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Ver día anteriorDomingo 13 de noviembre de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿La Fiesta en Paz?

La bizarra congruencia del Cecetla

Arturo Saldívar y su apabullante convicción torera

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Arturo Salvídar y la solidez de su tauromaquiaFoto Jesús Villaseca
E

n el país taurino más tonto del mundo, México, para mayor precisión, la desmemoria es uno de sus rasgos más acusados, tanto que al cachondeo se le identifica con apoteosis y a un novillote descastado se le confunde con un toro bravo. En la pereza llevamos la penitencia y en la mezquindad para valorarnos y valorar, nuestro atraso deliberado. En tauromaquia y en lo demás.

En el Cecetla o Centro de Capacitación para Empresarios Taurinos de Lento Aprendizaje, conocido todavía como Plaza México, donde la técnica de aprendizaje denominada ensayo y error tomó carta de ciudadanía desde hace casi 20 años, las reiteradas equivocaciones acumuladas no habrán servido para enmendar procedimientos ni corregir rumbos, pero sí para reducir la fiesta de los toros a caricatura y animar a sesudos legisladores a hacerla objeto de prohibición.

El diestro valenciano Enrique Ponce es muy amigo de los señores Alemán –que tanto han hecho por la fiesta de toros de México en los últimos 20 años, según Heriberto Murrieta–, de promotores, ganaderos, críticos e importantones del país, incluidos presidentes y expresidentes del cambio, pero lleva pésimas relaciones con el auténtico toro de lidia mexicano. Aquí tiene la bonita costumbre de inaugurar las mal llamadas temporadas grandes en el Cecetla, así como participar en la corrida del 5 de febrero de cada año. Ello, más que su entrega en el ruedo ante toros con edad y trapío, como los de México, no como los de Madrid, lo ha convertido en consentido, antes que de ese coso de esa empresa, de ese público bonitonto y en esas fechas.

Otra manía poncesca en la Plaza México, además de cambiar reses ya sorteadas, es la de enfrentar invariablemente toros tan escasos de presencia que los postrados jueces, sin el respaldo de la delegación Benito Juárez ni del gobierno capitalino, hay que repetirlo, son obligados a devolverlos ante las airadas protestas de los propios poncistas, agraviados en el fondo de su rendido corazón por los recurrentes abusos de su admirado torero.

El 7 de noviembre pero de 2010, en la inauguración de la temporada, por enésima vez el también conocido como el Divo de Chiva seleccionó una mansada de San José, chica y sosa, para volver a triunfar, si bien no triunfó y su segundo fue devuelto a los corrales por impresentable y descastado.

Al respecto escribí: Esta es fiesta de toros para toreros suficientemente encastados, no de novillones para famosos descaradamente apañados.

En el primer festejo de la actual temporada como grande, con un encierro anovillado y pobre de cabeza de la ganadería de San Isidro, el inefable Ponce repitió el gustado numerito de la devolución, no sólo de trastos a Diego Silveti que confirmaba la alternativa, sino de su primer novillón, Fiesta eterna (sí, Chucha), sustituido entonces por otro terciado ejemplar que no escapó a la silbatina, mientras los bonitontos coreaban los aires afectados del ventajista valenciano, imposibilitado de bajar los brazos en el lance fundamental precisamente por las dimensiones de su capotón. Pero no tiene la culpa el abusivo, sino los mexhincados que lo hacen consentido.

Con una cornada en el escroto aún sin cerrar tras su última corrida en España, donde en Madrid y en otras plazas le negaron orejas no obstante su torería y entrega, el joven matador mexicano Arturo Saldívar, oriundo de Teocaltiche y avecindado en Aguascalientes, dio una muestra del concepto intemporal hambre de ser, al cortar cuatro orejas y un rabo en la citada tarde inaugural de la temporada 2011-2012 en el Cecetla, y en medio de los míticos apellidos de sus alternantes. No fueron premios de bisutería, sino arrancados a golpes de convicción, quietud y expresión ante tres astados muy diferentes de comportamiento.

Una hombrada malograda con el acero fue la enjundiosa faena a su primero, reservón y descompuesto. Con su segundo se hizo más evidente la solidez de su tauromaquia, pues al toro había que aguantarlo y mandarlo en serio para ligarle las tandas. Un soberbio volapié obligó al público a solicitar las orejas y al juez a otorgarlas. Y con el de regalo, más alegre que bravo, Saldívar volcó todos sus sueños, sus sacrificios, cornadas y desaires ibéricos en un estructurado trasteo dignamente coronado. El público, sorprendido, exigió entonces el rabo por aquella madura obra de toreo macizo, harto del torero narciso y arbitrario que ha venido admirando. Ojalá Arturo regrese a España a consolidar el sitio de figura que le corresponde y vuelva a su país en invierno a hacer la América junto con los exigentes coletas importados, pues los Cecetlos no saben hacer toreros.