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Distrito Federal La visita a las chinampas Paseo devaluado pero Xochimilco es otra cosa Lourdes Edith Rudiño Xochimilco es uno de los destinos tradicionales del turismo de fin de semana en el Distrito Federal. Su principal atractivo, el paseo en trajineras por los canales rodeados de chinampas y vegetación, es parte de los buenos de recuerdos de muchos adultos –que en su niñez hicieron allí una visita escolar y tal vez otras con la familia en ambientes con música de mariachis y marimba y comida mexicana–, pero hoy se encuentra en declive por varios motivos. Si bien es cierto que transitar entre las chinampas es un espectáculo sin igual en el mundo pues representa “un museo viviente de lo que fuera la antigua Tenochtitlan”, según varios historiadores, y las chinampas son construcciones únicas –islas artificiales, todas alineadas, hechas con el propio lodo subterráneo y sobre el enramado de cañas y varas–, también es un hecho que Xochimilco ha atraído en los años recientes a grupos de jóvenes que sólo quieren alcoholizarse, y ha habido algunos accidentes y varias muertes. Una noticia muy sonada ocurrió en septiembre de 2005: un joven de 20 años de edad murió ahogado en Xochimilco. Formaba parte de un grupo de 400 jóvenes que abordaron 20 trajineras en el embarcadero de Nativitas y se hundieron por el sobrepeso. “Estaban amarrando las trajineras unas con otras, bebiendo mucho alcohol, varios se cayeron al agua, pero el que murió quedó debajo de una trajinera y se ahogó”, fue la versión entonces de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal). Además de eso, según reportan los visitantes, el agua de los canales está muy contaminada, hay descuido de la vegetación, la oferta de alimentos es de baja calidad y sobre todo de bebidas alcohólicas y los responsables de la renta de trajineras abusan en los precios cuando el cliente se deja. Dice Gabriela Avendaño, de 20 años: “Soy de Tehuacán, Puebla. Es la primera vez que vengo y no me gustó. Deberían procurar que esté limpio el lugar, dar un buen aspecto para los turistas. Está muy sucio, hay mucha contaminación, basura. Deberían tener programas para el cuidado. Es poquito lo que pagamos (subimos 13 a una trajinera y nos cobraron 300 por hora y media), pero podrían cobrar más e implementar más cosas. Lo que más venden en lanchas alrededor es bebida embriagante, y tacos y comida chatarra, ningún platillo que distinga a Xochimilco”. Esta situación es realmente penosa, pues Xochimilco –que en náhuatl significa “En la sementera de flores”–, más allá de ser considerado por la Organización de las Nacio nes Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) como Patrimonio Cultural de la Humanidad, implica una gran riqueza histórica, cultural y de la naturaleza. La buena noticia es que grupos culturales formados por los propios nativos de Xochimilco están haciendo esfuerzos por atraer al turismo. Irene López Medina, miembro de la Compañía Artística Tlatemoani –la cual presenta, entre otras, la obra de teatro Regreso al Micltán en una chinampa y con el auditorio sentado en trajineras, con motivo de la celebración del Día de Muertos desde la perspectiva prehispánica— comenta: “Soy originaria de Xochimilco. Soy administradora de empresas turísticas; he trabajado en el archivo histórico, en bibliotecas, en Turismo (en el área gubernamental de la delegación). El turismo ha bajado últimamente. Desafortunadamente por la influencia que tenemos del extranjero, no valoramos nuestras raíces, nuestras tradiciones (…) De allí viene la inquietud de nosotros de hacer este tipo de eventos con danza, música y teatro. Tenemos una obra que es Xochimilco en camino a la sementera de flores, que representa la historia de Xochimilco desde su fundación. “Xochimilco no sólo tiene canales. Los canales se están terminando, secando. Y el turismo ya está buscando algo más. Hay un movimiento cultural de la ciudadanía y ofrecemos visitas guiadas al ex convento de Fray Bernardino de Siena (monasterio franciscano del siglo XVI, con obras artísticas muy particulares pues Xochimilco fue de los primeros pueblos evangelizados de México), recorridos a fábricas de amaranto, a donde se hace el dulce cristalizado, a museos; tenemos zona de montaña donde podemos hacer senderismo y campismo. Además, las chinampas están dando un cambio no tanto de cultivo, sino que se están enfocando al ecoturismo (como ocurre en el embarcadero de Cuemanco…) Del 4 al 11 de diciembre se va a llevar a cabo un festival gastronómico, tratando de rescatar la comida autóctona de la región (tlatiques, que son tamales de pescado con hoja de maíz; cuellamolli, un platillo con ancas de rana, y el necuatolli, dulce que se elabora para las ofrendas de muertos, entre otros). Estamos tratando de crear un nuevo turismo, dándole otra visión”. Irene comenta que la imagen deteriorada de Xochimilco tiene que ver con intereses oscuros, pues viajar en trajinera es muy seguro, incluso de noche, y sin embargo los medios difunden profusamente los accidentes que ha habido. El turismo también se ha deteriorado, dice, pues ya la Secretaría de Educación Pública impide las visitas escolares a las chinampas.
