o cabe duda de que la visión del mundo se transformó con el invento de la fotografía. A mediados del siglo XIX apareció en México esta revolucionaria novedad y fue la sensación. Las primeras imágenes eran en vidrio y en charol
, según anunciaban en el aparador los primeros fotógrafos. El francés Emilio Mangel parece haber sido el pionero, al abrir su taller en las calles de Espíritu Santo y Plateros. Entregaba las fotos en primorosos estuches de gutapercha con tapas de cobre, piel o plata, a los que los artesanos mexicanos ponían su sello personal.
Con el invento de la fotografía en papel, la novel técnica tomó gran auge. El emperador Maximiliano trajo su propio fotógrafo y en corto tiempo los talleres de mexicanos que aprendieron el oficio comenzaron a proliferar por todo el país.
En las primeras décadas del siglo XX llegaron a México varios destacados fotógrafos extranjeros: Hugo Brehme, Ricardo Mantel, Edward Weston y Tina Modotti. El primero que llegó y decidió quedarse fue Guillermo Kahlo, padre de la pintora Frida, quien fue comisionado por el poderoso ministro de Porfirio Díaz, José Yves Limantour, para fotografiar la arquitectura virreinal, civil y religiosa de todo el país y los edificios más importantes que se construyeron durante el porfiriato.
Entre los mexicanos hubo algunos notables, como el periodista Agustín Casasola, quien buscando tener material para ilustrar sus artículos, imprimió decenas de imágenes sobre distintos aspectos de la vida de México, particularmente de la Revolución. Buena parte de esa extraordinaria colección, la custodia la fototeca del Instituto Nacional de Antropología e Historia.
Fotógrafo de excepción fue el longevo Manuel Álvarez Bravo (rebasó los 100 años). Se inició en este oficio siendo un joven veinteañero y a partir de los años 30 del siglo pasado, comenzó a registrar la obra de los principales pintores de la época, entre los que sobresalían las obras de Orozco, Siqueiros y Rivera. A partir de su primera exposición, realizada en 1932, en su natal ciudad de México, cobró renombre en nuestro país y en el extranjero y formó a muchos de los mejores fotógrafos de nuestro país, entre otros a la que fue su mujer, Lola Álvarez Bravo.
Este notable oficio que en los buenos fotógrafos alcanza niveles de arte, cada día parece tener más adeptos, como lo podemos ver en el incremento en exposiciones, galerías, Fotoseptiembre e incluso museos vivos como El Centro de la Imagen, exclusivamente dedicados a ella. No cabe duda que en esto influyen los impresionantes avances tecnológicos de la era digital, que han abaratado la técnica fotográfica y abierto innumerables posibilidades de creación.
Una buena muestra de esto es la exposición de Pim Schalkwijk, Escenas de cantina, que muestra la vida en estos establecimientos en la ciudad de Mérida. Utilizando diversos formatos y medios que incluyen video y tomas de 360º, recrea con gran talento esos tradicionales sitios de encuentro y camaradería en donde los yucatecos pasan largas horas. Se puede ver en la Fundación Sebastián, situada en avenida Patriotismo 304.
Pim es hijo del notable fotógrafo de origen holandés Bob Schalkwijk, bajo cuya tutoría inició su propia carrera en 1995. Su archivo, de más de 120 mil fotografías, abarca diversos temas de la cultura mexicana. Destacan sus retratos, sus tomas de arquitectura virreinal y contemporánea, de arqueología, de fiestas tradicionales y populares, así como el paisaje y todo lo relacionado con la naturaleza.
Para ir a tono con el tema de la exposición en el camino hicimos una escala en la cantina La Colonial, que se encuentra en la avenida Revolución, enfrente de la Alameda. En un ambiente acogedor el añejo establecimiento le ofrece un abundante buffet. Si es pródigo en el consumo etílico la comida le saldrá gratis, o de lo contrario paga 135 pesos y se sirve lo que guste de una oferta infinita, que va de tortas a pechuga cordon bleu.