l domingo, víspera de la fiesta de la Virgen de Guadalupe, ocasión que, como la del 15 de septiembre, la comunidad mexicana en París aprovecha para reunirse, pasé a Nôtre Dame a verificar que la tradición se perpetua. La ceremonia, más allá de su aspecto religioso, se aparenta a una fiesta, casi pagana, donde los mariachis son los reyes. En París, nadie espera ver peregrinos de rodillas en las calles.
Apenas las cinco de la tarde de un otoño agonizante: la luz mortecina del crepúculo da sus últimos suspiros en un combate perdido de antemano contra la noche y la todavía pálida iluminación eléctrica que emana de ventanas y vitrinas. Camino a Nôtre Dame, veo vacíos los cafés de costumbre repletos a esas horas. ¿El frío, la crisis? En todo caso, ni la hora, ni en domingo. Ni la temporada que es la de compras navideñas.
El viento helado recrudece al pasar el Sena. Un pino de 20 metros, cubierto de luces azules y estrellas plateadas, brilla centelleante en la plaza de la catedral. En el interior de la nave, las filas de turistas recorren los pasillos. Como el resto del año, junto a un corredor lateral, el altar de la Virgen de Guadalupe es el más iluminado por decenas de veladoras, cuyo costo de cinco euros no desalienta la generosidad proverbial de sus devotos. Algo más lejos, se puede ver una especie de instalación artística de estilo moderno: un nacimiento con las figuras de la Virgen y san José casi de tamaño humano junto a una fuente brotante retiene a los visitantes, quienes se aglutinan también alrededor de un gigantesco candil de 10 metros de diámetro bajado para su restauración. Un letrero informa de los trabajos emprendidos para la renovación interior de Nôtre Dame.
Deberé volver al día siguiente: la ceremonia tendrá lugar la fecha exacta. Al residir en el barrio, no tengo más que atravesar un puente. Regreso por la rue de Bièvre. Al pasar frente a la casa donde vivía Danielle Mitterrand, veo un ramo de flores ya secas en el portón. Parecen hablar en un murmullo de una época terminada.
En la place Maubert, estacionan varios furgones de la gendarmería. Su presencia se debe a que unas 200 personas desfilan hacia Saint-Nicolas du Chardonnet, la iglesia donde se reúnen los católicos integristas
. Dada la tensión entre religiones, extremistas religiosos, anticlericales y otros, las autoridades prefieren prever que lamentar. Días antes, un grupo de extremistas católicos protestaron con violencia por las blasfemias contra Jesucristo en una pieza de teatro denominada Gólgota, picnic. En respuesta al despliegue policiaco, católicos no integristas manifiestan ahora contra la blasfemia. Como si no bastara con los extremistas de otras religiones...
El 12 de diciembre, dos guardianes impiden la entrada a la catedral. Alegan obedecer a las órdenes: la catedral cierra a las 18:30 horas. Visiblemente, el clima de tensión relativo a la seguridad pública se agudiza. Pero nada impedirá a los fieles esperar lo que vienieron a buscar: ¡los mariachis! Al fin salen a la plaza. Terminan los cánticos religiosos. Las canciones rancheras se suceden: Guadalajara, El Rey, Jalisco. Unas 400 personas se protegen del frío aglutinándose, bailando, cervezas y tequila circulan. Una mujer vende tamales que la gente se arrebata. Llega una patrulla. Preguntan quién es la Virgen de Guadalupe. No, no es una militante ni una peligrosa terrorista. No, las guitarras y las trompetas no disimulan bomba alguna. Tranquilizados, los polis se retiran unos metros, vigilan de lejos. Hay temor en el aire helado. La política se mezcla de todo en periodo prelectoral.
La resurgencia del fenómeno religioso es perceptible en Francia y Europa. La presencia de minorías musulmanas, el repliegue en su identidad de comunidades, explotado por extremistas de todas clases, presentan un peligro que, paralelo a la crisis, oscurece el horizonte de una Europa inquieta.
El cielo está nublado en París.