as llamadas precampañas tienen como finalidad específica servir como mecanismo de elección por parte de los partidos y sus seguidores de aquellos que están destinados a ser sus candidatos en las elecciones. Los abusos del poder que ejercen quienes anteriormente han sido elegidos a cargos públicos, particularmente los titulares de los poderes ejecutivos federal o locales (se recuerda mucho el caso de Fox, que siendo gobernador de Guanajuato se la pasó tres años en abierta campaña por la Presidencia de la República), aprovechando esos cargos para favorecer a individuos de su bandería, llevaron con la reforma electoral de 2007 a instituir y a reglamentar las precampañas.
En realidad, se trata de auténticas campañas o de una etapa previa de las campañas que llevarán a las elecciones generales del próximo año. La relativa escrupulosidad con que la nueva institución ha sido reglamentada tuvo siempre como motivo el evitar cualquier clase de desigualdad o inequidad entre los diferentes procesos partidistas de selección de sus candidatos. Que la precampaña es para que alguien obtenga en el propio partido la postulación a una candidatura se explica cuando hay contienda interna por el puesto.
Cuando se da un candidato único, debería suponerse que no hay ya necesidad de ella. Esto ha molestado a muchos porque se juzga que no es posible mantener sin manifestarse de ningún modo a un candidato único durante todo el periodo fijado por la ley para las precampañas. Cualquier acto que aquél realice, aun procurando respetar puntualmente la norma, puede llevar a que sus adversarios lo acusen de estar realizando actos de precampaña o incluso de campaña. La razón que se aduce para mantener el silencio de los precandidatos no tiene eco en la reglamentación legal que, en todo momento, puede ser burlada por los contendientes. El pretendiente único a la candidatura debería quedarse inactivo por completo y eso resulta imposible.
En los hechos, hay que decirlo, aun antes de que empiecen las precampañas, los aspirantes han andado en campaña desde hace muchos meses y los primeros resultados se han estado dando sin pedirle permiso a la ley. Por lo menos dos de los tres principales bloques en pugna han alcanzado las definiciones que deberían dar las precampañas. La izquierda ya tiene prácticamente decidido quién será su futuro candidato; la derecha priísta tiene también ya amarrado al que será el suyo. La derecha panista podría ser el único bloque que necesitara de una precampaña para definir a su abanderado, siempre y cuando no sufra imposiciones que la obliguen a designar un candidatito también único.
La izquierda fue, quizá, la fuerza política que más cerca estuvo de un proceso de ruptura interna, más que por el enfrentamiento entre sus principales aspirantes, debido a la acción facciosa de algunas de sus corrientes y, en especial, de la de los inefables chuchos, los cuales, debido más que nada a su perruna oposición a López Obrador, anduvieron por más de un año haciéndole la corte a Marcelo Ebrard para animarlo a lanzarse por su cuenta y así aislar al tabasqueño. Hubo momentos en que parecía que lograban su objetivo. De pronto, sobre todo en algunos círculos de intelectuales timoratos y conservadores, aparecieron en legión simpatizantes de Ebrard que cantaban sus virtudes como el prospecto más aceptable para la sociedad.
El mismo Ebrard dio pie para que se pensara que la unidad de la izquierda era imposible y, a final de cuentas, él buscaría por sí solo la candidatura. Tocó a López Obrador, sin que muchos le creyeran, velar por la unidad, buscando en todo momento que las ambiciones personales y de facción no separaran ni enemistaran a los dos prospectos de la izquierda. A los asesores que formamos su grupo de apoyo siempre nos aseguró que su acuerdo con el jefe de Gobierno del Distrito Federal seguía sólido y ambos marcharían juntos hasta el final. El modo como se resolvió el diferendo, mediante dos encuestas y la aceptación de sus resultados, demostró que López Obrador tenía la razón y Ebrard, caballerosamente, respetó el acuerdo.
Las concesiones que ambos se hicieron no fueron ningún secreto y se manifestaron públicamente, para sorpresa de muchos. López Obrador triunfó en las encuestas y se le respetó su triunfo; a Marcelo Ebrard se le garantizó su autoridad política en el DF, con la promesa de dejarlo decidir cómo poner en paz a los grupos de poder y servirles de referente cuando por su rijosidad y sus ambiciones parciales volvieran a poner en peligro la unidad de la izquierda en la capital que es, de hecho, la única entidad que le queda en toda la República como fuerza gobernante.
Mucho más dramática ha sido la experiencia del PRI. Yo nunca ví (y lo dije en su momento) mucha diferencia entre Enrique Peña Nieto y Manlio Fabio Beltrones. El segundo fue mucho más discreto que el primero, desde luego, pero ambos representan los mismos intereses. Con toda propiedad se puede decir que fue una contienda interna de la poderosa derecha del PRI. Lo que animaba el ambiente político era la posibilidad de que, después de años de campaña virtual de parte del primero, siendo todavía gobernador del estado de México, hubiera cierta competencia que le diera, a la vez, mayor credibilidad y seguridad hacia dentro y hacia fuera.
Sabemos de muy antaño que los priístas acostumbran llevarse pesado entre ellos, de manera que a nadie se le ocultó que la pugna entre ambos prospectos priístas no sólo iba en serio, sino que sería de verdad muy ruda. Eso lo vinimos a comprobar una vez más en la semana que está terminando. El presidente del PRI, Humberto Moreira, alineado desde el principio con Peña Nieto y obrando bajo el impulso de la derecha más conservadora y reaccionaria del antiguo partidazo, manipuló la convocatoria a la precampaña imponiendo el requisito de apoyos de las diferentes instancias organizativas, en especial, de los sectores (obrero, campesino y popular), que antes estaban acostumbrados a escuchar y atender a todos los aspirantes para después apoyar al que fuera de sus preferencias y no, como ahora, obligados a dar su apoyo anticipado a alguno de ellos.
La aventura priísta mostró que la ventaja corría del lado de Peña Nieto porque todos los aparatos partidistas le están sometidos. Beltrones hizo su lucha, desde mi punto de vista, a destiempo y sin contar con el apoyo interno indispensable. El único resultado fue mostrar algunos puntos flacos y las debilidades de Peña Nieto que comenzaron a hacerse patentes. En su desplegado de renuncia a la contienda que apareció publicado el pasado día 22, Beltrones señala, apenas veladamente, a aquellos que se confabularon en su contra para conservar sus privilegios o garantizar sus intereses.
En el caso del PAN no hay ninguna definición todavía a la vista. Tenemos a un candidato que parece ser el preferido de Calderón y a otros dos que son punteros en las encuestas. Si éstas se respetaran, como en la izquierda, Josefina Vázquez, que es la puntera, debería ser la candidata; pero muchos apuestan a que Calderón impondrá finalmente a su delfín, con lo que el PAN difícilmente podrá evitar las fracturas internas. Y eso sería lo único, porque su derrota en las elecciones está más que cantada.