n los meses previos a la jornada electoral de julio de 2012 los mexicanos estaremos bajo una lluvia (o un tormenta) de promesas de los diferentes candidatos a la presidencia de la República, entre las que no faltarán las relacionadas con el desarrollo de la ciencia y la tecnología. Esto ha ocurrido cada seis años desde que recuerdo. Pero a pesar de las buenas intenciones, plasmadas en los voluminosos planes nacionales de desarrollo del candidato que resulta ganador –para cuya elaboración se invita a científicos y tecnólogos muy prestigiados, a los que francamente se les hace perder el tiempo–, la realidad es que las promesas no se cumplen, porque en la naturaleza de la mayoría de los políticos habita la mentira, y el resultado tangible es que el país no avanza en estos campos.
Tomemos como ejemplo el gasto en ciencia y tecnología. Desde los años 70 del siglo pasado, los gobiernos priístas ya habían planteado la meta de alcanzar el uno por ciento del producto interno bruto (PIB) para estas tareas, como quedó asentado en el Programa Nacional de Ciencia y Tecnología en el gobierno del presidente José López Portillo, propósito que en ese momento, y durante todas las administraciones del PRI que le siguieron, no se logró. Luego llegó la alternancia, y con ella el gobierno de otro partido, el PAN. El presidente Vicente Fox ofreció que en su administración se alcanzaría el uno por ciento del PIB (específicamente en 2006). Tampoco se cumplió. Por su parte, el licenciado Felipe Calderón prometió jugársela
por el desarrollo científico y tecnológico nacional, y en su plan de desarrollo se comprometió a que México sería el líder en América Latina en estos campos (estrategia 5.5), algo que, por supuesto, no cumplió.
De acuerdo con los datos de la Oganización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), al final de la última administración priísta (1999), México ocupaba el último lugar entre los países miembros de esta organización con el 0.39 por ciento del PIB para ciencia y tecnología. El gobierno de Fox cerró con 0.38 por ciento. En los inicios de la gestión de Calderón Hinojosa, este indicador cayó al 0.37 por ciento en 2007. Si bien no hay cifras disponibles para los últimos años del gobierno de Calderón en las estadísticas de los organismos internacionales, como el Banco Mundial o la propia OCDE, las estimaciones locales más optimistas, que no son del todo confiables, indican que se ha destinado, cuando mucho 0.4 por ciento del PIB para estas actividades. En otras palabras, lo que ha caracterizado a las administraciones priístas y panistas es el estancamiento, por lo que han sido los protagonistas y los responsables de varias décadas perdidas.
Mientras nosotros estamos atorados, el mundo avanza, y en algunas naciones emergentes, que pueden ser nuestros puntos de referencia, como Brasil (1.13 por ciento del PIB), Rusia (1.24), India (0.88) o China (1.44), se empeñan en construir un futuro promisorio para sus economías y el nivel de vida de sus pueblos, basados en el conocimiento.
Hasta aquí, puede extraerse una lección muy clara: en relación con el desarrollo científico y tecnológico los gobiernos del PRI y el PAN le han mentido consistentemente a los mexicanos. Desde mi punto de vista, sería una necedad pensar que un nuevo gobierno surgido de esos dos partidos cumpla con su palabra. Yo no se los creo, aunque lo firmen ante un notario público.
Entonces, ¿qué hacer? No queda otra opción, a mi juicio, que mirar a la izquierda. Quizá es la última oportunidad para no hundirnos irremediablemente en el atraso científico y tecnológico. Esta corriente política definió recientemente a Andrés
En el programa presentado por AMLO, elaborado por él y un grupo de muy destacados intelectuales, titulado Nuevo Proyecto de Nación. Por el Renacimiento de México quedan expresados de modo muy general algunos de los rasgos de lo que sería su política de ciencia y tecnología. Las propuestas están relacionadas con la educación y la economía. En el primer caso, considera a la educación superior y la investigación científica como un binomio virtuoso (p. 317); y en el tema que nos ocupa, los recursos para estas actividades, los vincula con la necesidad de impulsar una nueva economía. En el documento se establece un objetivo importante: México tendría que triplicar en un primer momento su inversión en investigación científica y tecnológica
(p. 167).
Como lo he señalado aquí en otras ocasiones, no hay ninguna garantía de que un gobierno de izquierda pueda llevar a México a una posición más relevante en estos campos, pero creo que a partir de las experiencias descritas, resulta ineludible desarrollar y respaldar la propuesta de AMLO.