19 de noviembre de 2011     Número 50

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Turismo en áreas rurales, un creciente desafío


ILUSTRACIONES: Miguel Covarrubias

Alba Sud y CEDICAR

En los años recientes tanto en México como en Centroamérica el turismo rural ha ganado terreno hasta convertirse en uno de los temas más mediáticos de sus agendas. En México hay una promoción cada vez más incisiva; es la opción gubernamental ante los innumerables fracasos en materia productiva. Las políticas públicas relacionadas con el turismo se han vuelto un tema vinculado al desarrollo comunitario y se intenta que el país, azotado por crisis y violencia sin precedentes, sea visto con “ventajas comparativas” en turismo.

En Centroamérica aunque su desarrollo es más reciente, a causa de los diversos conflictos armados de los 80s, el turismo ha crecido de forma destacada durante la primera década del 2000 hasta convertirse, junto a las remesas de los migrantes, en una de las principales fuentes de divisas.

En 1996, reunidos en el Hotel Barceló Montelimar, en Nicaragua, los jefes de Estado de los países de la región acordaron la Declaración de Montelimar, por la que se comprometían a una integración turística regional que permitiera unir “recursos, voluntades y esfuerzos, a fin de proyectar ante el mundo la imagen y ventajas de ofrecer un destino turístico regional único“. Desde entonces las políticas turísticas han estado orientadas a la promoción intrarregional y la comercialización conjunta y a crear una legislación y políticas de incentivo acordes con los intereses del gran capital corporativo.

Este fuerte crecimiento de la actividad turística se ha localizado territorialmente en torno a algunas ciudades y sobre todo en el litoral, de tal manera que muchas áreas costeras y rurales han experimentado una notable transformación: las actividades productivas tradicionales han perdido peso frente a los servicios y la construcción. Es un giro de 180 grados que privilegia al sector terciario frente al primario. Pero este protagonismo en realidad no queda circunscrito a esos nuevos espacios; el turismo amplía su ámbito de influencia y se convierte en un factor de atracción de población de otras zonas rurales que se ven obligadas a migrar a causa de un creciente empobrecimiento y una desarticulación de las economías campesinas y pesqueras afectadas por años de políticas neoliberales.

El impacto de este proceso de turistización es confuso y sujeto de análisis y debate público, pe ro en cualquier caso parece evidente que está transformado de forma acelerada los marcos y modos de vida de la ruralidad. Lejos de ser un proceso unidireccional, el desarrollo turístico, en especial en áreas rurales, se ve sujeto a múltiples contradicciones y relaciones dinámicas. De este modo, se convierte en una fuente de amenazas, pero también de potencialidades para algunas poblaciones locales en función de las capacidades de control social que pueden tener éstas sobre su desarrollo. Sin embargo, este proceso se aventura como una disputa, un combate cada vez más desigual en el que los grandes capitales dominan la mayor parte del escenario y, con especial interés, inciden en las acciones de fomento e inversión gubernamental.

Una dinámica que tiende a la exclusión. Cadenas hoteleras internacionales, resorts, cruceros y desarrollos inmobiliarios protagonizan el crecimiento del turismo mexicano y centroamericano. Su desarrollo es hegemonizado por grandes capitales en competencia desigual con otras estructuras empresariales de carácter local o comunitario, enraizadas en dinámicas territoriales con mayores niveles de inclusión e integración social. Goliat quiere convencer a David de andar juntos un camino en el que las diferencias harán distribuciones equitativas dadas las singularidades de los servicios que cada uno ofrece, obviando las presiones, impactos y posición privilegiada en el mercado que el gigante filisteo detenta.

La penetración del turismo en muchas áreas, y con especial crudeza en el litoral, se ha convertido en una vía paradigmática que testimonia lo que se ha dado en llamar la “acumulación por desposesión”, siguiendo el concepto tal como lo describió el geógrafo marxista David Harvey.

En este sentido, se entiende que la acumulación de capital no sólo se produce en el marco de formas de producción puramente capitalistas, sino que a lo largo de la historia se realiza por diversos mecanismos y la enajenación puede ser o no velada. Y se apropia de regiones que hasta ese momento eran propiedad pública o mantenían cierto carácter colectivo o comunitario: se da la mercantilización de la naturaleza y los bienes comunes; la privatización de lo público, o la urbanización y turistización de amplios territorios costeros y rurales y sus recursos, como la tierra o el agua.

Esta desposesión se produce por múltiples vías, que van desde las dinámicas especulativas y la compra-venta, hasta procesos de expropiación y el ejercicio de la violencia mediada por la fuerza pública o empresarial. El problema no se limita a la pérdida de determinados recursos, sino que la desposesión supone también una profunda desestructuración de la territorialidad de las comunidades rurales –entendida ésta en sus múltiples dimensiones como el lugar en el que se desarrollan, producen y reproducen colectivamente modos de vida cuya economía, organización social, política y cultura no privilegian la maximización de beneficios–, sustituyéndola por otra lógica de ocupación y articulación del territorio. En sentido estricto podríamos decir que el turismo desvela la espacialización del capital sobre territorios rurales en los que la contienda acumulación versus reproducción social se presenta como una arena política con dados cargados.

