Desea olvidar que se desempeñaba como sepulturero en Juárez
Este sábado participará en el torneo ¿Quién pinta para la Corona?
Viernes 2 de diciembre de 2011, p. a19
Nunca quiso saber nada de los muertos que enterraba en las fosas del panteón de San Rafael, en Ciudad Juárez, Chihuahua. El boxeador Abdiel Ramírez prefería no enterarse de las causas por las que llegaban a ese desértico paraje en la ciudad más violenta del mundo, donde trabajaba como sepulturero. Sólo deseaba echar tierra y terminar la jornada lo antes posible.
Incluso hoy no le gusta recordar esos tres meses en los que trabajó en el panteón de los pobres, como lo llaman los juarenses, donde la mayoría de los cadáveres que llegan son víctimas del crimen, cuya edad ronda los 20 años, la misma que tiene Abdiel. No hacer cuentas de cuántos enterraba por día, nunca preguntar qué les había sucedido, no imaginar nada, era la consigna que tenía para no cargar nada negativo en la consciencia.
“Pa’ qué, no quería llegar a casa con mi familia pensando en cómo había muerto esa gente”, dice Abdiel. No es bueno recordar cosas malas; mucho menos hombres muertos.
Ese año fue particularmente difícil para Ciudad Juárez, que tiene la tasa más alta de homicidios en el mundo, con 229 muertes por cada 100 mil habitantes y que, según un informe de la Procuraduría General de Chihuahua, en 2010 se cometieron 3 mil asesinatos. Llegaban muchos muertos; a cada hora agarraba uno
, recuerda con esfuerzos.
El boxeo fue la mejor terapia contra esa realidad hostil. Abdiel dejó ese empleo y se concentró en los cuadriláteros, alternando con su trabajo eventual de albañil. No fue fácil la elección, sobre todo en una ciudad donde las actividades deportivas escasean, refiere Abdiel, quien supo aprovechar el trabajo de la construcción como parte de su acondicionamiento físico.
Como estoy en una fábrica de tabiques, diariamente cargábamos mil bloques; era mi empleo y mi entrenamiento, es lo mismo, porque al final le hace bien a mi cuerpo. Prefiero dedicarme completamente al deporte que andar por ahí de malandro... no quiero amanecer un día muerto como otros
, señala.
Con ese entrenamiento rudimentario empezó a abrirse camino como boxeador. Todas las mañanas sale a correr al monte o en el desierto, cargando piedras de 30 kilogramos, además de cargar y descargar camiones.
Esa actividad lo ha convertido en un peleador fuerte, macizo, que no goza –según dicen– de una gran técnica, pero que tiene una pegada implacable. Hasta el día de hoy lleva 11 peleas como profesional, todas ganadas, 10 por nocaut, casi siempre antes del tercer asalto.
No soy técnico, me gusta fajarme, pegar duro, cortarles las cejas; no me gusta boxear
, dice entre risas como si contara un chiste. Soy entrón, no me duelen los golpes, y nada de andar corriendo porque el cuadrilátero no es para eso, si no, que se metan a un maratón
, agrega.
Por eso insiste en que ama el boxeo. Nunca es más feliz que cuando está en el gimnasio golpeando el costal o haciendo guantes con algún compañero. Por su mente no pasa ningún recuerdo negativo. Olvida que en ese lugar se han interrumpido tres veces los entrenamientos y que han terminados tendidos en el piso por las balaceras frente al inmueble. Inclusive no recuerda que vive en Juárez –una ciudad más violenta que Kandahar, Afganistán–, donde los cárteles mandan.
“Una vez me invitaron a trabajar para pasar droga a Estados Unidos, pero nel”. Lo rechazó porque piensa en su joven esposa de 18 años y sus dos hijos, de tres y cinco: Los quiero mucho a como para dejarlos sin papá
.
Abdiel prefiere abrirse paso de otro modo, a mano limpia y sobre un cuadrilátero. Con esa convicción llegó a la final del torneo ¿Quién pinta para la corona?, competencia para descubrir futuros ídolos del boxeo que se disputará este sábado en el Centro Banamex de la Ciudad de México.
Peleará ante el sobrino del ex campeón Lupe Pintor, de nombre Marco. En su imaginación él será monarca y recibirá el premio con el que organizará una cena navideña para toda su familia y Juárez volverá a ser una ciudad tranquila.