na característica de los tiempos, por lo menos en México, es la disfunción de las instituciones. En el actual gobierno el saldo no es positivo. Las facultades se trivializan, pero sobre ello la regla clásica subsiste: si hay que transformar a uno de los puntales del país, hay que empezar por la ley que lo creó. Transformar sin fundamento legal contrae lo no deseado: inseguridad, desconfianza, fragilidad, riesgos diversos.
Nada de esto ha tenido en cuenta el secretario de Marina. Impulsado por una compulsión inexplicable, está transformando autoritariamente a una gran institución, de un fin y propósito nacionalista, respetable e indispensable, como la custodia del interés nacional en aguas jurisdiccionales y en el mar patrimonial. La está transformando en un agente parapoliciaco más, todo para ganar espacios ante el Ejército. ¿Qué hace la Marina en Durango? Complejos y resentimientos no tienen cabida en la función pública.
Entre los jóvenes no hay la madurez necesaria para advertir el trasfondo personalista de tal irresponsabilidad y son arrastrados por el aventurerismo y belicosidad propios de las primeras edades. Miembros de la Armada con mayor reflexión abrigan sentimientos que van desde la desaprobación hasta una significativa indignación. Se sienten ultrajados. Para ellos, la Armada la constituyen sus misiones clásicas, los elementos humanos embarcados y el material a flote, más sus lógicas derivaciones terrestres.
Fueron educados en las ciencias del mar. En ello depositaron su pasión, muchos su heredad moral, todos su visión de un futuro profesional justamente orgulloso y satisfactorio. El secretario nunca recogió la opinión de nadie para esa desviación. No se le pide una abdicación de facultades, sino que él, de no empezar por modificar la ley, no las tiene para su intento.
No recogió la opinión de los legisladores, su primera obligación; nunca oyó a sus antecesores, ni a los viejos marinos; menos auscultó a quienes sueñan justamente con un futuro distinto. Nada convino con la Sedena. Todo ello era indispensable para legitimar el caprichoso bandazo. ¿Con qué artes aprovechó las debilidades presidenciales? Todo mundo las sabe y no son edificantes.
Lo afectado es muy serio, pero el punto de vista quizá más grave es que está perturbando los instrumentos de defensa, protección y promoción del interés nacional en las vastísimas aguas de valor irrenunciable y con ello a la seguridad nacional. Está deformando los instrumentos legalmente responsables de ello. Los está poniendo en un alto riesgo para alimentar su visión de profeta, está creando un ente que a la larga no tiene sustentabilidad lógica, lo está empujando a un despeñadero. De paso está comprometiendo a miles de jóvenes en un futuro desvanecente, carente totalmente de legitimidad.
La Armada de México, institución respetabilísima, se debilita en lo que le es indispensable para sus misiones: unidades navales y aeronavales. No se actualiza y sí envejece día con día porque así son sus materiales. Mientras, en tierra se malgasta expansivamente en vehículos, armamento y equipo sin aplicación naval. Ante un aumento presupuestal de casi 100 por ciento que ha dado Calderón, ¿cuánto se ha destinado a atender exigencias propias del mar?
Desde los primeros tiempos de la República, la Armada de México ha librado batallas navales memorables: Mariel, Campeche, Topolobampo, las defensas de Veracruz contra franceses y estadunidenses. Protege nuestros intereses en el mar, la soberanía en ellos, el imperio de nuestras leyes, nuestras riquezas. Ante lo que sucede, ¿qué se esperaría de ella en el futuro? Hay una equivocación gravísima de fondo. Es de mover la cabeza que Calderón, como jefe supremo de las fuerzas armadas, no advierta estos riesgos.