eo una noticia aparecida en este periódico: “Denise creyó que iba a morir. Un grupo armado asaltó el autobús en que viajaba entre Monterrey y Zacatecas, plagió a los hombres, abandonó a los ancianos y violó a las mujeres. La pesadilla duró varias horas. El secuestro de camiones es la nueva realidad que cubre las carreteras del país ante el silencio cómplice de las líneas de transporte de pasajeros. Al bajar, doce hombres con armas largas y vestidos de militares que viajaban en camionetas obligaron a los pasajeros y al chofer a colocarse contra el camión con las manos alzadas y las piernas abiertas.
“Denise y Hortensia no se conocían, pero fueron compañeras de tragedia. La primera se resistió y fue brutalmente golpeada, le destrozaron parte del rostro ‘Aquí vas a aprender, puta’, le dijo uno, mientras se bajaba los pantalones.”
Asocio y recuerdo escenas parecidas, acaecidas en el camino de México a Veracruz, donde numerosos forajidos, vestidos también como soldados, asaltaban de manera habitual a las diligencias que recorrían ese trayecto, en plena etapa de la presidencia del general Antonio López de Santa Anna (entre 1833 y 1836): nos lo cuenta Manuel Payno, autor que pasó a la historia por haber escrito una de las novelas mexicanas más importantes del siglo XIX, Los bandidos de Río Frío, texto sorprendentemente vigente.
Payno recrea el pasado, reconstruye una sociedad que en apariencia ha desaparecido casi totalmente cuando la describe, recrea la etapa de la anarquía con su trasfondo indisoluble de huérfanos y bandidos, y al hacerlo, demuestra que, en resumidas cuentas, las cosas en México no han cambiado tanto. Transcribiré una de las escenas cruciales del libro, pero antes debo explicar sus antecedentes: Evaristo, uno de los protagonistas de la novela, empieza su vida narrativa como artesano: su excelente trabajo es mal remunerado. Cansado de laborar sin beneficios económicos y, después de una borrachera en que asesina y descuartiza a su esposa Tules, decide cambiar de oficio por otro más lucrativo: se transforma en asaltante de caminos y capitanea a un grupo de indios y mestizos. El coronel Yáñez conocido como Relumbrón es otro de los protagonistas y su apodo proviene de la ostentación con la que viste y gasta. El presidente de la República le encomienda proteger a los viajeros que recorrían la carretera mencionada, a partir de lo cual organiza una amplia red criminal con el pretexto de que... la mitad de todos los habitantes de este país ha nacido para robar a la otra mitad y esa mitad robada, cuando abre los ojos y reflexiona, se dedica a robar a la mitad que la robó, y le quita no sólo lo robado, sino lo que poseía legalmente
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Para lograr su cometido, Relumbrón escoge a Evaristo (ya muy conocido por sus fechorías en Río Frío) como el ejecutor de sus hazañas y le otorga el grado de capitán y el nombre de Pedro Sánchez; juntos juegan la clásica farsa, la de ser al mismo tiempo policías y bandidos, alterando sólo su vestimenta, como en el teatro:
“Ya hemos dicho que no pasaba semana sin que de un punto a otro del camino fuesen robadas las diligencias (...) Llegó el caso de que la misma diligencia fuese asaltada tres o cuatro veces, pero como se trataba de pasajeros desconocidos (...) nadie hacía caso, ni menos los gobernantes que se ocupaban de asuntos para ellos más graves y provechosos, y cuando la prensa o el comercio alzaban un poco la voz, los funcionarios públicos se echaban la culpa los unos a los otros, se volvía asunto de Estado y de diplomacia, siendo necesario en ocasiones que para evitar un conflicto personas dignas (…) intervinieran para que al fin quedasen las cosas en peor estado...”
Todos hemos creído alguna vez en la justicia y el progreso, estábamos convencidos de que los males del pasado podrían corregirse; las escenas rememoradas –¿coincidencias?– nos advierten que la corrupción y la impunidad siguen siendo las características de nuestra vida institucional.