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Toros
Matar la fiesta, crimen de lesa humanidad
 
Periódico La Jornada
Lunes 5 de diciembre de 2011, p. a46

Recibir a porta gayola, en los medios, al hilo de las tablas. Desmayar los brazos, abrir el compás, cargar la suerte, quitar por verónicas, gaoneras, chicuelinas, orticinas, tallaferas, saltilleras, caleserinas. Rematar a pies juntos con la revolera, una media, un manguerazo de Villalta.

Llevar al caballo un pavo de cinco yerbas, un utrero, un marrajo, un morlaco, un matalote, un berrendo, un cárdeno, un sardo, un negro zaino o bragado, un castaño ojo de perdiz, descarado, playero, cubeto, brocho, rabilargo, con morrillo de astracán.

Mirarlo recargar en varas, sacar la casta, crecerse al castigo, dormirse bajo el peto, o encogerse, rajarse, huir. Ir al zarzo por los palitroques, los reguiletes, los garapuyos. Clavar al cuarteo, al quiebro, de poder a poder o a toro pasado, asomándose al balcón o rejoneando a pie, como los buenos maridos, o salir galleando como El Gallo.

Pedir permiso, brindar a todos, a alguien, a nadie. Saludar con estatuarios, ahormar la embestida, doblarse, caminarle hacia las afueras combinando el trincherazo y la firma, y rematar, como le gusta a Cueli, de pitón a rabo. Fijarlo, marcarle los tiempos, pararle, templarlo y mandarlo, torearlo en redondo, por abajo, corriendo la mano, acompañando el viaje con la cintura, ligando con la panza, tragando leña, como dice Páez, o aliviándose con el pico.

Rodar por la arena luego de ser trompicado, encunado, volteado, cornado, cogido y no mirarse la ropa al volver a la guerra, o ser rescatado por las asistencias y llegar al hule sin pulso. O regresar con un torniquete en el muslo y adornarse con molinetes, péndulos, arrucinas, manoletinas, dosantinas, abanicos. O darle lidia de manso en tablas, o tocarlo de pitón a pitón y en un desplante hacerle el teléfono.

Perfilarse para la suerte suprema, hacer la cruz porque si no te lleva el diablo, matar recibiendo, de volapié, hundiendo el acero en la yema, o en el rincón de Ordoñez, o dejando una media largatijera, una estocada trasera y contraria, un pinchazo, o calándolo con la muerte del estoque para disfrazarlo involuntariamente de general antiguo.

Aunque resulte difícil creerlo, hubo una vez en que estas y muchas otras expresiones similares significaron algo para ricos y pobres, cuando la de los toros, sin duda, era la más erudita de todas las fiestas, no este bodrio circense al que Herrerías y Televisa la han degradado, perpetrando un crimen de lesa humanidad, un crimen cultural, por el cual también deberían ser juzgados en La Haya.