitar de improviso títulos y autores de tres libros que nos hubiesen marcado para siempre. La pregunta fue capciosa porque, para quienes han leído, los años borran títulos y autores. Y a quien no ha leído nada le complica todo. Lo obliga a remontarse a la secundaria, donde había que leer por obligación. De ahí que, bajo esa presión, cualquiera conteste lo primero que le venga en mente, ¡como la Biblia!

Es evidente que el periodista que interrogó al candidato actuaba de mala fe. Armó una emboscada con tintes electorales; una pregunta destinada a comprometer al priísta y beneficiar a algún otro contendiente. Sólo que no es el estilo de AMLO. Él es más directo. El ardid se acerca más a las marrullerías de los asesores extranjeros que ha usado Felipe Calderón, porque es él quien anda en campaña, persiguiendo la tercera presidencia panista.

Habría que hacerle la pregunta a Calderón mismo, a quien Miguel Ángel Granados Chapa describió en 2007 como hombre de pocos libros, cuyos discursos y artículos (carecen) del tono superior que sólo da la cultura. Ante la presión de una periodista tan incisiva como Denise Maerker, quien investigaba el fraude electoral de 2006, no se necesitaba haber contestado haiga sido como haiga sido para enseñar el cobre.

Para escoger tres libros significativos se necesitan tiempo y reflexión. A mí me tomó poco escoger el primero: La filosofía actual, de J. M. Bochenski, una encantadora introducción al mundo de las doctrinas filosóficas. Se inicia con los presocráticos, que explicaban el mundo en función de alguno de los elementos naturales, y termina con la fenomenología de Husserl. Lo leí en preparatoria, y marcó para siempre mi interés por la lectura.

Escoger el segundo libro me tomó un par de días. Opté por las obras del poeta mexicano Enrique González Martínez, autor de El cóndor prisionero, que utilicé muchos años después para describir a un subcomandante Marcos que parecía llegar siempre tarde a sus citas con la historia: bit.ly/sgvDvt. Dije que era un actor consumado “que disfrutaba la imagen nostálgica del guerrillero a la Che Guevara”; un actor que dejó pasar su momento, y que en 2006, marchando desgarbado en Paseo de la Reforma en una tarde lluviosa, rodeado de granaderos, estudiantes y operadores políticos, parecía la imagen misma del cóndor prisionero del poeta. Mostraba, igual que el prócer de la altura en cautiverio, la triste figura de un buitre contemplado con un vidrio de aumento...

El tema está de moda. El País publicó en días pasados un artículo titulado Léase antes de gobernar: bit.ly/sLQPD4. En él, filósofos, politólogos e historiadores españoles recomendaban lecturas para el liderazgo ideal. Isabel Burdiel, premio Nacional de Historia, recomendó Algo va mal, de Tony Judt (Taurus): una pequeña joya sobre los estragos del mercantilismo actual, que se está convirtiendo en clásico en ambos lados del Atlántico.

Más cerca de nosotros estuvo la catedrática Amelia Valcárcel. Se preguntó antes de contestar: ¿Lecturas, para un político español? (parece que habla de los nuestros). Coincidió con algo que dije en 2008 sobre la incultura de nuestros políticos, en el que comparé a Dominique de Villepin (poeta, historiador y ex primer ministro francés) con Vicente Fox (bit.ly/tAnz1E).

Valcárcel dice que en París se ha encontrado dos veces a De Villepin comprando libros, y en España jamás ha visto a un político en una librería. Les da el beneficio de la duda: será que no voy a las buenas.

En lo que todos coincidieron fue en la falta de previsión de los asesores de Peña Nieto. Bernardo Bátiz, ex procurador del Distrito Federal, bibliófilo, abogado, con maestría en derecho y columnista de La Jornada, resolvió el problema en un artículo titulado La ciudad y los libros: bit.ly/sVY8Eg. Con la prosa esmerada que le caracteriza, recomendó excelentes lecturas para quienes aspiren a gobernar la ciudad. Sugirió obras clásicas de autores como Toribio de Benavente y Bernal Díaz del Castillo. Recomendó familiarizarse con los murales de Diego (no toda la cultura viene de los libros. También del arte: un área olvidada por los presidentes panistas).

Mi tercer libro se resistió un poco más. Tres obras recientes compitieron: Algo va mal, del que ya hablé, y Aprender a vivir (Taurus), de Luc Ferry. El autor, con arte de novelista, explica la aventura del conocimiento: de cómo el cristianismo sustituyó al mundo mágico de los filósofos griegos y se sostuvo en la cúspide del pensamiento occidental por más de quince siglos. También elegiría The hare with amber eyes, de Edmund de Waal, la historia de una influyente familia judía, como los Rothschild, cuya saga comenzó en el siglo XIX y llegó hasta nuestros días: de Odesa a París, de Viena a Tokio; el hilo de la trama es cómo pasa de manos una inmensa colección de netsuke, figuritas japonesas labradas en madera y marfil.