Distrito Federal Parque el Tepozán Turismo ecológico, educativo Lourdes Edith Rudiño Los pobladores de la Ciudad de México, una de las mega urbes del mundo, son privilegiados. Apenas un paso más allá del cemento pueden disfrutar del turismo rural y en realidad más que eso: un turismo ecológico, educativo y cultural, acompañado del disfrute de las famosas quesadillas, tlacoyos y sopa de hongos del Ajusco. En el kilómetro 10.9 de la carretera Picacho Ajusco, en la delegación Tlalpan, está la entrada al Parque Ecoturístico El Tepozán. Como dice su página de Facebook, este parque de más de 110 hectáreas “pertenece a las áreas naturales protegidas del sur del Distrito Federal y es importante para la captura de carbono y la filtración de los mantos acuíferos”, pero además se distingue claramente de su entorno, donde lo que predominan son parques con el gotcha o paintball (juego con disparos de aire comprimido, CO2 u otros gases) como principal atracción. Lo que hace peculiar a El Tepozán está en idea que expresa Maximiliano Álvarez Pantoja, uno de sus principales fundadores: “el turismo debe ser más que una diversión, debe servir para tomar enseñanza”. Este parque opera desde 2005 y 70 mil litros del agua que utiliza anualmente son de cosecha de agua; no usa energía eléctrica, sino solar; ofrece el servicio de recorridos de educación ambiental a grupos escolares, desde preescolar hasta preparatoria, y la gente puede ir a acampar o a pasar un fin de semana familiar –pues hay juegos infantiles y tirolesa–. También es posible practicar el ciclismo de montaña, aunque no es muy recomendable, pues, dado que es pedregoso el lugar, una caída resulta muy dolorosa, y se pueden rentar cabañas para hacer fiestas. El parque nació en 2005 por iniciativa de Álvarez Pantoja y el apoyo de varios de sus compañeros ejidatarios del pueblo de San Andrés Totoltepec; es manejado por una cooperativa, que hoy suma 35 campesinos, y en su origen contó con un financiamiento de cinco millones de pesos de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, por sus siglas en inglés) con el objetivo inicial, promovido por el Instituto de Ingeniería de la UNAM (con Claudia Sheinbaum en papel protagónico), de fortalecer la frontera que representa el Parque entre la mancha urbana y el paisaje rural de la ciudad. Casi 30 hectáreas son de la cooperativa y 90 son propiedad del Parque Ecológico de la Ciudad de México. Oyameles (pinus montezumae), teocote, pátula y ayacahuite son los árboles qu e pueblan este lugar.
