El libro de María Rodríguez Bolufé aborda relaciones de México y la isla entre 1920-1950
Miércoles 21 de diciembre de 2011, p. 4
Poco se ha dicho de las relaciones entre dos países específicos en el campo del arte, por lo que el libro, titulado El paradigma mexicano en Cuba, resulta de suma importancia, ya que nos revela las relaciones artísticas entre México y Cuba, entre 1920 y 1950, sus procesos histórico-culturales y el alcance y significado de los vínculos entre los dos países.
En el caso de Cuba, México ha desempeñado un papel mediador asumido por los artistas e intelectuales insulares en diferentes épocas y atendiendo a situaciones contextuales determinadas. En la etapa colonial, el hecho de que la isla dependiera desde el punto de vista político, económico y religioso del Virreinato de la Nueva España durante dos siglos, determinó muchos contactos artísticos y culturales. Ejemplo de ello es la presencia de obras novohispanas de tema religioso en Cuba (actualmente se conservan en el Museo Nacional de Bellas Artes, en La Habana, un total de 19 obras).
Los intercambios artísticos entre Cuba y México continuaron afianzándose, basta recordar el ejemplo que significó para la isla la Academia de San Carlos, de México, en tanto propuesta ilustrada
que sirvió de modelo a seguir para la Academia de San Alejandro, de Cuba (1818), primera institución de este tipo en el área caribeña.
Asimismo en el siglo XIX se conoce de varios artistas mexicanos que vivieron y trabajaron en Cuba, como Carlos Torquemada y Santamaría, y de algunos pintores de la isla que se dieron a conocer en México, como el costumbrista Víctor Patricio Landaluze (1830-1889) y el paisajista Esteban Chartrand (1840-1883).
José Martí fue uno de los intelectuales cubanos que se destacó en el campo de la crítica de arte en este país; aquí definió sus conceptos acerca de lo propio
, que cristalizarían posteriormente en su trascendental ensayo Nuestra América.
El proceso de vínculos histórico-artísticos entre Cuba y México tuvo su momento enfático en la primera mitad del siglo XX, etapa en la cual muchos países iberoamericanos comenzaron a definir sus proyectos de modernidad plástica, matizados con una clara decisión de incorporar elementos nacionales para identificarse como legítimos. A esto contribuyó la situación política y social convulsa que durante esos años se vivió en América; revoluciones populares, enfrentamientos armados, con lo cual México se erigió en paradigma con su Revolución de 1910.
Todos estos aspectos se irradiaron a Cuba con gran fuerza mediante publicaciones periódicas, viajes, exposiciones de arte mexicano, entre otras vías. El ejemplo de las Escuelas al Aire Libre y el muralismo venían como ”anillo al dedo” para satisfacer las necesidades de los cubanos.
Asimismo, algunos artistas de la isla viajaron a México antes que a Europa en estos años, pues aquí contaban con las posibilidades de conocer las vanguardias europeas y la interpretación que México hacía de estos lenguajes con una propuesta visual que enaltecía la identidad nacional
.
Con este breve bosquejo histórico damos cuenta de la importancia del libro de Olga María Rodríguez Bolufé, que profundiza sobre las relaciones artísticas entre Cuba y México, entre 1920 y 1950.
El papel de las revistas
Rodríguez Bolufé documenta ampliamente sobre el importante papel que jugaron las revistas modernas cubanas en la difusión del arte mexicano, así como de las propuestas de modernidad durante esos años. Por ejemplo, la revista Social, que asumía una postura de plena identificación con el proyecto cultural mexicano. Social manifestaba una sorprendente sincronía con lo que estaba sucediendo en el contexto artístico mexicano y trasladaba a Cuba las preocupaciones y valoraciones de la pintura mural. Figuras como Diego Rivera, Carlos Mérida, José Clemente Orozco, Roberto Montenegro, David Alfaro Siqueiros, entre otros, colaboraron en la revista haciendo referencias sobre el panorama artístico mexicano de la década de 1920 y su proyecto de crear un arte nacionalista y moderno.
En la revista Cuba contemporánea (1913-1927) se descubría a menudo el panorama artístico del México de 1920. Ahí encontramos mencionadas dos escuelas
; la de México y la de Guadalajara, como fuentes de la nueva ideología artística del país.
Así, innumerables revistas se ocuparon del paradigma mexicano: Bohemia (1910-hasta la actualidad), el suplemento literario Diario de la Marina (1922-1930) y Orígenes (1944-1956), entre muchas otras.
Rodríguez Bolufé también habla de importantes relaciones intelectuales, como la de Vasconcelos con Cuba, y la de Julio Antonio Mella con México, ambos inmersos en la confluencia de los cambios culturales y sociales ocurridos tanto en la isla como aquí.
En el libro descubrimos tres figuras clave que constituyeron un puente de sumo interés entre el arte mexicano y el contexto cubano; tres figuras que se analizan particularmente en el volumen y que responden a tres miradas críticas diferentes del arte de México: Juan Marinello, Alejo Carpentier y Loló de la Torriente. Unidos por un factor común; el respeto y la admiración hacia los proyectos culturales renovadores.
Mucho aportó México a artistas, escritores e intelectuales, basta mencionar a Alejo Carpentier, quien publicó sus novelas en el país. Bien sabemos que Carpentier había quedado atrapado por el dramatismo de la Coatlicue, los diseños de los templos de Mitla, la magnificencia de Teotihuacán, el barroquismo de las cresterías mayas, los altares de iglesias incendiadas
por los titanes del muralismo y el colorido del arte popular mexicano; componentes insólitos que reforzaban sus concepciones de lo real maravilloso como elemento esencial de la cultura mexicana.
Estos son sólo unos atisbos de los temas que aborda este importante libro, que reconoce cómo el arte mexicano se erigió en paradigma para los artistas cubanos, más allá del muralismo, y se adecúa al entorno cubano.