Del ballet y sus estrellas
l pasado 14 de noviembre, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CNCA) y el Palacio de Bellas Artes presentaron al público mexicano, con bombo y platillo, a un joven bailarín mexicano que apenas hace algunos años, con su padre, buscaba infructuosamente en esta ciudad el apoyo financiero de las instancias correspondientes a fin de poder realizar estudios superiores de danza clásica en el extranjero.
Isaac Hernández, en ese entonces de 15 años, partió a los centros más importantes de la escuela clásica, en los cuales adquirió el nivel y los conocimientos que hoy le valen el reconocimiento internacional como la máxima promesa del ballet mundial, como reza en la carátula del elegante programa de mano de la gala que ofreció en Bellas Artes, en el cual también figuran una fotografía del bailarín y su nombre, inscrito en letras grandes. Esto jamás se había visto en programa alguno.
Con una gran promoción, Isaac, hoy solista del ballet de San Francisco, llenó el butaquerío de los tres pisos del recinto. Fans, amigos, colegas, en fin, tutti cuanti estaban interesados en conocer a Isaac Hernández.
En la gala se trasmitió un video de Isaac mediante una gran pantalla con imágenes, de dudosa calidad fotográfica. Habló de sus sueños y de lo importante que era para él conquistar al público de México, su amado país.
Luego de salvar constantemente los tropezones técnicos de iluminación, sonido, telones, etcétera, casi en la penumbra vimos bailar a Isaac el pas de deux del segundo acto de Giselle, después de lo cual explotó la ovación, muestra del reconocimiento, cariño y, tal vez, orgullo de muchos mexicanos de contar con una figura de tal calibre y potencial.
Después, Un momento para soñar, como se nombró a esta gala espectacular que duró dos horas y cuarto, con intermedio y todo; 14 excelentes bailarines, entusiastas y de gran calidad, mostraron sus virtudes y logros, iluminados con luz de cañón –esa redonda que sigue a las figuras–, un repertorio súper tradicional, con piezas como Flames de París, La bella durmiente, Diana y Acteón, El corsario, Romeo y Julieta y Don Quijote, mezclados con obras de autores modernos. Luego, un gran finale de toda la compañía.
Isaac Hernández, acompañado de la estupenda bailarina Frances Chung en Don Quijote, mostró el rigor casi circense de la danza virtuosa: ocho vueltas de Isaac y 32 fouettes de Chung. El teatro se caía.
Los fanáticos del ballet, enardecidos, gritaban a la menor provocación y había gente que parecía romperse las palmas aplaudiendo furiosamente a la figura de la noche, del ballet en México y a sus invitados.
Hernández, sin embargo, en una de las tres partes que bailó, precisamente llamada Un momento para soñar –de corte contemporáneo, con la coreografía deYuri Shukov–, mostró su capacidad de desempeño en otra técnica, luciendo espléndidamente hermoso y maduro.
Por lo pronto, fue muy importante ver a este joven artista. México tiene ya en las cartas el nombre de Isaac Hernández, figura armada maravillosamente a fuego lento.
Su cuerpo perfecto denota excelente conformación muscular, lo que significa que trabajó su técnica en prestigiadas escuelas, que saben cómo construir la musculatura y los huesos de un bailarín.
Isaac Hernández es ya una figura como no hay otra en el país, así como Elisa Carrillo, prima ballerina mexicana del ballet de la Ópera de Berlín y estrella, de los más importantes coreógrafos europeos de la década. Isaac va para allá; su técnica se fortalecerá pronto con la emoción del arte, así como de los secretos maravillosos que después de la técnica se deben buscar para encontrar el lugar, el coreógrafo, todo.
Saber imprimir en un Romeo y Julieta lo que Nureyev o Barishnikov sabían plasmar: personalidad, toque mágico de lo genuino, es lo que este joven valiosísimo sabe y tiene que dominar.
México realmente no se ha abocado a construir figuras de calibre pesado, o estrellas. Forma bien a mucha gente, cada vez mejor, pero la danza clásica parece estar centrada en los repertorios y las presentaciones con mucho público de lo que se repite cada año.
Nunca hemos convivido con verdaderas estrellas de la danza; no tenemos punto de referencia continuo y planeado para llegar a la diva mexicana, que vive en el espíritu de la danza clásica; parece que los años se nos han ido en la superficie, y creo que con Isaac y Carrillo salta a la vista lo que se puede lograr, pues el país, con todo y sus dramas, debe seguir trabajando, y los bailarines saben trabajar duro, sólo hay que marcar caminos y ser honestos, pues simplemente todo los apoya: el Estado, los maestros, el presupuesto... ¿Adónde vamos? Cuál es el gran proyecto para esta juventud que se desangra en la barra?
Me siento muy contenta con los logros de estos artistas mexicanos que consiguieron un lugar en las ligas mayores, así como con la solidaridad que mostraron todos los bailarines que participaron maravillosamente en esta gala inolvidable y ese público amante del ballet que por lo pronto se conforma con tres, cuatro cinco u ocho piruetas, y que tal vez se ha olvidado de la esencia: el profundo sentido del movimiento.
Hay que abandonar el capullo, la cáscara, y ser. Felicidades enormes a Isaac y a su maravillosa familia.