Hoy día la principal actividad del Parque ocurre los fines de semana, con la renta de cabañas y visitas de familias. Doña Elena Rodríguez, cooperativista y ejidataria de San Andrés Totoltepec, es la responsable de la elaboración y venta de alimentos; dice que los domingos llega a utilizar hasta 20 kilos de masa y unos diez kilos de carne (en guisados) para atender los pedidos de quesadillas de hongo, papa, flor de calabaza, queso, huitlacoche, picadillo y pollo y tlacoyos de requesón, frijol y haba, así como sopa de hongos, caldo tlalpeño, mole de olla y consomé de barbacoa, sin hablar del café de olla, el champurrado y los panqués de queso y elote. “La gente viene a convivir con el campo, con la naturaleza y estamos protegiendo nuestro bosque”, dice doña Elena, quien es apoyada en su labor por una de sus tres hijas y por cuatro netas. De acuerdo con Maximiliano Álvarez, hasta hace poco la principal actividad del Parque eran los recorridos de grupos escolares. Se hacían dos o tres a la semana, si bien el plan original era tener por lo menos uno diario con cien niños para hacer sustentable económicamente esta actividad. Hoy continúan estos recorridos pero con menor intensidad, y es que el Parque ha enfrentado trabas burocráticas. Durante dos años la cooperativa gestionó para que la Secretaría de Educación Pública incluyera a El Tepozán en su listado de lugares recomendables para visitas escolares, pero la institución rechazó la petición con el argumento de que ya es muy amplia esta lista. Las visitas escolares son muy interesantes y educativas. Al iniciar el recorrido, el guía les da una plática a los niños y les informa las reglas (no levantar piedras ni palos pues pueden encontrar víboras abajo, no tirar basura, no salirse del sendero, etcétera). Asimismo, “les entregamos una mochilita, binoculares, lupa, brújula y papel y lápiz. Se les muestra un mapa, con las veredas que están señaladas y definimos un itinerario de acuerdo con la edad de los niños”. Y se les asignan tareas tales como detectar huellas de animales silvestres (tanto pisadas como plumas, excretas y cualquier otro indicio como piñitas mordisqueadas por las ardillas). En la ruta los niños pueden observar la elaboración de hongos setas; un invernadero donde la cooperativa produce flores ornamentales, como petunias; unas estructuras donde se producen lombrices a partir de desechos orgánicos (la excreta de lombrices sirve después como abono), y entran a una casa tradicional, hecha de piedra propia de la zona y techos de madera de árboles muertos. En esa casa, que tiene orígenes prehispánicos pero que todavía es común entre población indígena, se les explica a los niños la forma de convivencia familiar (con grandes habitaciones multiusos) y los niños participan en la elaboración de tortillas. “Se pone el tlecuil (lugar donde se cocina), los molcajetes, el metate –la salsa se sirve en molcajetes–, los niños se lavan las manos, se les da su pelotita de masa, la tortean y se comen su tortilla recién salida del comal”, dice Maximiliano Álvarez. Una particularidad de El Tepozán –“algo que no hemos visto en otros parques que visitamos”— es que los guías dan a los niños nociones del náhuatl. Asimismo, les hablan del origen de las tierras del Parque y de los antiguos pobladores, los tepanecas (palabra que significa “hombres de palacio”. “Les platicamos a los niños: después de la conquista de los españoles, aquí en San Andrés Totoltepec tres indígenas fueron a ver al primer virrey, Antonio de Mendoza, y le dicen que hablaron con Hernán Cortés (por medio de intérpretes) para pedirles las tierras. El virrey ratifica la entrega de tierras, que son puros pedregales. Esto fue en 1547, tenemos copia de esto, que se refiere a cinco mil hectáreas, desde San Pedro Mártir hasta la colindancia con el Ajusco (…) Hoy las tierras no suman ni dos mil hectáreas, por expropiaciones que ha habido para la construcción del Colegio Militar, para el Parque Ecológico de la Ciudad de México y para carreteras y también por la mancha urbana que se ha venido comiendo la zona”. El compartir palabras del náhuatl y sus significados es muy propio de El Tepozán. “Hay muchas palabras de origen náhuatl que usamos comúnmente, aunque ya con una pronunciación diferente a su original, y eso les decimos a los niños. Por ejemplo, Tlalpan, Cuernavaca, tamal, pozole, tlacoyo, zapote, ajolote (que significa monstruo de agua) y guajolote (pájaro grande o monstruo pájaro). O Totoltepec, que significa cerro de aves, o México mismo, que significa ombligo de la luna u ombligo del maguey. Esto es algo que les gusta mucho a los niños”. www.facebook.com/PARQUETEPOZAN