El desarrollo turístico-residencial hegemonizado por los grandes capitales ha dado lugar a una creciente privatización y elitización de inmensos territorios con invaluable patrimonio biocultural en los que se privilegia a nuevos usuarios con mayor poder adquisitivo, quienes tienen los recursos necesarios para acceder a la propiedad, uso del suelo y de los recursos naturales, frente a los intereses y las necesidades de la población originaria. Este nuevo tipo de urbanismo da pie a estructuras excluyentes cuyo uso se destina exclusivamente a determinados segmentos de población en forma de hoteles todo-incluido, urbanizaciones privadas, campos de golf, playas cerradas, colonias turísticas y marinas de uso exclusivo para embarcaciones turísticas.

Las comunidades rurales en determinados territorios han tratado de resistir o reducir los alcances de los procesos de acaparamiento y usurpación de los recursos naturales (tierra y agua principalmente, y en menor medida, aún, bosques), oponiéndose de varias maneras a su desplazamiento. En otros casos el origen del conflicto ha estado motivado por el hecho de que los nuevos desarrollos turístico-residenciales pudieran impedir el paso y acceso a lugares a los que la población local acudía, ya fuera con fines productivos o de ocio y recreación, como es aún visible en numerosas playas. El avance del turismo en las áreas rurales se convierte, de este modo, en un nuevo escenario de conflictividad socio-ambiental.

En este contexto de tensión en aumento hay que ubicar también otras formas de desarrollo turístico en manos de iniciativas locales y/o comunitarias. Si bien en algunos casos responden a las legítimas aspiraciones de estas poblaciones por incrementar y diversificar sus actividades productivas, su desarrollo no puede ser ajeno a la creciente influencia de los grandes capitales turísticos. Asimismo, los impactos que esta nueva actividad trae consigo en las dinámicas socioculturales aún están por registrarse, aspecto cuya poca o nula atención ha puesto el creciente extensionismo de algunos sectores gubernamentales. El resultado es necesariamente complejo y contradictorio, como ponen en evidencia los distintos artículos recogidos en la presente edición de La Jornada del Campo para los casos de Centroamérica y México. Un proceso necesariamente abierto y sujeto a discusión.


¿Ecoturismo? emergente, contradictorio y multinombrado

Miguel Ángel Adame Cerón

Uno de los tipos de turismo ecosociocultural que más auge ha tenido en los 20 años recientes es el llamado “ecoturismo” o “turismo emergente”. El boom se debe a la irrupción de la globalización neoliberal capitalista, pues los recursos de la naturaleza y de la culturaleza, ubicados en pueblos y sociedades con historias profundas y de larga duración (étnicos, rurales, tribales, indígenas, etcétera), se han revalorizado como potencialmente explotables y/o privatizables para organismos, empresas, gobiernos y organizaciones globales desde la lógica plusvalórica del capital en sus expresiones económicas y socioculturales.

Obviamente el turismo es la modalidad más ad hoc para proporcionar cauces apropiados a esta dinámica; en general, el turismo es un complejo proceso mercantilizador pero también presenta aspectos ambiguos: si bien tiene que ver con subordinaciones, negocios y empoderamientos, también presenta disputas y reapropiaciones de los recursos en cuestión, y en éstas participan y se involucran comunidades, localidades, colectividades y pueblos que se ven afectados, impactados e implicados en varias formas y niveles en el fenómeno turístico, desde los que participan de manera completa y directa hasta los que lo hacen sólo parcial o indirectamente.

Así este turismo ha sido nombrado de múltiples maneras porque presenta, en efecto, varias aristas y dimensiones, todas ellas interconectadas: la medioambiental, la étnica y la sociocultural.

Las varias denominaciones, que varían ligeramente en cuanto a su concepción, definición y clasificación, dependiendo de los estudiosos o autores, son: turismo de naturaleza, turismo alternativo, ecoturismo, turismo sostenible, turismo sustentable, turismo equitativo, turismo de bajo impacto, turismo rural, turismo verde, turismo étnico, turismo ecocultural, turismo solidario o convivencial, microturismo, ambientalista, responsable, consciente o ético, etcétera. Además de las subclases de turismo como el de aventura, de salud, arqueológico, botánico, agrícola, de campamento, termal y científico, entre otros. Una de las coincidencias más evidentes cuando se definen o se hace referencia y análisis de estos tipos y subtipos de turismo es en que se consideran alternativas de valorización al uso de los recursos naturales y socioculturales. Se insiste en la importancia de que estas formas de turismo deben generar sustentabilidad ambiental, pero primordialmente sustentabilidad cultural, poniendo en el centro a las poblaciones y su cultura. Y se plantean generar prácticas sociales, culturales y éticas diferentes a las desarrolladas por el turismo de masas o el de playa o el convencional, para el “desarrollo y el beneficio” de las poblaciones étnicas, rurales, etcétera, y sus entornos ambientales: recursos naturales (zoobotánicos y geológicos).

