Absurdo
acer poesía es fácil, lo difícil es ser coherente con ella, dijo, y se puso a pensar por qué sería difícil o, según vislumbraba, tan difícil.
Y se preocupó: si en verdad resultaba tan difícil tal coherencia, aun cuando fuera fácil hacer poesía (o a él no le pareciera tan difícil), lo que no me será fácil, comprendió, es ser poeta, porque el poeta hace lo que la poesía quiere, no lo que el poeta quiere.
Pero el en verdad poeta, continuó, hace de todos modos lo que quiere, sólo que lo que quiere él no lo sabe, debe esperar a que le sea nombrado; si se apresura, si se impacienta, si se atrabanca, nada logrará, o sólo a medias. Igual o peor si hace desidia. La poesía parcial o llanamente, respecto a lo que le fue nombrado, lo abandonará.
¿Lo que el poeta quiere? Lo que el poeta necesita. Porque aunque en toda persona debe coincidir su aspiración con su más respetable (tan natural como sagrada) necesidad, en el poeta, acaso en el artista en general, sólo si en unidad se dan necesidad y aspiración, la obra podrá ser producida: nacimiento tendrá, y desarrollo y culminación.
¿Pero el poeta sabe lo que necesita? Quizá lo intuye, y nada más. Puede saber, sin duda, lo que podría servirle; no con exactitud qué necesita: esto, se inquietó un poco más el ya desazonado, nombrado debe serle.
No es uno quien a sí mismo se nombrará poeta sino la poesía la que –y eso a veces, no siempre, y menos para siempre– así, como a capricho (y hablamos, precisó, de destino), denomina a alguien –alguno, alguna– y, para decirlo en tono popular, lo pone a bailar al son que le toca (abusemos del juego de palabras: al son que en efecto le toca).
Un tanto paradojalmente, prosiguió, aun cuando le fuese no debe ser difícil para un auténtico poeta asumir lo que la poesía (que no necesariamente se comunica en palabras, aunque sí en –así los percibió, así los llamaría– mensajes) para él, un él con vocación universal, nombra. O sí, pues aun cuando la poesía se mueve, o se detecta sobre todo, en una zona densa de sentido, esa propia densidad tiene su no sé qué de sinsentido, de absurdo (se permitió la expresión) sensiblemente significante. Y a ese absurdo, lo dijo acaso de otro modo Kierkegaard, concluyó, habrá que hacerle caso.