Hidalgo Organización comunitaria como Carlos Alberto Pérez-Ramírez y Lilia Zizumbo Villarreal La incorporación de las comunidades campesinas a la prestación de servicios turísticos conlleva indudablemente profundas transformaciones socioculturales y físicas para las localidades rurales, pero su expansión no constituye un proceso lineal y homogéneo, pues aun cuando existen regiones con amplio potencial de aprovechamiento recreativo donde el mercado ha actuado intensamente para fragmentar los entramados socioculturales y adueñarse de los recursos, persisten comunidades que han asumido un papel protagónico para la puesta en marcha de iniciativas locales que favorecen el bienestar colectivo. Es evidente la multiplicidad de factores que se entrelazan para posicionar a las comunidades campesinas al frente del desarrollo turístico, pero la fortaleza de sus estructuras organizativas, la preservación de la posesión colectiva del territorio y la vigencia de dinámicas de reciprocidad en las propias relaciones sociales, constituyen elementos ineludibles en la formulación de proyectos turísticos y permiten acceder a los beneficios de esta actividad. Tal es el caso del ejido San Cristóbal, localizado en el municipio del Cardonal, estado de Hidalgo, cuya población se ha organizado, con base en la propia dinámica y fortaleza de su institucionalidad agraria, para la prestación de servicios turísticos. El turismo es reciente. Apenas en los 70s se registró la presencia de una significativa corriente de visitantes y la improvisada oferta de algunos servicios por parte de la comunidad, como el traslado en caballos, la venta de alimentos y la renta de espacios para acampar. En 1976 se conformó la Sociedad Cooperativa Ejidal Grutas de Tolantogo, a iniciativa de 113 ejidatarios que se integraron como socios; esta organización se originó en la propia Asamblea General de Ejidatarios, que es la autoridad para la toma de decisiones y el manejo de los recursos; por tanto, la planificación, la gestión y el control del turismo se desarrolla conjuntamente con el comisariado de bienes ejidales, con la obligación de informar mensualmente a la Asamblea sobre las actividades realizadas. Grutas de Tolantogo ofrece diversos servicios sustentados en sus recursos naturales: gruta, cavidades y el río de agua termal que atraviesa la barranca. Asimismo, está el área denominada “El paraíso escondido”, donde han construido un hotel, cabañas, restaurante, cocina económica, área de acampado con servicios sanitarios, vestidores, regaderas y albercas. La estructura organizacional de la cooperativa, así como la distribución de tareas a cada uno de los socios, se determina considerando posibilidades y capacidades, y los responsables están obligados a cumplir con todas las obligaciones impuestas por la comunidad. Anualmente se organiza el trabajo: se distribu yen equitativamente las tareas y la remuneración económica correspondiente a los diferentes grupos. También se define, dentro del reparto de utilidades, una cantidad de dinero orientada para la protección a la vejez. Debido a esta capacidad estructural de la cooperativa, cerca de 90 por ciento de la población se ha vinculado con la prestación de servicios turísticos, aunque también realizan otras actividades para complementar sus ingresos. Si bien el desarrollo del turismo no ha estado exento de los conflictos y contradicciones presentes en toda comunidad campesina, ha impulsado el mejoramiento en las condiciones de vida de la población de San Cristóbal, no sólo con la generación de empleos e ingresos económicos, sino con el fortalecimiento de la base social de la estructura comunitaria, la conservación de la propiedad social del territorio y la reproducción de una lógica colectiva que se manifiesta en sus redes de solidaridad, cooperativismo y confianza. |