Se plantea, pues, que este turismo emergente tiene que implicar e implica la responsabilidad ecológica y el respeto por las culturas, la inclusión de los pobladores locales en los procesos económicos de la actividad turística y la conservación del medio ambiente. Basados en estas expectativas, los promotores de este tipo de turismo sostenible o ecoturismo buscan en sus actos, publicaciones y eventos promover una conciencia turística y el diálogo entre diferentes actores de la sociedad civil y del Estado para el desarrollo de un turismo más justo y en la lucha contra la pobreza e inclusión de las poblaciones locales. Tenemos el caso del Foro Internacional de Turismo Sostenible llevado a cabo a fines de abril de 2009 en Lima, Perú, bajo el lema: “Seamos viajeros responsables y respetuosos. Turismo somos todos”.

Sin embargo, tenemos en la literatura de la antropología y la sociología del turismo múltiples casos en todo el mundo de comunidades y sociedades locales que se debaten en el enfrentamiento contra la lógica turística de expoliación (que se expresa en la turistificación, disneyzación, macdonalización, simulacro, museificación, reencantamiento, autentificación, invención de tradiciones, ritualización, espectacularización, artesanización, etcétera), encarnada en las empresas y organismos del turismo y su parafernalia de dominación material y humana (agencias y agentes).

Cabe señalar que en esa confrontación algunos grupos (o fracciones de grupos) locales (rurales, étnicos) han sabido y podido –con base en experiencias propias y/o trasmitidas– construir sus propias opciones turísticas alternativas, fundamentalmente sobre la base del autocontrol y la autogestión de sus recursos y riquezas patrimoniales (ambientales, históricas y socioculturales).

Las raíces populares del turismo rural comunitario

Allen Cordero Ulate
Investigador de FLACSO-Costa Rica y de
la Universidad de Costa Rica (UCR)

Durante la década reciente hemos asistido a una suerte de lucha interna por la etiqueta del “turismo rural comunitario”, esto al menos en el contexto centroamericano. Es cierto que de la mano de la acentuada profesionalización del turismo y su especialización flexible (expresada en variedad de ofertas y servicios turísticos), ha emergido un nicho concentrado en el turismo rural y concretamente comunitario. Pero esto no debería llevar a perder de vista las raíces populares del turismo comunitario.

Pensar que el turismo rural comunitario es un producto nuevo es realmente reduccionista, pues el turismo, vinculado a la experiencia del disfrute del tiempo libre tiene importantes raíces históricas en la vida social de los pueblos centroamericanos. Hasta los pueblos más explotados de nuestros países, por ejemplo los obreros bananeros, tuvieron y tienen sus sitios de esparcimiento.

En el trabajo Nuevos ejes de acumulación y naturaleza. El caso del turismo (CLACSO, Buenos Aires, Argentina, 2006) he ilustrado esta afirmación con el caso de los trabajadores bananeros costarricenses de la zona de Quepos, quienes tenían como lugar de descanso justamente lo que hoy es uno de los lugares más visitados por los turistas internacionales, el Parque Nacional de Manuel Antonio. Fue la lucha social de estos trabajadores, en conjunto con otros sectores de la comunidad de Quepos, la que llevó a que el Estado lo declarara formalmente como parque, porque de otro modo iba a ser presa de afanes privatizadores, muy de la mano justamente con la expansión turística.

El turismo original de las clases populares era principalmente de un día, o a lo sumo de dos. Se desplazaba escasamente de los sitios de vivienda o de trabajo y privilegiaba el transporte colectivo de relativo bajo costo como el autobús o el tren. Algunas de estas riquísimas experiencias de ocio, incluso a pocos kilómetros de distancia, se desarrollaban a pie o a caballo pues las vías de acceso eran escasas.

La mercantilización de los servicios una vez llegado al sitio del placer era escasa, por eso muchos de los turistas de antaño llevaban consigo la comida y la diversión, una pelota, un neumático o el radio a transistores.

De manera que en aquellos lugares originales del placer turístico, sin dinero o poco dinero, la experiencia turística se desarrolló hasta cierto punto como un valor de uso, es decir un disfrute social no monetizado, y quizás por ello, extremadamente auténtico. El acceso a los placeres turísticos era relativamente democrático, aunque la profesionalización de los negocios era muy escasa.

La profesionalización del turismo comunitario ha conllevado una contabilidad de costos, que ha implicado en no pocos casos la inaccesibilidad de los sectores populares que antes recibían.

Uno de los elementos positivos que conlleva el turismo rural de base comunitaria es que ayuda a que las comunidades locales no pierdan su territorio en manos de los grandes comercializadores del turismo (esto no es decir poco en el contexto de una economía de mercado), pero la profesionalización no debería conllevar la pérdida de una cierta “solidaridad de clase”, pues buena parte de lo que políticamente puedan logar las organizaciones adscritas en el turismo rural comunitario tiene que ver con la solidaridad que en la ciudad despierten sus demandas y reivindicaciones, que no son sólo económicas sino político-sociales.