o sería la primera vez que un candidato puntero al inicio de una competencia electoral pierda súbitamente la ventaja frente a sus rivales y termine en segundo y hasta tercer lugar. Las razones de su derrota pueden ser muchas y muy diversas; sin embargo, no son pocos los casos en que los antes afortunados se tropiezan con sus propios errores, o incurren en comportamientos autodestructivos que los conducen al fracaso.
Algo muy parecido a esto le está pasando al PRI, cuya dirigencia parece cegada por la euforia provocada por sondeos que colocan a su precandidato de preferencia, Enrique Peña Nieto, a más de 15 puntos porcentuales de intención de voto de su competidor más cercano. El presidente de ese partido, Humberto Moreira, tendría que recordar que faltan más de siete meses para la elección, que nadie controla los acontecimientos de esas largas semanas, y que algunos de ellos pueden ser muy desfavorables al candidato priísta, como lo han sido los hallazgos a propósito del endeudamiento de Coahuila, estado del que Moreira fue gobernador antes de asumir la presidencia del PRI. Tampoco favorecen a Peña Nieto las arbitrarias decisiones que ha tomado el presidente del partido en relación con la convocatoria al proceso electoral, o la alianza que estableció con Elba Ester Gordillo y el Panal, y con el Niño Verde y el PVEM.
En cada uno de estos temas Moreira ha actuado como si ya hubiera ganado la elección presidencial; lo mismo podría decirse de su actitud frente a su situación personal, que ha sido brutalmente minada por su estrategia de defensa frente a las revelaciones respecto a las condiciones en que dejó el estado que gobernó. Se comporta como si tuviera en la bolsa una patente de corso que le garantiza la impunidad. Tal vez lo peor que hemos visto en las últimas semanas sea el desenfado insolente con el que ha pretendido desentenderse de toda responsabilidad en el tema del endeudamiento de Coahuila, las medias verdades y las inexactitudes. Yo me pregunto si acaso Moreira –que, Dios nos guarde, es maestro– ha ponderado el daño que le ha hecho a su partido y, por ende, a su candidato, pues con su comportamiento ha logrado evocar lo peor del viejo PRI, y con ello ha hecho un viejo de Peña Nieto.
La militancia priísta le ha reprochado a Moreira el acuerdo que concluyó con la maestra Gordillo y con los niños verdes. Creo que tienen razón. Hasta ahora lo único que sabemos de ese arreglo es que compromete posiciones legislativas importantes, diputaciones en el Distrito Federal y senadurías en por lo menos dos estados, que serán entregadas al Panal y al PVEM, independientemente de sus resultados electorales. Si Moreira prometió estas posiciones de peso es porque cree que estos partidos van a aportar a su candidato costales de votos. Sin embargo, por una parte, si la intención de voto por el PRI es superior a 40 por ciento, ¿para qué necesita la alianza? Una alianza que además es carísima. Por otra parte, hasta ahora no hay ningún indicador de que los cálculos de votos sean correctos, y que los partidos minoritarios puedan aportar 4 por ciento o 6 por ciento de la votación, si bien les va. Además, podría yo argumentar que los partidos grandes han desarrollado un poder de atracción de los votantes que les permite concentrar cuando menos 85 por ciento de la votación total. Esta tendencia a la polarización de los votos se agudiza en elecciones presidenciales. Estos argumentos sólo hacen crecer mi curiosidad: ¿cuáles fueron las razones que llevaron a Moreira a contratar semejante hipoteca?
Es obvio que el presidente del PRI y su candidato quieren quedar bien con la maestra Gordillo, y que ésta, convertida en jefa máxima
, pone sus condiciones, pero no sabemos qué dará ella a cambio. Lo que sí sabemos es que la tal alianza asocia al PRI y a Enrique Peña Nieto con una mujer política que no tiene buena fama pública, que es notoria sobre todo por su avidez y por su capacidad intimidatoria. ¿De veras quieren gobernar con ella? ¿Serán con la maestra igualmente complacientes si llegan al poder? ¿Y nosotros los votantes –ya no digamos los militantes–, queremos que nos gobiernen con ella, como ya lo ha hecho el PAN? Su relación con Vicente Fox y su gobierno sólo benefició a la maestra, acrecentó su poder. ¿Queremos que sea todavía más poderosa una persona que no es responsable de sus actos más que ante su propia conciencia?
El presidente del PRI ha dinamitado el camino de su candidato a la silla presidencial. Así que es mejor que hagan otras cuentas, o que no se sorprendan cuando se les caiga la sopa, porque es mucho lo que Moreira y su candidato exigen de los votantes. En apariencia sólo quieren nuestra boleta comicial cruzada a favor del PRI, pero este acto mínimo de apoyo tiene grandes implicaciones, por ejemplo, supone que cerremos los ojos al poder de la maestra Gordillo, a la probabilidad de que un gobierno de Peña Nieto esté sujeto a las demandas y amenazas de la normalista más hábil de la historia, y que no le pueda negar nada.
La estrategia prelectoral de Moreira le imprimió al voto por el PRI en 2012 un significado muy costoso: que asumamos los arreglos inexplicables de ese partido con el Panal y el PVEM, aunque hacerlo nos convierta en cómplices del acuerdo y de sus consecuencias. Es tanto lo que esperan de nosotros, que mejor votamos por otro.