Le Havre, el puerto de la esperanza
l nombre de un puerto francés, Le Havre, cuyo significado literal es remanso o refugio, es el pretexto para una fábula sobre la inmigración clandestina en Europa. Su realizador, el finlandés Aki Kaurismaki, incursiona con enorme acierto en la ambientación de un microcosmos social, luminoso y cálido, alejado por completo de sus habituales retratos de Helsinki, y rinde tributo a un cine popular atento a las nociones de solidaridad social.
De Le Havre real el director no recupera la modernidad portuaria, sino una vida de barrio en apariencia intocada por el tiempo. Un poco como el viejo París bohemio que rescata Jean Pierre Jeunet en Amelie, enriquecido, sin embargo, por el compromiso social del cine popular de Robert Guédiguian (Marius y Jeannette), y su perenne homenaje a otro puerto francés, Marsella.
En Le Havre, el puerto de la esperanza, la comedia de Kaurismaki combina novedosamente lirismo, ironía y dramatismo. Hay el retrato de Marcel Marx (André Wims, magistral), escritor fracasado, bohemio de elegantes modales anticuados, que elige la profesión de lustrador de calzado para sentirse más cerca del pueblo, y que comparte su plácida rutina doméstica con Arlétty (Kati Outinen), su metódica y comprensiva esposa, quien padece una enfermedad terminal. La aparición en sus vidas de Idrissa (Blondin Miguel), un adolescente senegalés, inmigrante indocumentado buscado por la policía, y su decisión espontánea de protegerlo y compartir su suerte transforma la vida de la pareja, y en especial la del muy astuto Marcel, quien tendrá que burlar el asedio policiaco de un personaje casi salido de una tira cómica, el inspector Monet (Jean-Pierre Darroussin).
A la cacería del inmigrante se oponen, con toda la irrealidad que permite la fábula generosa, los comerciantes del barrio, con increíble desprendimiento moral y simpatía por la suerte de los marginales.
En Le Havre, el puerto de la esperanza, Kaurismaki propone una utopía de la reconciliación social, con acentos del cine de Jacques Tati y un mensaje humanista sobre las virtudes de la hospitalidad. El esfuerzo de todo un barrio por sufragar el viaje clandestino de Idrissa a Londres, donde se reunirá con su madre, sólo es imaginable en la ficción liberadora que resiste, con la imaginación y la poesía, a la realidad de una Europa crecientemente excluyente y racista. Desde este punto de vista, el filme de Kaurismaki es una bocanada de aire en el clima desolador de las temáticas fílmicas de moda. Es además una gran película, entre las mejores del realizador de Los vaqueros de Leningrado.