Vallejo, tanático
iempre es de agradecer la obra de autores que, además de su estridencia, saben conectar la pluma al corazón y a la cabeza, exhibir un tono y una reflexión capaces de recuperar para el idioma español su natural insumisión, arrebatada por una milenaria cultura de sometidos, independientemente de la geografía.
Fernando Vallejo, cuyo espíritu renacentista fue premiado en la FIL de Guadalajara, en oportuno mentís a la derecha ultramontana que sueña con imponer visiones retrógradas, pensamientos únicos y visiones tontas, es de los escritores cuya obra suele anteponer la indignación chirriante a la mesura culturalmente correcta, cuando la autoayuda de supermercado aconseja pensar positivo, sin criticar ni ofender, sobre todo a los idiotas con poder.
El grueso de su obra constituye un muestrario de juicios bochornosos para las buenas conciencias, de herejías y escarnios a valores milenarios y a jerarcas de todos colores, a los que fustiga como a ex presidentes ladrones impunes, demostrando que la lucidez individual no puede seguir en anteproyecto y que el descaro no es exclusivo de banqueros, locutores y políticos, incluido su decepcionante gallo con botas
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Su más reciente libro, El don de la vida, publicado en 2010 por Alfaguara, es otro desfile de irreverencias que en una Libreta de muertos enlista filias y fobias, así como interesantes reflexiones en torno a la muerte y el morir, sostenidas en una suerte de espiritualidad iconoclasta, de exasperada aceptación del destino mortal de cuanto ser nace en esta inconsciente e inmoderada multiplicación de casi todas las especies, aunque ninguna tenga derecho
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En la obra dialogan los dos personajes: “¿Y qué es la Muerte, pues? Es el sueño sin sueños… Si la Muerte es el sueño sin sueños, entonces según usted nos morimos todas las noches. Sí”. Metafísico del descreimiento, Vallejo hace decir a uno de los protagonistas: “¡Y al diablo con la Biblia y el Corán, que Dios no le puede hablar al hombre porque el lenguaje es sucesivo y Dios es inmutable y está quieto! Si Dios entra en el jueguito del Tiempo se jodió… Vamos a suponer que en un momento dado de su eternidad Dios creó al mundo: pues en ese instante mismo dejó de ser el que era y pasó a ser otro. Antes de la creación lo que había era un Dios no creador. Y después de ella pasa a haber un Dios creador. ¿Cambió, o no cambió? ¿Dónde está entonces la inmutabilidad de este viejo?”